Mujeres y huertos agroecológicos hacia un modelo sustentable

Rosario Aceves Íñiguez / Unesbio, A.C.
Natalia Mesa Sierra / Centro Interdisciplinario para la Formación y Vinculación Social del ITESO y Paisajes Manejo Integral, A.C.

Foto: Yoana Rodríguez

En México existen grupos ciudadanos, colectivos y cooperativas agroecológicas en los que se tejen redes de apoyo con la finalidad de compartir experiencias, saberes y técnicas para la producción agroecológica de alimentos, plantas medicinales y aromáticas, e insumos con un modelo a baja escala o de autoconsumo ambientalmente amigable. Estas iniciativas son concebidas principalmente como espacios de resistencia a los modelos industriales y contaminantes de producción de alimentos, así como una solución ante las problemáticas del cambio global —como la deforestación, la pérdida de suelos fér­tiles y la crisis de polinizadores—, que han afectado en mayor medida a las mujeres margina­das.[1] Por esto es indispensable promover y fortalecer grupos que busquen la sustentabilidad ambiental y la reducción de las brechas de desigualdad de género.

Entre los esfuerzos de este tipo está el huerto agroecológico Atemajac, ubicado en Zapopan, en la zona urbana del área metropolitana de Guadalajara, integrado por mujeres con distintos perfiles y edades que van desde los 22 hasta los 74 años. Este proyecto busca promover la soberanía alimentaria a través de la producción de alimentos y plantas medicinales, y acortar la brecha de género para transitar hacia modelos de producción más inclusivos e igualitarios en la agroecología y la producción sustentable.

El huerto ha permitido el encuentro de diversas visiones a partir de espacios de esparcimiento, recreación y relajación, el planteamiento de un proyecto de vida y la producción para el autoconsumo. Actualmente, en colaboración con la Unión de Especialistas en Biodiversidad, Conservación y Sustentabilidad (Unesbio, A.C.), se están realizando inventarios de la flora y fauna que habitan este huerto, así como de los servicios ambientales que este espacio ofrece, con la finalidad de reconocer y promover la importancia de estas iniciativas.

Por otro lado, tenemos el caso del Vivero Comunitario de San Juan de Abajo, Nayarit, el cual nació como parte de un proyecto para la restauración ecológica del paisaje agrícola de la región. En este espacio las mujeres han sido las responsables de la colecta de las semillas de especies arbóreas nativas y de la producción de las plantas para los procesos de reforestación. La mayoría de ellas son cabezas de hogar, lo que en este contexto es de suma importancia debido a que el vivero resultó ser un espacio de empoderamiento en el que tienen voz y voto, independencia económica y reivindicación en su comunidad, pues les ha brindado un sentido de pertenencia y un lugar de reconocimiento.

Estos casos nos han enseñado la necesidad de articularnos y formar redes más amplias, trabajando y apoyando grupos integrados por mujeres en comunidades rurales. Son principalmente ellas quienes acogen la agroecología, ya que se organizan de mejor forma con fines de colectividad y sororidad, a pesar de tener menor tenencia legal del territorio. Con su trabajo se instrumentan huertos de traspatio, huertos y viveros comunitarios, y procesos para la transición agroecológica de sus cultivos, lo que ha permitido no solo la producción de alimentos, sino también el fortalecimiento de las relaciones de las mujeres de la comunidad y externas a ella, la formación de nuevos grupos y espacios de producción agroecológica, y el intercambio de experiencias y cotidianidad.

Estos proyectos refuerzan el tejido social —con acciones contundentes y tangibles para la mejora del territorio y las relaciones comunales—, así como los lazos entre las mismas mujeres, al ser espacios de esparcimiento, relajación, diversión y trabajo para que todo germine, crezca y florezca en todos los sentidos.

 

[1] Silesbarcena, I. (2019). Feminism and sustainability. Global Social Changes. The University of Manchester.
https://bit.ly/480BrcY

 

Las cuidadoras del agua: la recuperación del río Pitillal

Ana Itzel Lozano Romero / egresada de Ciencias de la Comunicación del ITESO, colaboradora en el Centro Interdisciplinario para la Formación y Vinculación Social e integrante del Grupo Ecológico de Puerto Vallarta

Foto: Marinés de la Peña

Puerto Vallarta, Jalisco, es una región que, como muchas otras en México, ha pasado por múltiples dinámicas de despojo territorial y de bienes naturales por la colonización costera; desde los años cincuenta ha existido una centralización por parte del estado en la inversión del desarrollo turístico. Así, la ciudad se ha caracterizado por un constante ascenso poblacional, acompañado de una desmedida urbanización y una distribución demográfica que genera segregación y desigualdades en la población local. A esto se suma el conglomerado de problemáticas socioambientales, consecuentes de la extracción de bienes naturales, que provoca el desarrollo inmobiliario del mercado turístico, entre ellos, la falta de acceso a playas, espacios públicos o áreas verdes.[1]

PRINCIPALES LOGROS:
• A lo largo de las dos últimas décadas el colectivo ha logrado plantar 224 árboles, que hoy alcanzan los veinte metros de altura.
• El éxito de las campañas de reforestación se encuentra en los procesos de cuidado que la agrupación da a los árboles durante tres años.
• Desde sus inicios el grupo se ha movilizadopara exigir el cuidado y la conservación de los ecosistemas de la ciudad.

En este contexto, el Grupo Ecológico de Puerto Vallarta A.C. ha dedicado diversos esfuerzos en busca de una mejor calidad de vida para la población local y la preservación de los ecosistemas.[2] Desde sus inicios, en 2003, se ha caracterizado por la continua participación de mujeres, quienes han sostenido estos procesos durante dos décadas. Su labor más exhaustiva ha sido la recuperación de la ribera del río Pitillal, que consiste en la reforestación de la zona. Hoy, muchas personas disfrutan de estos espacios como lugares de recreación y actividad física, protegidos por la sombra de los árboles.

El proceso de plantación conlleva una práctica de cuidado de por lo menos tres años, procurando el riego semanal durante este periodo. La agrupación suele utilizar el agua del río para cumplir con esta actividad, pero con el paso del tiempo han notado cómo se seca cada vez más. Esto lo han identificado como una consecuencia del maltrato que el gobierno ha tenido con el río, principalmente en una de las supuestas limpiezas, que terminó siendo la tala de más de 150 árboles distribuidos en alrededor de un kilómetro del cauce.[3]

El grupo ha pasado por otros momentos de sabotaje en los espacios de reforestación, que en algunos casos fueron estrategias de cambio del uso del suelo para la construcción. Varios partidos políticos y gobiernos han tratado de apropiarse de sus labores en medios de campaña, instrumentando proyectos de urbanización que quedan incompletos. Ante esta situación el colectivo ha generado formas de vigilancia para mantener al margen estas intervenciones. De este modo, los esfuerzos de las mujeres han incentivado la participación local, fortaleciendo el tejido social en busca de la convivencia armónica de todos los seres vivos que habitan estos espacios. [4]

 

[1] Padilla y Sotelo, L., & De Sicilia, R. (2022). Reconfiguración territorial de la ciudad de Puerto Vallarta: destino turístico del Pacífico mexicano. En Jorge Isaac Egurrola, Emma Morales García & Abiel Treviño Aldape (coord.), La economía sectorial reconfigurando el territorio y nuevos escenarios en la dinámica urbano rural (pp. 271–291). UNAM. https://bit.ly/3TaqWPP

[2] González, M. (2023, 22 de julio). Ambientalistas piden detener permisos para construcción. Tribuna de la Bahía. https://bit.ly/482A25u

[3] Valenciano, A. (2020, 22 de junio). Limpian Río Pitillal y arrasan con bosque de sauces. Ciudad Olinka.
https://bit.ly/482YW52

[4] La información de este texto fue obtenida en su mayoría de la entrevista a integrantes del Grupo Ecológico de Puerto Vallarta A.C. en marzo de 2023

 

>>Conoce más en:
https://bit.ly/46Iipql

Editorial

Foto: Gabriel Nieto

Mujeres que ponen la vida al centro

Ante las diversas crisis socioambientales las mujeres destacan como líderes en los movimientos por la defensa del territorio. Su gran trabajo en las tareas de cuidado y de tejido comunitario las ubica en los espacios y los entornos adecuados para impulsar esta causa. Defensoras en México y en el mundo observan, cuidan y procuran la supervivencia y la vida misma mediante distintos proyectos, como los que presentamos en este número: huertos y viveros comunitarios, reforestación y restauración de cauces y bosques, defensa de espacios públicos y recreativos, proyectos artísticos, trabajo con infancias y juventudes, farmacias vivientes y el rescate de la medicina tradicional. El trabajo que las mujeres defensoras realizan en el contexto actual nos recuerda la urgencia de transitar hacia relaciones de cuidado, mantenimiento y reproducción de la vida más horizontales, recíprocas y justas.

Daniela Gloss, Rebeca Acevez
y Marinés de la Peña

Académicas del ITESO

Clavigero Núm. 30

Violencia laboral: un reto pendiente

Periodo: noviembre 2023–enero 2024

La violencia laboral es un problema social que está presente de manera cotidiana en la vida de muchas personas, sin embargo, suele ser naturalizada e invisibilizada al ser percibida como algo común e inherente a las relaciones personales y laborales.

En los textos de este número, miembros de distintas instituciones y proyectos presentan las aristas de la violencia laboral para entender qué es, sus manifestaciones y cómo se vive el acoso, el hostigamiento y el burnout. Además, las y los autores ofrecen elementos para identificarla y los recursos para avanzar en los ámbitos personal, organizacional y social.

Ana Paola Aldrete González, Daniela Jiménez Rodríguez y Eloisa Delgadillo Rosas, académicas del ITESO

Publicado: 2023-11-01

 

Contenido

Editorial
Ana Paola Aldrete González, Daniela Jiménez Rodríguez y Eloisa Delgadillo Rosas
La difícil tarea de reconocer y nombrar la violencia laboral
Marcela Del Muro y Estéfany Franco
El acoso y el hostigamiento en el trabajo
Alejandra Hernández Aguirre y Fernanda Elías Loyola
Violencia laboral: manifestaciones e impactos
Ana Paola Aldrete González y Centro de Reflexión y Acción Laboral
Infografía: María S. Magaña
Nosotras las minorías
María del Rosario Ramírez Morales
El autocuidado ante la violencia laboral
David Pons
Ciencia a sorbos. El apasionante mundo de la ciencia… ¿para todos?
Maya Viesca Lobatón
La Pisca. Una mirada ignaciana sobre la explotación de las trabajadoras del hogar
Miguel Cerón Becerra, S.J.
Burnout: ¿enfermedad o violencia laboral?
Rodrigo Torres Mejorada
Cuando la violencia ya ocurrió ¿qué sigue?
Ana Calderón Salazar

Cuando la violencia ya ocurrió ¿qué sigue?

Ana Calderón Salazar/ líder de incidencia en Intersecta

Ilustración: Flor Guga

Preguntas, retos y posibilidades

Desde temprana edad comprendimos la relevancia del trabajo como una esfera fundamental en la vida, capaz de definir nuestro acceso a elementos de supervivencia básica. A pesar de su importancia carecemos casi por completo de las herramientas necesarias para enfrentar su complejidad, especialmente cuando nos encontramos dentro de un entorno caracterizado por profundas desigualdades, como es el caso de México. Nos ubicamos en una esfera que demanda interacción constante con personas con historias, personalidades, intereses y herramientas distintas a las nuestras, pero, lamentablemente, no contamos con un conocimiento básico de cómo afrontar conflictos y posibles situaciones de discriminación y violencia que puedan surgir en este contexto. Sumado a esto, se observa que la respuesta cultural más legítima al conflicto,[1] o a los comportamientos no aceptables, es el castigo.

Lo anterior se materializa de distintas formas a lo largo de la vida, desde los castigos en instituciones de educación hasta el sistema penal que posiciona a las cárceles como la máxima expresión de justicia sin cuestionar cómo estos mecanismos profundizan las causas de la violencia y la desigualdad. Las personas, sin embargo, no siempre parecen querer el castigo más severo. Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2021, de las mujeres que sí denunciaron violencia, el 69% lo hizo en su propio centro de trabajo o sindicato,[2] por lo que estas rutas fueron más recurrentes que acudir a fiscalías. Si algo nos permiten ver estos datos es que, frente a la violencia laboral, lo que se busca es que las mismas organizaciones laborales resuelvan el problema.

Todas las personas somos capaces de ejercer, recibir o encontrarnos involucradas en situaciones de violencia y discriminación en el mundo del trabajo. Es importante impulsar diálogos desde un enfoque de justicia restaurativa, en el que se aborden los conflictos y la violencia laboral de una manera más integral y equitativa, y con el que se promueva la negociación y reconciliación entre todas las partes. Para lograrlo se requieren transformaciones en los planos institucional y social que generen procesos de justicia que vayan más allá del castigo, y que abran espacios de diálogo para escuchar las necesidades de todos los afectados.

En el ámbito institucional contamos con herramientas fundamentales para entender qué es la violencia, así como diversas estrategias para combatirla. A partir del 6 de julio de 2023 en México entró en vigor el Convenio 190[3] de la Organización Internacional del Trabajo, el cual reconoce el derecho de todas las personas a una vida libre de violencia y acoso en el ámbito laboral. Este documento ofrece una serie de definiciones y recomendaciones innovadoras para que los países puedan armonizar su legislación interna y lograr su cumplimiento. México tiene un camino largo por recorrer para que, en el plano institucional, exista un lenguaje básico e instrumentos prácticos que construyan y fortalezcan procesos de protección laboral más allá del punitivismo.

En el plano social, la violencia y la discriminación no son hechos aislados, son elementos que pueden articular nuestras relaciones. Se requiere, por lo tanto, que desde las etapas más tempranas de formación se generen espacios y estrategias para afrontar estos fenómenos de manera colectiva.[4]

Todas las personas tenemos un papel importante en la transformación del mundo del trabajo. Este proceso debe ir acompañado de muchas preguntas que deberán  ser discutidas en diversos espacios, entre ellas ¿cómo imaginar otras formas de justicia?, ¿cómo dejar de reproducir sistemas de castigo que solo profundizan desigualdades y fragmentan el tejido social? Habrá que crear más puentes de diálogo para encontrar pequeñas certezas y trazar rutas hacia la construcción de un ecosistema donde el mundo del trabajo sea un espacio digno, en el que los procesos de denuncia y conciliación sean cercanos y accesibles, donde existan mejores mecanismos de prevención, inspección y generación de datos, y en el que la justicia no encuentre su lugar únicamente en el castigo.  

>>Conoce más en:
https://www.intersecta.org/

 

[1] Santoro, E. (2021, 23 de abril). Por qué el punitivismo no es la respuesta. Página 12. https://bit.ly/3rqJPTd

[2] La violencia en el mundo del trabajo. (2023, 28 de marzo). Intersecta. https://bit.ly/46pzN3H

[3] Gómez, H. (2023, 6 de julio). Ya entró en vigor el Convenio 190 de la OIT, ¿ahora qué sigue? Nexos. https://bit.ly/48qhDjV

[4] Carbonell, A. P., Franco, E., Hermosillo, J. P., & Jiménez, D. (2023). La acción comunitaria desde una cultura de paz. Clavigero, No. 28, pp. 4–5. https://bit.ly/3EOxriN

Burnout: ¿enfermedad o violencia laboral?

Rodrigo Torres Mejorada / doctorante del programa de Estudios Científico–Sociales del ITESO

Ilustración: Flor Guga

En 2023 la palabra pandemia evoca en la mente de las personas casi exclusivamente una cosa: covid–19. Sin embargo, diez años antes Kate Nash ya nos advertía en su artículo The growth of Burnout Syndrome cómo la Organización Mundial de la Salud (OMS) proyectaba que “el burnout se convertiría en una pandemia durante la siguiente década”.[1]

Este vaticinio tuvo razón. Para 2019, debido al creciente número de casos, la OMS incluyó al burnout en su lista de enfermedades laborales, enfatizando que se trataba de un fenómeno vinculado al trabajo.

Pero ¿qué es el burnout? Como síntesis de diversas definiciones, se puede decir que es una experiencia derivada del estrés crónico en el lugar de trabajo, en la que, independientemente de la ocupación que realice, el sujeto agrupa progresivamente sentimientos y actitudes negativas que implican alteraciones, problemas y disfunciones físicas y psicosociales con consecuencias perniciosas en la persona, la organización y su entorno social.

Este vínculo con lo laboral explica la proliferación del fenómeno. En México, de acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares,[2] en 2020 la principal fuente de ingresos de las familias fue el ingreso de trabajo, que representa el 63.8% de su ingreso total; dentro de esta categoría, las remuneraciones por trabajo subordinado representan el 84.5%. En pocas palabras, el sueldo constituye casi la totalidad de los ingresos en el país.

Que los ingresos estén ligados al empleo puede crear una dependencia, de tal modo que, sin importar cuál sea el trabajo y bajo cuáles condiciones lo desempeñemos, solemos estar agradecidos y aferrarnos a él. Esta atadura (auto)impuesta genera relaciones desiguales entre empleador y trabajador, como menciona Federico Dalponte: “El derecho al trabajo es por naturaleza desigual […] el empleador puede, si quiere, prescindir de los servicios del trabajador; puede extender su jornada laboral, puede tornar insoportables las condiciones de la labor, puede pagar poco, pagar menos, pagar nada, pues siempre tendrá a otro hombre o mujer dispuesto a remplazarlo”. [3]

Desde mi perspectiva, esta dependencia es la principal razón por la que el burnout debería considerarse violencia laboral, que tradicionalmente se ha asociado a situaciones más evidentes como el acoso o la intimidación en el lugar de trabajo. El hecho de que su aparición sea gradual, y hasta cierto punto silenciosa, no anula los tremendos efectos negativos en la persona que lo padece, ni su impacto en el ámbito social. Estas consecuencias son producto de condiciones ajenas al trabajador —por ejemplo, los ritmos de trabajo y las condiciones laborales—, que normalmente no elegiría de manera espontánea o voluntaria.

Que la OMS incluya el burnout como enfermedad laboral es un paso positivo en cuanto a la visibilización del problema, pero me parece que entenderlo como enfermedad y no como una forma de violencia laboral dificulta su correcto análisis y, por lo tanto, la búsqueda de maneras para evitarlo.

Como enfermedad, el foco suele ponerse en las personas trabajadoras y en cómo  evitar el padecimiento, cuando en realidad la atención debería estar en corregir la estructura que permite e incluso fomenta las prácticas y condiciones que llevan a las personas a “quemarse”.  

>>Conoce más en:
¿Por qué estamos tan cansados? La sociedad del cansancio | Byung–Chul Han: https://bit.ly/3PCrV7Q

• Profedet. Lo que debes saber en materia de discriminación y violencia laboral. https://bit.ly/3Pw9kdP

• Ana Georgina López. Burnout en tiempos de pandemia: https://bit.ly/3PTDyc5

• Gobierno de México. Síndrome de Fatiga Crónica y Síndrome de Burnout: https://www.gob.mx/salud/articulos/sindrome-de-fatiga-cronica-y-sindrome-de-burnout

• NOM–035 Factores de riesgo psicosocial en el trabajo: https://www.gob.mx/stps/articulos/norma-oficial-mexicana-nom-035-stps-2018-factores-de-riesgo-psicosocial-en-el-trabajo-identificacion-analisis-y-prevencion

 

[1] Nash, K. (2013). The growth of Burnout Syndrome. https://bit.ly/48pJIYN

[2] Inegi. (2021). Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2020. https://bit.ly/3ZstjP8

[3] Dalponte, F. (2018). El trabajo como tragedia universal. Prometeo Libros.

Una mirada ignaciana sobre la explotación de las trabajadoras del hogar

Miguel Cerón Becerra, S.J. / candidato al Doctorado en Filosofía por la Universidad Loyola de Chicago

Ilustración: Flor Guga

La filósofa Johanna Oksala demuestra que la mercantilización del trabajo del hogar depende de las desigualdades sociales que el capitalismo neoliberal reproduce a escalas global y local.[1] Estas tareas se realizan en condiciones laborales precarias que afectan principalmente a las mujeres —quienes componen tres cuartas partes de esta fuerza laboral— y se agudizan en las regiones más empobrecidas. En sociedades capitalistas la precarización del trabajo doméstico se normaliza por la informalidad generalizada en este sector, además de que está conceptualizado como una labor que provoca un costo social desdeñable. Por ende, para reducir el gasto público y privado en este ámbito las clases capitalistas externalizan esos trabajos a los hogares y periferias económicas y políticas. Con esta estrategia, las sociedades ricas despojan de riqueza y recursos —materiales y laborales— a las familias y comunidades más empobrecidas del mundo.

Los estudios sobre la explotación del trabajo doméstico revelan a un Dios que trabaja en condiciones de explotación exacerbada. Se trata de un Dios que labora y sufre para nuestro beneficio. Reconocer la situación de los y las trabajadoras del hogar implica percibir realidades que son difíciles de ver y escuchar en contextos capitalistas; esto incluye la violencia económica, racial y de género a causa de un capitalismo neoliberal que precariza aquellas labores esenciales para la sociedad y la economía.

Escuchar el grito de Dios que se expresa en el clamor de las y los trabajadores (Ex 3:7; Sant 5:4) abre cauces de esperanza, pues demuestra que el dominio del capital en nuestras sociedades no tiene la última palabra. Dios nos anima a poner los trabajos domésticos y de cuidados en el centro de la economía y la política.

[1] Oksala, J. (2023). Feminism, Capitalism, and Ecology. Northwestern University Press.

El apasionante mundo de la ciencia… ¿para todos?

Maya Viesca Lobatón / académica del Centro de Promoción Cultural y coordinadora del Café Scientifique del ITESO

 

Muchos coinciden en hablar de la ciencia como una de las mayores empresas de la historia. Su capacidad para mirar la realidad, cuestionarla, construirla y develar lo que a simple vista es inaccesible ha sido motor para que muchísimas personas hayan hecho de ella su medio de vida.

Sin poner en duda esto, cabe preguntarse quiénes lo han logrado. Anteriormente, la idea de ciencia tenía entre sus protagonistas a hombres, caucásicos, adinerados, que podían destinar sus horas y medios a la observación, la experimentación y al planteamiento de ideas. Mucho ha cambiado desde entonces, pero la pregunta se sostiene.

Cada dos años la revista Nature publica una encuesta sobre la satisfacción de los científicos con sus empleos. En 2018 alrededor del 72% dijo no haber presenciado actos de acoso o discriminación,[1] dato que matemáticamente pudiera ser positivo, pero que en realidad indica que casi un 30% los ha cometido. Dos años después, la misma encuesta mostró números similares.

Entre los asuntos a destacar, que van más allá del hecho de la discriminación, están los efectos que conlleva. La genetista Tiffany Rolle[2] aborda cómo el sentimiento de exclusión, o el miedo a ella, conducen a grados extremos de estrés, agotamiento (burnout) y johnhenrysmo,[3] derivados de la necesidad de demostrar la valía o capacidad para un trabajo que cada vez exige un nivel más alto de resultados.

En la actualidad el trabajo científico y académico es, por lo general, parte del engranaje socioeconómico, y su práctica se corresponde con los modelos dominantes en los que la eficiencia, la productividad y el rendimiento son valores intrínsecos. Como en otros ámbitos laborales, aquí también se viven problemas como la incapacidad de conciliar la familia y el trabajo, el acoso sexual y la intolerancia a las diversidades y capacidades; todo ello forma parte de un contexto de competitividad que deriva en otras violencias.

Muchos elementos cuestionan la idea de que la ciencia es “algo para todos”. Entre ellos están las inequidades estructurales, la dificultad de comprender y capitalizar sus producciones y, sobre todo, las  exclusiones que sus propias rutinas productivas provocan.  

 

[1] Survey reveals highs and lows of a life in science. (2018, 24 de octubre). Nature. https://go.nature.com/3ENjoKA

[2] Rolle, T., Vue, Z., Murray, S., Ash Shareef, S., Shuler, H., Beasley, H., Marshall, A., & Hinton, A. (2021). Toxic stress and burnout: John Henryism and social dominance in the laboratory and stem workforce. Pathogens and Disease, 79(7) pp. 1–9. https://bit.ly/44XhQrT

[3] John Henry, un símbolo de la resistencia contra la automatización industrial, ganó un desafío contra una máquina, pero murió en el proceso. Johnhenrysmo se utiliza para referirse a grupos subrepresentados.

El autocuidado ante la violencia laboral

David Pons / coach ejecutivo e instructor en liderazgo consciente y bienestar emocional

Ilustración: Flor Guga

En un mundo laboral cada vez más complejo y desafiante, el autocuidado emerge como una pieza fundamental en la protección y el bienestar de las y los trabajadores. Este texto ofrece herramientas para llevarlo a cabo y generar así un cambio positivo en la vida de cada persona y su entorno de trabajo.

¿Qué es el autocuidado?

El autocuidado es el conjunto de habilidades y competencias del trabajador para encontrar soluciones frente a los desafíos relacionados con la violencia laboral. Para ponerlo en práctica sugiero tres modelos que incluyen seis herramientas productivas, las cuales serán de ayuda para tomar medidas tanto individuales como colectivas.

Responsabilidad

El trabajador abusado no es responsable de la violencia, pero tiene la capacidad de definir las acciones que tomará para resolver el problema. Para ello hay tres preguntas clave: en esta situación, ¿qué depende y no depende de mí?; de lo que depende de mí, y sin importar que logre o no el cambio deseado, ¿qué elijo hacer para contribuir a una mejora y a la paz conmigo mismo?, y ¿qué valores quiero cuidar al iniciar estas acciones?

Retroalimentación (feedback)

En caso de que no haya peligro, es aconsejable saber proporcionar una retroalimentación efectiva a la persona que abusa o a las instancias previstas en la organización. Con este objetivo, recomiendo dirigirse o mencionar a la persona que comete el abuso, presentar hechos más que opiniones y hablar desde “lo que no funciona para mí”, en lugar de generalidades o acusaciones, para establecer que se busca una mejora conjunta.

Regular las emociones

Consiste en desarrollar mayor resiliencia y equilibrio emocional. Tomo  como referencia el modelo de regulación del doctor James Gross, psicólogo, profesor y director del Laboratorio de Psicofisiología de la Universidad de Stanford, que propone atender los siguientes elementos.

a) Situación: si se puede evitar, ¿qué hay que hacer para lograrlo? Si no se puede, ¿cómo podría modificarse? (por ejemplo, invitando a un colaborador a la junta en la que participará la persona que violenta).

b) Atención: para recobrar la calma se recomienda desviar la atención hacia algo diferente a los pensamientos o a lo que genera la emoción “negativa” (por ejemplo, hacia la respiración, las sensaciones en el cuerpo, lo que hay alrededor, etcétera).

c) Pensamientos: implica reinterpretar los pensamientos compulsivos que distorsionan la realidad con una perspectiva más balanceada. Un ejemplo de estos casos es cuando nos sentimos culpables por la violencia que otros nos causan y saltamos a conclusiones apresuradamente, diciéndonos que nos despedirán si hablamos de los abusos. Para evitar esta situación puede recurrirse a las siguientes dos preguntas: ¿qué hechos validan mis pensamientos compulsivos?, ¿qué hechos los invalidan?

d) Conducta: supone cuestionarse qué conducta alterna lleva a consecuencias más constructivas. Por ejemplo, en lugar de confrontar en el momento a la persona problemática, se podría optar por posponer la conversación o salir un momento.

A través de la decisión consciente de generar un cambio, el autocuidado puede traer repercusiones positivas para quien ha sido víctima de violencia laboral.

>>Conoce más en:
Handbook of Emotion Regulation, libro de James Gross.

Modelo de regulación emocional de Gross: https://bit.ly/48jEs8O