Infancia y territorio

Yoloxóchitl Corona Ruelas / académica del Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO

Foto: Susana Norzagaray

Mi mamá creció en un pequeño pueblito sin luz, drenaje, grandes tiendas, ruidos de motores ni gente corriendo a todos lados. Su país de la infancia fue el río, el cerro, las tormentas, los sonidos de la noche, las estrellas y los ciclos de la tierra. Ella generó un profundo amor y apego al territorio desde su infancia, tal como pasó con otras personas que conozco y que llamamos defensoras.

Pequeñas Juanitas, Tibus, Lupes, Liliths, Marisas, y pequeños Alejandros, Enriques, Ezequieles y Josés crecieron para ver sus bosques amenazados por la tala, sus tierras muertas por químicos, sus ríos contaminados por la industria, sus laderas convertidas en vertederos o sus campos atravesados por gasoductos. Pero el cariño a ese país de la infancia los puso en pie de lucha para defender su casa, su vida y su alegría. Y ahí siguen.

Pero, ¿qué pasa con las niñas y los niños que no tuvieron río, cerro ni ciclos de la tierra para conocer y aprender a amar, sino territorios devastados, enfermedad y muerte?

Pensemos, por ejemplo, en uno de los casos más graves de nuestro estado, el de la contaminación del río Santiago. Ya desde 2009 la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco documentaba las graves violaciones “a gozar de un ambiente sano y ecológicamente equilibrado, a la salud, al agua, a la alimentación, al patrimonio, a la legalidad, a la seguridad social, al desarrollo sustentable, a la democracia, al trabajo, a tener una vivienda en un entorno digno”.1[1] En el caso de niñas y niños también se vulneraba su derecho a un nivel de vida adecuado para su desarrollo físico, espiritual, moral y social.

Existe otro grado de complejidad: lo difícil que es defender algo que no amas, y lo difícil que es amar algo que no conoces. Niñas y niños que, en lugar de soñar con el río, respiran día y noche los olores tóxicos que hoy emanan de él. ¿Qué país de infancia crece en sus apegos? ¿Cómo crecerá el amor que sostiene las luchas por defenderlo?

Es aquí donde entran en escena todas esas colectividades, redes, comunidades —o como decidan nombrarse— que resisten donde el despojo, el extractivismo, el agravio y la violencia son normalidades impuestas. Esas colectividades que comparten desde la cotidianeidad y enseñan haciendo, en las que las tradiciones se transmiten de boca en boca y de generación en generación para construir ese poderoso “nosotros”; el del conocimiento colectivo que reproduce la vida y la alegría.

Por todo Jalisco han surgido y continúan surgiendo espacios donde niñas y niños no solo construyen parte de su país de infancia, sino que lo hacen en clave de defensa de sus territorios. Así, como si fuera un juego, niñas y niños de San Juan Bautista de la Laguna visten su Arco para las fiestas a fines de enero. Bordan fotos antiguas del río y montan nuevos tendederos de sueños en El Salto. Caminan su bosque en Juanacatlán. Así también graban podcast de sus conversaciones con el río, hacen animación en sus propios canales de internet ¡y hasta arman pequeños baños secos como proyectos en la escuela! Así también mi hija camina los pasos de su abuela.

Estos procesos abren espacios para escuchar lo que niñas y niños tienen que decir. Para que expresen lo que sienten. Para que desarrollen diferentes habilidades y destrezas. Para que hagan comunidad. Y entre juegos florece la esperanza de construir el imprescindible relevo generacional para mantener todas estas luchas por la vida.

 

[1] Álvarez, F. (2009). Recomendación 1/2009. Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco. México, pp. 1–275.
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