La mirada BIComún del patrimonio

¿Por qué es urgente abrir la relación entre patrimonio y procomún?
¿Cómo podemos hacerlo?
Foto: Adela Vázquez Veiga

Adela Vázquez Veiga / activista y relatora gráfica
Ana Pastor Pérez / investigadora postdoctoral de la Universitat de Barcelona

BIComún es un acrónimo acuñado por la asociación cultural Niquelarte en el año 2013, conformado por las siglas Bien de Interés Cultural (BIC), figura jurídica considerada como la máxima categoría de protección en la Ley de Patrimonio Histórico Español 16/85, y procomún, término que alude a aquellos bienes que pertenecen a todos y a nadie al mismo tiempo. Este último busca incorporar a las comunidades afectadas en la toma de decisiones o en la puesta en marcha de protocolos para su gestión, cuidado o transmisión.

Para poner en práctica este ideal en el complejo mundo de la conservación, restauración y gestión del patrimonio cultural, y con la convicción de que existe una urgencia por abrir la relación entre patrimonio y procomún, diseñamos la galería fotográfica de bienes comunes. Esta herramienta fue liberada al dominio público para que cualquier persona, en cualquier momento y lugar, pudiese iniciar procesos de reflexión y diagnosis colectiva de elementos que forman parte de sus entornos próximos.

Foto: Adela Vázquez Veiga

Se invita a la gente a interactuar con las imágenes, a compartir historias, reflexiones u opiniones.

La galería se compone de una serie de 10 a 15 fotografías de elementos que son seleccionados con personas y comunidades de un territorio. Desde un enfoque participativo y a partir de materiales que facilitan el proceso, como calcomanías acompañadas de preguntas disparadoras como “está bien conservado”, “no lo conozco” o “me gustaría que lo rehabiliten”, se invita a la gente a interactuar con las imágenes, a compartir historias, reflexiones u opiniones que permitan abrir un proceso de toma de decisiones acerca de su protección o usos presentes y futuros.

En México el primer BIComún tuvo lugar en la comunidad de Tixcacalcupul, Yucatán, el domingo 2 de marzo de 2014. El acrónimo fue traducido a lengua maya como BICMoloch, en un intento por aunar las siglas BIC con el sentido de comunidad (“hacer moloch”: agruparse o hacer montón). Fue un proceso colaborativo organizado junto con estudiantes del Colegio de Bachilleres del Estado de Yucatán, con quienes durante unas semanas compartimos exploraciones, reconocimientos patrimoniales y creaciones de fanzines a partir de leyendas locales. Participaron también vecinas, vecinos y la comunidad feligresa de la Iglesia Santiago Apóstol, en la que restauramos el Cristo Negro y la Sección de Conservación del Instituto Nacional de Antropología e Historia, con el deseo de abrir un espacio para conversar, recordar y poner en valor elementos y memorias.

A lo largo de los años se han sumado otras herramientas como la deriva y el mapeo colectivo, que nos permiten reconocer cómo nos relacionamos con el espacio social, sus infraestructuras y comunidades, o registrar aspectos relevantes y reflexionar sobre su cuidado. También está el memograma, que posibilita relatar mediante dibujos y palabras memorias pasadas y presentes al emplear técnicas para recordar y memorizar conceptos, relacionándolos con objetos, lugares e imágenes.

Estas experiencias metodológicas siguen evolucionando gracias a su puesta en práctica y a que han sido apropiadas por diferentes personas en diversoscontextos. Se han organizado itinerarios culturales en Cataluña, España, en los que se impulsaron talleres de mapeo colectivo en la Vall Fosca (Lleida). La idea inicial era explorar la relación de las comunidades locales con sus espacios naturales, culturales y sus intersecciones, identificar espacios en peligro o que necesitan intervenciones urgentes, así como revisar narrativas o diseñar estrategias de resignificación intergeneracional.

Trabajar en entornos remotos propició la adaptación de estas herramientas a los tiempos, movilidades y obligaciones de las personas que habitan la alta montaña. Así nació un mapeo de puerta en puerta, que se convirtió en colectivo a través de la puesta en común de datos, y que facilitó recoger los testimonios de personas que, por diversos motivos, no podían acceder al espacio destinado al mapeo colectivo.

Recorrimos bares, plazas y casas de personas con movilidad reducida en los distintos pueblos que componen el valle. Estábamos conscientes de la pérdida de espacios de diálogo, pero que ganaríamos en diversidad de voces a la hora de crear ese mapa común.

Estas revisiones metodológicas añaden una capa interseccional a los trabajos codiseñados por las distintas colectivas que participan en la iniciativa BIComún, poniendo a las personas en el centro de sus acciones. En este sentido, consideramos importante asumirnos mediadoras en estos procesos para experimentar nuevos modos de mirar, pensar o intervenir el patrimonio cultural y, a través de una escucha activa, atender su vínculo con el espacio social, descubrir cómo y quiénes lo producen, cómo se usa, entre otras cuestiones.

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Si quieres poner en práctica las herramientas o animarte a crear otras, puedes acceder al manual KITep, kit de herramientas para la educación patrimonial aquí: https://bit.ly/42JlhmM

 

La música nos une

100% presentes: los bailes sonideros
Foto: Livia Radwanski

Mariana Delgado / investigadora y productora de las Musas Sonideras

Comenzaré visitando un lugar común para la antropología: es bien sabido que las fiestas tradicionales cumplen varias funciones sociales y tienen efectos significativos en las comunidades. Más allá de esta abstracción, el poder de las celebraciones populares es tan real como una montaña; hablamos de la capacidad de convocar, de multiplicar afectos y reafirmar los vínculos entre grupos e individuos, de limitar los conflictos y extender la diplomacia entre los barrios, y de sostener la memoria de la comunidad a través de estas interacciones. En este sentido, son un ejercicio literalmente vibrante de actualización de las relaciones en la comunidad. Se entienden —como sostiene Francisco Cruces en su texto De los ciclos insulares a la celebración diseminada, con el que converso libremente en estas páginas— como un espacio en el que los presentes entran en diálogo con la tradición y se convierten en portadores y mediadores del patrimonio cultural.

El espacio público es apropiado para transformarse en un territorio abierto a la participación.

Manifestándose en estéticas radicalmente contemporáneas, la cultura sonidera está profundamente vinculada con la fiesta tradicional; surge, de hecho, para atenderla en un contexto urbano y posmoderno. De especial relevancia en el calendario sonidero son los carnavales; las fiestas dedicadas a las vírgenes y los santos patrones de barrios, pueblos y colonias de la Ciudad de México; los aniversarios de los mercados grandes y pequeños, y desde luego, como un clímax, la peregrinación anual a la Basílica de Guadalupe, que los sonideros y las sonideras de todo el país celebran recorriendo la Calzada de los Misterios con estandartes, playeras, chamarras y maquetas que emplazan a la Virgen entre equipos de sonido. Ese día la misa en la Basílica comienza con una cumbia. En estos eventos son palpables los vínculos con los ciclos agrícolas y litúrgicos y los elementos cosmológicos, pues son parte indudable de una economía simbólica y de los ritos de intensificación, interacción e intercambio. La aceleración que producen está hondamente enraizada en la tradición, al mismo tiempo que sale disparada hacia el futuro.

Foto: Livia Radwanski

Así como en la fiesta tradicional, el baile sonidero que se realiza a media calle o en una plaza pública está atravesado por el comercio, la producción, el consumo, la actualización de las redes sociales, la afirmación de la autoridad y de las identidades. En el centro de este acontecimiento están las exhibiciones de performances comunicantes, tanto en la cabina de sonido como en la pista; los saludos van y vienen entre uno y otro, de Chimalwakee a Nezayork. Desde luego, el internet transmite todo en vivo. Tanto la música de un continente que retumba como la voz que atraviesa el micrófono son lenguajes festivos, plásticos, que congregan y coordinan multitudes y despliegan repertorios tan complejos en sus hibridaciones como extraordinarios en sus circulaciones, desafiando deliberadamente toda dicotomía tradicional y todo esencialismo cultural.

Foto: Livia Radwanski

De todas las funciones, la del gozo es sin duda la más poderosa. El acontecimiento verdadero es estar vivo, sentirse 100% presente —como afirman una y otra vez los saludos sonideros— en medio de una multitud conformada por cuerpos que interactúan de maneras creativas, espontáneas. Es por medio de los cuerpos que el espacio público es apropiado para transformarse en un territorio abierto a la participación orgánica y a la expresión festiva desde las diferencias y las disidencias: se entreabre entonces la oportunidad de disfrutar de la individualidad que pertenece, en ese momento, a una colectividad gozosa, gustosa de estar ahí.

 

Cruces, F. (2009). De los ciclos insulares a la celebración diseminada. En Galán, J. (Ed.), Fiestas y Rituales (pp. 110-124). Corporación para la Promoción y Difusión de la Cultura.

Delgado, M., Ramírez, M., & Radwanski, L. (Eds.). (2012). Sonideros en las aceras, véngase la gozadera. Ediciones Tumbona; Fundación BBVA.

Los acervos fotográficos

Escenarios de formación y construcción de memoria
Foto: Fabiola Núñez Macías

Jaime López Pastrana, Fabiola Núñez Macías, Mario Rosales y Noel Macías Vargas / académicos y egresado del ITESO participantes en el proyecto de conservación y difusión del acervo Memoria y espejo

Los acervos fotográficos son lugares privilegiados de memoria porque concentran documentos con imágenes del pasado. Requieren mucho trabajo de conservación y clasificación para que puedan ser consultados y utilizados en la generación de conocimiento, ya sea para una investigación, para la realización de películas o documentales, o para escribir sobre la historia. Los acervos, además de escenarios de formación técnica de restauración o catalogación, son también espacios de diálogo sobre la memoria.

Desde 2005 el ITESO ha propiciado por medio del archivo fotográfico Memoria y Espejo, acervo resguardado en Casa ITESO Clavigero, el diálogo entre profesores y estudiantes, y entre la universidad y la ciudad, en consonancia con el interés institucional por la preservación del patrimonio cultural, ya demostrado al adquirir esta casa declarada como Monumento Artístico de la Nación.

Memoria y Espejo está compuesto por dos fondos: el de Miguel Echeverría, fotógrafo y profesor en la década de los noventa, el cual no está catalogado ni clasificado debido a sus malas condiciones de conservación, y el de Álvarez del Castillo, que pertenecía a Jorge Álvarez del Castillo, fundador y director del periódico tapatío El Informador. Este último está integrado por 7,200 fotografías de varios autores, en las cuales se documenta la ciudad de Guadalajara en el periodo aproximado de 1880 a 1950.

El acervo Álvarez del Castillo ha sido organizado, clasificado, digitalizado y difundido para ponerlo a disposición de investigadores y académicos. En estos procesos han participado alumnos y profesores de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente, de la Universidad de Guadalajara y del ITESO, a través de la Licenciatura en Gestión Cultural y del Centro de Promoción Cultural. Esta labor se ha realizado a partir del servicio social, los trabajos de investigación y los voluntariados, y los escenarios de intervención y aprendizaje se han diseñado de acuerdo con las necesidades del acervo.

Las fotos por sí solas, colocadas en una caja, no sirven de mucho. Si queremos difundir el valor patrimonial con el que cuenta el ITESO con estos acervos fotográficos, y así mantener vivo el pasado, no desde una perspectiva romantizada de tiempos mejores sino como acontecimientos que dotan de sentido al presente, es necesario dialogar con esas imágenes. Por ello es fundamental seguir trabajando desde varias disciplinas para que estas fotografías, y con ellas el conocimiento del pasado sobre nuestra ciudad, no queden en el olvido.

Esto nos recuerda que las memorias no existen per se, sino que se construyen de manera compartida —y, por lo tanto, se deconstruyen y a veces hasta se destruyen— en un espacio y tiempo determinados. Vivimos en un momento sociohistórico en el que el olvido parece ley y las políticas de las memorias un despropósito, pero justamente ahí yace la importancia de la conservación de los archivos, entendiendo las memorias no solo como un escenario para la cohesión social, sino como un campo de disputa contra olvidos impuestos impunemente.

 

Rufer, M. (2021). Patrimonio y Memoria: ¿una relación tensa? [conferencia web]. Secretaría de Cultura y Turismo. https://bit.ly/3Iw316I

Dorado, Y., & Hernández, I. (2015). Patrimonio documental, memoria e identidad: una mirada desde las Ciencias de la Información. Ciencias de la Información, 46(2), 29–34. https://bit.ly/49UlIxn

Editorial

Foto: Pablo Vázquez Piombo

La preservación de la memoria cultural y la identidad

La memoria cultural de México se ha configurado a lo largo del tiempo a través de diversos hechos y factores históricos, sociales y políticos que han contribuido a construir nuestra identidad colectiva. La recuperación o rescate de la memoria nos permite valorar aquellos elementos que como mexicanos nos identifican y nos distinguen de otras culturas y países.

En este número se comparten diversas miradas de la recuperación de la memoria a partir de proyectos como el rescate fotográfico, que captura escenas y momentos que se han ido, o de las tradiciones musicales de los pueblos, que propician espacios de integración social. Se presentan artículos sobre el uso de tecnologías digitales en la preservación del patrimonio, la comprensión de la arquitectura de nuestras ciudades y la importancia del patrimonio natural, los cuales apoyan en la construcción de esta memoria colectiva que consideramos nuestra identidad cultural.

Mónica Solórzano Gil, Pablo Vázquez
Piombo y Fabiola Núñez Macías

Académicos del ITESO

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Para acercarte a algunos de estos recursos de recuperación y conservación de la memoria cultural de México visita: https://memoricamexico.gob.mx/

Clavigero Núm. 31

La vida al centro: mujeres y territorios

Periodo: febrero–abril 2024

Ante las diversas crisis socioambientales las mujeres destacan como líderes en los movimientos por la defensa del territorio. Defensoras en México y en el mundo observan, cuidan y procuran la supervivencia y la vida misma mediante distintos proyectos, como los que presentamos en este número: huertos y viveros comunitarios, reforestación y restauración de cauces y bosques, defensa de espacios públicos y recreativos, proyectos artísticos, trabajo con infancias y juventudes, farmacias vivientes y el rescate de la medicina tradicional. El trabajo que las mujeres defensoras realizan en el contexto actual nos recuerda la urgencia de transitar hacia relaciones de cuidado, mantenimiento y reproducción de la vida más horizontales, recíprocas y justas.

Daniela Gloss, Rebeca Acevez y Marinés de la Peña, académicas del ITESO

Publicado: 2024-02-01

 

Contenido

Editorial
Daniela Gloss, Rebeca Acevez y Marinés de la Peña
Las cuidadoras del agua: la recuperación del río Pitillal
Ana Itzel Lozano Romero
Mujeres y huertos agroecológicos hacia un modelo sustentable
Rosario Aceves Íñiguez y Natalia Mesa Sierra
Guardianas del bosque El Nixticuil
Velvet Ramírez y Georgina Gastélum
Las mujeres ante la crisis socioambiental: de vulnerabilidad a fuerza colectiva
Daniela Gloss
Infografía: María S. Magaña
Huertas medicinales colectivas
Escuela para Defensoras en Derechos Humanos y Ambientales Benita Galeana
La defensa del territorio en la ribera de Chapala
Alejandra Guillén
Ciencia a sorbos. Científicas en México por la defensa del territorio
Maya Viesca Lobatón
La Pisca. Re–crear la vida en la sierra
Juan Carlos Zavala Jonguitud, S.J.
Cuidados psicoafectivos en la defensa del territorio
Olivia Guadalupe Penilla Núñez
Infancia y territorio
Yoloxóchitl Corona Ruelas
Las Guardianas del río Metlapanapa como cuidadoras de vida
Valentina Campos Cabral

Las Guardianas del río Metlapanapa como cuidadoras de vida

Valentina Campos Cabral / directora del Instituto de Investigaciones en Medio Ambiente Xabier Gorostiaga, S.J., de la Ibero Puebla

En un contexto de creciente conflictividad territorial ante proyectos extractivistas, en México, como en toda América Latina, mujeres de comunidades indígenas, campesinas y urbanas adquieren notoriedad como voceras y líderes de organizaciones que denuncian y se oponen a dinámicas y lógicas que amenazan sus medios y formas de vida.

En el valle poblano, en el marco de una historia de resistencia a la urbanización, la industrialización y la extracción de bienes naturales impulsados desde mediados del siglo XX, se ubican dos momentos en los que las mujeres han desempeñado un papel decisivo en el último lustro: el primero contra la construcción de un colector pluvial y sanitario desde la ciudad textil de Huejotzingo, en 2018, y el segundo, en 2021, con el cierre de la planta embotelladora Bonafont, del grupo Danone.

En el contexto del inicio de la construcción de obras para canalizar las aguas pluviales y sanitarias de ciudad textil, las Guardianas del río Metlapanapa denunciaron la contaminación por las descargas sin tratamiento previo de este parque industrial, de los drenajes municipales, de las industrias textiles y proveedoras de empresas automotrices, e incluso de la población misma. La acción colectiva de estas mujeres logró cancelar la obra al demostrar que la autoridad promovente, la Comisión Estatal de Agua y Saneamiento, no contaba con los permisos federales, municipales y comunitarios necesarios ni podía garantizar que las aguas vertidas al río no representaban ningún peligro para este, las personas o los ecosistemas.

En el caso de la planta de tratamiento de agua Bonafont, las Guardianas del río Metlapanapa y los Pueblos Unidos de la Región Cholulteca y de los Volcanes alertaron la operación de la empresa por 29 años, sin claridad en la vigencia de su concesión, de la existencia de una manifestación de impacto ambiental, del pago de derechos y del volumen extraído. A la par, observaban la contaminación de las aguas superficiales y profundas, la pérdida de manantiales, el colapso de pozos artesanales, la escasez de agua para la agricultura, la pérdida de actividades económicas como la agricultura y producción de ladrillo, la desintegración de espacios de convivencia y cuidado en torno a la presencia del agua, así como la afectación a otras formas de vida.

Las mujeres en estos movimientos se dicen interpeladas porque, además de que  las actividades, la base material que les dan sustento y las formas de subsistencia de sus comunidades se alteran, se pierde la salud en interdependencia con la destrucción del territorio. Es clara la falta de consideración y respeto a sus emociones, prácticas culturales y espirituales.

El proyecto del colector y la embotelladora son una muestra de los impactos negativos que el “desarrollo” lleva a sus localidades, a los que no dudan en nombrar como “proyectos de muerte” o generadores de “infiernos ambientales”. Sin embargo, es muy importante destacar las iniciativas de defensa de la vida, con trabajos de cuidado comunitarios de educación, salud, comunicación, agroecología, artes, economía social y solidaria, que también cuentan con actividades que los vinculan con otros pueblos y luchas, académicos e investigadores de todo el mundo.

Con ello, las mujeres suman a sus tradicionales jornadas de cuidado productivo y reproductivo todas aquellas actividades asociadas a la defensa del territorio, como la participación en asambleas, movilizaciones, medios de comunicación, mítines, viajes, reuniones con autoridades, entre otras. Sin duda, esto las reposiciona individual y colectivamente, pero también las expone a un mayor desgaste, a la agresión por parte de la autoridad o de grupos emergentes en los territorios, y a   tensiones al interior de sus grupos domésticos.

Estos elementos, si se pretende alcanzar una vida digna, deberán ponerse en la mesa de la discusión, en el entendido de que es fundamental atender los temas del cuidado de la casa común. De igual manera, las condiciones concretas de vida de los defensores del territorio deben ser un esfuerzo ampliado de reconciliación y justicia.

Infancia y territorio

Yoloxóchitl Corona Ruelas / académica del Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO

Foto: Susana Norzagaray

Mi mamá creció en un pequeño pueblito sin luz, drenaje, grandes tiendas, ruidos de motores ni gente corriendo a todos lados. Su país de la infancia fue el río, el cerro, las tormentas, los sonidos de la noche, las estrellas y los ciclos de la tierra. Ella generó un profundo amor y apego al territorio desde su infancia, tal como pasó con otras personas que conozco y que llamamos defensoras.

Pequeñas Juanitas, Tibus, Lupes, Liliths, Marisas, y pequeños Alejandros, Enriques, Ezequieles y Josés crecieron para ver sus bosques amenazados por la tala, sus tierras muertas por químicos, sus ríos contaminados por la industria, sus laderas convertidas en vertederos o sus campos atravesados por gasoductos. Pero el cariño a ese país de la infancia los puso en pie de lucha para defender su casa, su vida y su alegría. Y ahí siguen.

Pero, ¿qué pasa con las niñas y los niños que no tuvieron río, cerro ni ciclos de la tierra para conocer y aprender a amar, sino territorios devastados, enfermedad y muerte?

Pensemos, por ejemplo, en uno de los casos más graves de nuestro estado, el de la contaminación del río Santiago. Ya desde 2009 la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco documentaba las graves violaciones “a gozar de un ambiente sano y ecológicamente equilibrado, a la salud, al agua, a la alimentación, al patrimonio, a la legalidad, a la seguridad social, al desarrollo sustentable, a la democracia, al trabajo, a tener una vivienda en un entorno digno”.1[1] En el caso de niñas y niños también se vulneraba su derecho a un nivel de vida adecuado para su desarrollo físico, espiritual, moral y social.

Existe otro grado de complejidad: lo difícil que es defender algo que no amas, y lo difícil que es amar algo que no conoces. Niñas y niños que, en lugar de soñar con el río, respiran día y noche los olores tóxicos que hoy emanan de él. ¿Qué país de infancia crece en sus apegos? ¿Cómo crecerá el amor que sostiene las luchas por defenderlo?

Es aquí donde entran en escena todas esas colectividades, redes, comunidades —o como decidan nombrarse— que resisten donde el despojo, el extractivismo, el agravio y la violencia son normalidades impuestas. Esas colectividades que comparten desde la cotidianeidad y enseñan haciendo, en las que las tradiciones se transmiten de boca en boca y de generación en generación para construir ese poderoso “nosotros”; el del conocimiento colectivo que reproduce la vida y la alegría.

Por todo Jalisco han surgido y continúan surgiendo espacios donde niñas y niños no solo construyen parte de su país de infancia, sino que lo hacen en clave de defensa de sus territorios. Así, como si fuera un juego, niñas y niños de San Juan Bautista de la Laguna visten su Arco para las fiestas a fines de enero. Bordan fotos antiguas del río y montan nuevos tendederos de sueños en El Salto. Caminan su bosque en Juanacatlán. Así también graban podcast de sus conversaciones con el río, hacen animación en sus propios canales de internet ¡y hasta arman pequeños baños secos como proyectos en la escuela! Así también mi hija camina los pasos de su abuela.

Estos procesos abren espacios para escuchar lo que niñas y niños tienen que decir. Para que expresen lo que sienten. Para que desarrollen diferentes habilidades y destrezas. Para que hagan comunidad. Y entre juegos florece la esperanza de construir el imprescindible relevo generacional para mantener todas estas luchas por la vida.

 

[1] Álvarez, F. (2009). Recomendación 1/2009. Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco. México, pp. 1–275.
https://bit.ly/3RJfgCm

Cuidados psicoafectivos en la defensa del territorio

Olivia Guadalupe Penilla Núñez / académica del Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO

Foto: Comunicación Escuela Benita Galeana

En el tiempo que he podido acompañar a distintos colectivos en defensa de territorios me he percatado de algunos dolores, que no todo psicólogo clínico alcanza a escuchar.

Algunas veces, quizás por el papel social de cuidadoras, son las mujeres quienes comienzan o sostienen las luchas. En la defensa del bosque El Nixticuil ellas avanzaron primero, buscando cuidar de sus hogares y reconociendo que los 300 robles adultos, derribados en una noche, eran también parte de ellos.

Las luchas suman otro cuidado. El cuidado del otro, del colectivo, del territorio mismo, se agregan al cuidado cotidiano de la familia nuclear y extendida, de la casa, en muchos casos de quienes resultan enfermos por la devastación del ecosistema donde se vive. Este es el caso de Un Salto de Vida, quienes, tras años en la defensa de su ecosistema, ahora cuidan también de quienes enferman como producto de la contaminación del río Santiago.

En las diversas defensas, como en cualquier vida, ocurren altibajos, días buenos y otros no tanto. Pero lo que es común es el acoso que atraviesan las personas y los colectivos por parte de los diversos grupos de poder —económico y político— que sistemáticamente destruyen los hábitats. Este acoso puede ser legal, y ocurre bajo cualquier pretexto; o económico, que sucede cuando se solicita el pago de multas o sanciones. Sin embargo, el que me parece más terrible, por cotidiano e insistente, es la ruptura que generan entre vecinos, amigos y familiares.

Todo el que destruye un territorio tiene algún propósito —casi siempre es económico— que se enarbola como causa social. Se hacen casas y caminos para, supuestamente, satisfacer las necesidades de vivienda y comunicación. Se crean industrias y empresas, o incluso escuelas, por “el desarrollo” social o comunitario, y este eslogan acompaña cada destrucción. La mayoría de las veces ese discurso, que cuenta con el apoyo mediático y político, se difunde entre vecinos y comienza la polarización. Quien defiende el territorio se vuelve un ser antisocial que no quiere el desarrollo, que no quiere el bien común. Se les va dejando solos. Es frecuente que incluso se hable de malestares psiquiátricos: “Esa gente no entiende, cree que el mundo y el progreso están en su contra. Están locos”. De a poco, y con dinero de por medio, procuran aislar a quienes defienden su territorio y la vida con el objetivo de que se cansen.

El cansancio alcanza algunas veces la tristeza de perder terreno, instrumentos legales, compañeros de lucha y amigos. A veces solo se distancian porque los convencen o porque los asustan; a veces es más grave: los desaparecen o los matan.

El psicólogo clínico, como algunos familiares, en ocasiones no entiende y cuestiona qué hace en esa lucha que tanto le quita. Esta pregunta los deja más solos. Y es que es difícil transmitir que la apuesta es por la vida, que toda la energía vital está puesta en cuidarla, defenderla, preservarla. Y esta energía vital —libido, eros— es la que los une, la que los conforta y les da fuerza.

Es importante reconocer lo que se va perdiendo, sí, como es importante elaborar cualquier duelo. Solo así es posible reconocer también lo que se gana.

Re–crear la vida en la sierra

Juan Carlos Zavala Jonguitud, S.J. / académico del Departamento de Filosofía y Humanidades del ITESO

Foto: Yoana Rodríguez

Inés es sirígame (gobernadora indígena) de Porochi, en la Sierra Tarahumara; Guadalupe, su nieto, vivía con su mamá en campos de trabajo jornalero en Sinaloa y Chihuahua. Cuando se enteró de que él no estaba registrado y tampoco iba a la escuela, decidió llevárselo, cuidarlo, enseñarle rarómari y meterlo a estudiar; es decir, otorgarle a su nieto las condiciones que le permitieran sostenerse, propias de las comunidades rarómari, y con ello re–crear la vida de los pueblos indígenas de la sierra.

La defensa del territorio en la Sierra Tarahumara es, para los pueblos rarámuri y rarómari, la defensa de sus modos de estructurar y re–crear la vida. A las amenazas ya conocidas por los pueblos indígenas de nuestro continente se suma la migración jornalera, que provoca, con el desplazamiento de personas, la ruptura de la forma en que se procura la vida.

El modo en que los pueblos indígenas de la sierra han estructurado su existencia está entreverado con el territorio geográfico. La tierra poco fértil, extensa y quebrada guarda una relación estrecha con la resistencia, la movilidad, la autonomía y la solidaridad características de los pueblos. Las comunidades viven bajo lógicas de consumación, cuidado y solidaridad colectiva, contrarias al sistema hegemónico capitalista.

Para el capital el trabajo jornalero es, junto con la explotación de recursos naturales, la única manera en que se tolera a estos pueblos. Con la migración jornalera los modos en que se reproduce la vida, material y simbólicamente, se ven trastocados, y la precariedad de las condiciones laborales casi no permiten su reimaginación.

Es justo aquí donde las mujeres enseñan, con su ejemplo y sin aspavientos, cómo al cuidar la vida se defiende el territorio en que esta es posible. Abuelas que crían a sus nietos que vivían sin estudios ni nombre en los centros de trabajo jornalero son muestra de que, al poner al centro no el capital, sino la vida, se encuentran maneras de hacer frente a la amenaza.