Editorial

Los enormes flujos de información producidos, recolectados y analizados por gobiernos, bancos, empresas, universidades y medios de comunicación, entre otras instituciones, hacen urgente una discusión crítica en torno a los límites y alcances de las técnicas, los marcos interpretativos, las regulaciones gubernamentales y las normas éticas sobre los intereses de quienes trabajan con big data y algoritmos.

Estos flujos se han convertido en fuentes de categorización y modelaje de gustos, ideologías políticas y perfiles afectivos de millones de personas. A largo plazo esta dinámica supone una amenaza para la heterogeneidad, la improvisación y las posibilidades inesperadas de la realidad.

Este panorama ha encendido las alertas en distintos sectores de la población preocupados por la normalización de un estado de vigilancia y por el predominio de intereses comerciales cuando se habla de big data y algoritmos. Estas tendencias se fortalecen con el rastreo continuo de la actividad online de usuari@s de la Internet alrededor del mundo, dosificado con amenidades cotidianas ofrecidas por empresas y gobiernos a través de aplicaciones y de distintas plataformas de interacción digital, mientras poco a poco la comprensión de los filtros digitales con los que accedemos a la realidad cotidiana se aleja cada vez más.

Al mismo tiempo, aunque en menor medida, emergen espacios y colectivos de resistencia y politización para hacer uso crítico de la Internet, del acceso a datos masivos y de diseño de algoritmos que no reproduzcan la lógica dominante.

Con estas complejas condiciones es como se configuran las relaciones y tensiones entre actores, discursos y tecnologías en torno al rumbo de las sociedades en la primera mitad del siglo xxi, atravesado, además, por una pandemia que profundiza aún más las asimetrías en el acceso a la construcción de la realidad.

La finalidad de este número de Clavigero es ofrecer un conjunto de ideas que ayuden a la comprensión y al diálogo crítico acerca de estos temas, mediante el abordaje de conceptos, experiencias, espacios de organización y marcos de comprensión que eleven el nivel de la discusión relativa a la digitalización y aceleración de la realidad contemporánea.

 

Víctor Hugo Ábrego

Académico del Departamento de Estudios Socioculturales del ITESO / Signa_Lab

Clavigero Núm. 17

Cotidianidad algorítmica

Periodo: agosto – octubre 2020

La finalidad de este número es ofrecer un conjunto de ideas que ayuden a la comprensión y al diálogo crítico acerca de los algoritmos y el big data, mediante el abordaje de conceptos, experiencias, espacios de organización y marcos de comprensión que eleven el nivel de la discusión relativa a la digitalización y aceleración de la realidad contemporánea.

Víctor Hugo Ábrego
Coordinador del número.

Publicado: 2020-30-09

Contenido

    • Editorial
    • Apuntes para habitar tecnologías más críticas y en interdependencias afectivas
      Liliana Zaragoza Cano
    • Contra la ética utilitaria en la ciencia de datos
      Sofía Trejo Abad
    • Infografía
      Oldemar
    • La red TOR como ejercicio de ingeniería crítica
      Jacobo Nájera
    • Tras el meme en internet
      Luis Trejo
    • Ciencia a Sorbos. Comunicar ciencia para hacer política de la tecnología
      Maya Viesca Lobatón
    • Glosario
      Víctor Hugo Ábrego
    • La Pisca. Big Data y discernimiento
      Aluico Yoglar Esparza Alvarado, SJ
    • Precedir, generar e imponer: nuevos arsenales digitales en la disputa por nuestr atención
      Diego Arredondo

Buscadoras:

que construyen justicia en medio del dolor[*]

Adazahira Chávez Pérez / área de Comunicación del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez

En México, desde la década de los sesenta más de 61 mil personas han sido arrebatadas de sus hogares sin que se sepa su paradero en una impunidad casi absoluta. Como contrapartida, sus familias se han erigido en un nuevo actor social que reclama verdad y justicia.

Son mujeres las que componen en su mayoría a estos colectivos: madres, abuelas, hijas, esposas, hermanas y tías que, extendiendo su rol de cuidadoras, echan sobre sus espaldas la difícil tarea de buscar a quienes nos faltan.

En estas labores, las mujeres enfrentan a autoridades que criminalizan a las personas desaparecidas para evadir la búsqueda; a un lenguaje jurídico poco accesible, más aún para quienes tienen escolaridad baja; a una escasez de asesores jurídicos públicos; a agentes del Ministerio Público que no saben hacer investigaciones, a instituciones de búsqueda sin recursos ni personal y a la colusión entre la delincuencia y autoridades. Además, padecen la estigmatización que se vuelca sobre las personas desaparecidas y sus familias, que las aísla socialmente y entorpece sus esfuerzos.

Antes de la desaparición, ellas tenían una variedad de ocupaciones —desde amas de casa hasta profesionistas—, pero se han visto obligadas a convertirse en rastreadoras, psicólogas, asesoras, forenses y abogadas.

Las consecuencias son profundas: desplazamiento por amenazas; precarización de su nivel de vida por dedicar toda su economía a la búsqueda; pérdida de sus proyectos en favor de ocupaciones informales; afectaciones a la salud por el estrés, las largas jornadas de búsqueda y la falta de descanso y alimentación; miedo, angustia y tristeza constante; familia desintegrada y niñas y niños desatendidos, entre otras.

Sin embargo, ellas han encontrado la solución más eficaz: la organización. Juntas son mucho más difíciles de ignorar o ser engañadas por los funcionarios; pueden compartir conocimientos y repartir trabajos; multiplican contactos y crece la atención. Esta colectividad se transforma en una nueva familia. A lo largo de todo el país, las y los familiares se han organizado en colectivos para apoyarse en sus acciones de búsqueda y para hacer más fuertes sus demandas de verdad y de justicia. En México hay más de 74 colectivos.

Ellas han desplegado un inmenso repertorio de acciones: acompañamiento inmediato a quienes comienzan a buscar, soporte psicológico a sus pares, búsqueda de fosas en selvas y desiertos, búsqueda en vida en calles, cárceles y centros psiquiátricos, trabajo preventivo en escuelas e iglesias, obtención de información y también incidencia legislativa, que nos ha dejado ya una Ley General en materia de desaparición y comienza a construir herramientas —como protocolos de búsqueda y un mecanismo forense— para que nadie más sufra lo que ellas han debido padecer. Ellas son escuela en la búsqueda de justicia y paz.

[*] Basado en el informe: Nos llaman las locas de las palas. El papel de las mujeres en la búsqueda de sus familiares desaparecidos, disponible en:
https://centroprodh.org.mx/las-locas-de-las-palas/

Juntas logramos más

Eloísa Díez y Marie–Pia Rieublanc / integrantes de La Sandía Digital

Somos seres narrativos. Somos seres que contamos relatos. Damos sentido a nuestras vidas, al mundo en el que vivimos y a la relación con nuestro entorno a través de las historias que construimos sobre todo ello. Individual y colectivamente. Contamos para explicarnos, para tejer la memoria de nuestra historia, para nombrarnos, para compartir nuestros sueños, para caminar juntxs hacia ese horizonte. Los relatos nos constituyen y pueden cambiar nuestra percepción y relación con el mundo, las cosas y las personas.

Pero, ¿quiénes cuentan los relatos y quiénes no tienen espacio para contarse? ¿qué efectos tienen en otrxs estos relatos? ¿a quiénes benefician, qué posibilitan, qué restringen, qué silencian? ¿con qué narrativas se nombran las estructuras que permiten la desigualdad y el despojo? ¿con qué narrativas se nombran la vida y el territorio?

Al igual que las desigualdades que atraviesan todos los días nuestras realidades, en el territorio de la comunicación existe una batalla por las narrativas y los sentidos. No todas las voces ocupan el mismo espacio. Cuando un relato se impone para describir una realidad, todas las demás historias quedan en la sombra, ocultas, silenciadas, negadas.

Por eso en La Sandía Digital creemos que es tan importante contar nuestras historias, compartirlas, escribirlas, grabarlas, dibujarlas, llenar los espacios que habitamos con ellas. Con esta idea, en octubre de 2019 convocamos a un encuentro en Guelatao, Oaxaca, donde nos reunimos 40 mujeres defensoras de los territorios y comunicadoras provenientes de 16 estados de México.

En estas conversaciones nos descubrimos diversas, hablando diferentes lenguas y formando parte de distintas luchas, pero con un interés común: la protección y el cuidado de todas las formas de vida que habitan en nuestros territorios. Descubrimos que lo que amamos es narrarnos y tejernos, contándonos las realidades de los territorios que habitamos y nuestras experiencias como mujeres que cuidan los bienes comunes y los defienden ante el avance de megaproyectos extractivos y de infraestructura.

Así surgió la campaña Juntas logramos más, que reúne estos encuentros y voluntades con la intención de conectar a más mujeres que luchan por la vida en contra de las violencias extractivistas en el país, a través de los relatos, el arte y el autocuidado, para fortalecernos y revalorizar nuestro trabajo.

Juntas logramos más es un camino colectivo para tejer nuestras voces, para saber que no estamos solas en las luchas cotidianas, vislumbrando las miles de estrellas que existen dentro de este cielo muchas veces muy nublado.

La Pisca. El grito de la vida que germina

Salvador Ramírez Peña, SJ  / Profesor del Departamento de Formación Humana del ITESO

La comunidad cristiana se inicia con el relato de unas mujeres que al buscar el cuerpo muerto de su maestro encuentran la tumba vacía. Lo primero que experimentaron fue el horror y la desesperación: ¡Han desaparecido
el cuerpo! Pero muy pronto estas mujeres percibieron en el vacío el silencio de la vida que germina. Entonces gritaron: ¡Está vivo! Su desesperación se convirtió en fuerza transformadora que las impulsó a regresar a sus comunidades para comunicar no la tristeza de la vacuidad y la derrota sino el gozo de la plenitud y la victoria. Los hombres no les creyeron. Fueron a verificar la certitud de ese relato. Llegaron a la tumba y no encontraron a nadie, tan solo vieron en el suelo el lienzo que días atrás había envuelto el cuerpo inerte del maestro. Quedaron pasmados. Nuevamente, las mujeres los sacaron de sus inercias volviendo a gritar: ¡Está vivo! El vigor del testimonio de estas mujeres que supieron percibir vida donde ellos no veían nada los transformó, y juntos, en comunidad, continuaron las mismas prácticas vitales del maestro: sanaron, perdonaron, incluyeron, compartieron; prácticas que siguen vigentes hasta el día de hoy en las comunidades que pretenden ser cristianas.

Este mismo vigor lo encuentro en el testimonio de muchas mujeres que van germinando vida ahí donde se encuentran: mujeres que no se dejan definir por el silencio y el temor, sino que gritan: “¿Dónde están?” “¡Ni una más!” “¡Yo sí te creo!” “¡A mí también!” Gritos que nos van sacando de nuestras inercias y que nos van impulsando a abrirnos a vivir de otra manera.

Ciencia a sorbos. Sobre el derecho a hacer preguntas… y poder responderlas

Maya Viesca Lobatón / Académica del Centro de Promoción Cultural y coordinadora del Café Scientifique del ITESO

A cualquiera que le interese un poco la ciencia y que siga algunas publicaciones de divulgación podrá reconocer los muchos y
diversos esfuerzos que en fechas recientes se hacen por desenterrar, de entre toneladas de anonimato y prejuicio, el papel que tienen y han tenido las mujeres en la ciencia. Tampoco es difícil toparse con la propuesta de hacer el ejercicio de nombrar a algunas científicas y quedarse, en el mejor de los casos, con un par de nombres, entre ellos el de Marie Curie. Y no es difícil reconocer que esto no es casual, si algo ha sido negado sistemáticamente a lo largo de la historia es la inteligencia de las mujeres.

Yadira Calvo, en su libro La aritmética del patriarcado,[1] hace un interesante recorrido histórico sobre la difamación del intelecto femenino y cómo a lo largo de los siglos —desde el Eclesiastés 300 años antes de Cristo—,[2] se han construido relatos para expulsar a las mujeres del mundo de las ideas y el pensamiento. Hacerse la pregunta de por qué las mujeres no han tenido una participación activa en el ámbito científico tiene su respuesta en la construcción misma de la historia.

Y estos relatos no solo han puesto en duda la capacidad intelectual de las mujeres, sino que, incluso, se ha dado valor a esta supuesta falta. Como dice Calvo, la “elevada y magnífica situación de la aguja y la cuchara poseía una mágica potencia de ilusión con la cual podían influir más en la historia que mediante el voto y el doctorado”.[3]

Esta narrativa no solamente mantuvo a las mujeres lejos de las instituciones del saber sino que fue minando, sistemáticamente, su interés por preguntarse sobre la naturaleza de la realidad y obtener respuestas no dogmáticas, que es la base del pensamiento científico.

En la actualidad, la duda sobre la inteligencia de las mujeres ha dejado de ser el principal problema, porque hay que decir que la ciencia no está hecha solo a base de esta. La ciencia requiere también de curiosidad, acceso y tiempo, recursos que, mientras sigan siendo las mujeres las únicas encargadas de las tareas del cuidado de las personas y de la transmisión de la tradición, seguirán siendo grandes impedimentos.

Cada vez son más las mujeres que estudian carreras vinculadas a la ciencia y las científicas laborando activamente. Aun así, la participación sigue siendo un reto. Según datos del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología,[4] en el Sistema Nacional de Investigadores las mujeres representan 37% del padrón. Y no solo eso, en todo el mundo aún se sigue construyendo esta narrativa en que las mujeres son las asistentes. Un ejemplo, curioso tal vez, es la reflexión de Laura Quiñones para la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura[5] respecto del caso de asistentes digitales como Siri, Alexa y Google Home, todas mujeres, todas al servicio de lo que les pidamos.

Por si te faltan nombres de científicas, escucha a algunas de las mujeres que han participado en el Café Scientifique ITESO:

• Elba Castro: https://cultura.iteso.mx/web/general/detalle?group_id=17345382

• Julia Carabias: https://cultura.iteso.mx/web/general/detalle?group_id=15258857

• Susana López Charretón: https://cultura.iteso.mx/web/general/detalle?group_id=14714375

[1] Calvo, Yadira. Aritmética del patriarcado. Bellaterra, Barcelona, 2016.

[2] “Entre mil varones hallé uno que fuese prudente, pero entre todas las mujeres, ninguna me ocurrió con sabiduría”. Eclesiastés vii, 29.

[3] Calvo, Yadira. Op. cit, p.11.

[4] Género y ciencia. https://www.conacyt.gob.mx/index.php/el-conacyt/genero-y-ciencia , consultado el 16 de junio de 2020.

[5] La ausencia de mujeres en el campo de la inteligencia artificial reproduce el sexismo. Consultado en:
https://news.un.org/es/story/2019/06/1456961

Construir espacios feministas en la universidad

Colectiva LaVanda / Colectiva Feminista del ITESO

El gran reto que las mujeres y feministas siempre hemos enfrentado es habitar lugares que históricamente han sido de los hombres, y las universidades no son la excepción. Las primeras estudiantes se introdujeron a un mundo de hombres que todavía prevalece: las reglas, los límites, la cultura, la jerarquía, la construcción de conocimientos, las dinámicas sociales, todo estaba delimitado por el género masculino. Para crear una universidad más feminista no basta con que haya más mujeres estudiando, es necesario un esfuerzo consciente por querer hacerlo. Van más de 110 años que la educación superior es mixta,[1] sin embargo, la realidad es que las instituciones universitarias todavía tienen un camino muy largo por recorrer para convertirse en espacios seguros para las mujeres. Las universitarias nos enfrentamos no solo a la institución patriarcal, que invalida nuestras formas de denuncia y que pone su prestigio antes que el cuidado de las alumnas, sino también al desgaste que es vernos obligadas a convivir con nuestros agresores dentro de las aulas.

La creación de espacios feministas en el ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara, ha sido una lucha constante que compañeras de generaciones atrás comenzaron, como lo fue la colectiva feminista Clit, que hizo evidente la urgencia de una organización de alumnas. A quienes, junto con otras estudiantas, profesoras y mujeres dentro de la institución les agradecemos por abrirnos el camino. En cuanto a la construcción de LaVanda, conformada por estudiantas organizadas, nuestro primer reto fue la creación de una organización colectiva de mujeres desde la pluralidad de carreras profesionales y desde la diversidad de posturas feministas. Pensamos entonces que, para abrazar un pensamiento y acción crítica que nos pudiera interpelar a todas desde nuestras diferentes posturas políticas era importante generar espacios de reflexión abiertos a cualquier mujer interesada en profundizar en el pensamiento feminista, porque si los espacios universitarios no son para reflexionar, accionar de manera crítica y transformar nuestra realidad, ¿entonces para qué lo son? La creación de foros, talleres, espacios de lectura y sentires nos ha permitido construir una red en crecimiento que cuestiona las construcciones del ser y deber ser de la mujer, desde las formas en que amamos hasta las formas en que nos relacionamos entre nosotras y con los otros; que se interroga sobre nuestras opresiones y privilegios por el clasismo, el racismo y su relación con un sistema heteropatriarcal capitalista cada vez más recrudecido y violento contra nuestras cuerpas. Pero, sobre todo, se busca construir espacios seguros para que de manera sorora podamos sanar las violencias que nos atraviesan.

Las mujeres nos enfrentamos a una violencia sistemática cuya reproducción no exime a los espacios universitarios, por eso decimos ¡Basta ya de tener miedo dentro de las aulas! ¡Basta ya de quedarnos calladas! ¡Basta ya del acoso universitario! ¡Basta ya de no escucharnos! ¡Basta ya de que el prestigio de la universidad valga más que nuestra dignidad!

[1] Lechuga, Jesús; Giovanna Ramírez y Maricruz Guerrero. Educación y género. El largo trayecto de la mujer hacia la modernidad en México. En economíaunam, vol.15, núm.43, enero–abril de 2018. Disponible en:
http://www.scielo.org.mx/pdf/eunam/v15n43/1665-952X-
eunam-15-43-110.pdf

Nuestra Escuela, nuestras alternativas

Sandra Morán / coordinadora de la Escuela Internacional Feminista

A partir de octubre de 2018 y ahora en donde la pandemia no solo es un problema de salud y económico sino también político y social, la alianza de la Marcha Mundial de Mujeres, Grassroots Internacional, la Red indígena por el medio ambiente y la Alianza de Organizaciones de Base por la Justicia Global (GGJ), estamos en la construcción colectiva de una Escuela Feminista que fortalezca el movimiento feminista de base o popular del cual somos parte.

Esta construcción colectiva es un proceso político organizativo que responde a la necesidad de contar con herramientas que nos ayuden a comprender mejor la realidad en la que vivimos, a valorar nuestras propias fuerzas, a compartir nuestras luchas y a desarrollar nuestras alternativas emancipatorias. Este proceso es una acción política global entre mujeres diversas de 27 países de cinco regiones del mundo: Américas, Europa, Asia, África y países árabes.

Este feminismo que parte de las comunidades, de la base, que enfrenta los graves problemas en carne propia, en el proceso va generando pensamiento crítico y de propuesta. Es una manera de pensar nuestra praxis, es un ejercicio de epistemología popular, es un ejercicio de educación popular feminista que retoma nuestras experiencias educativas y de construcción de movimientos en distintos territorios, culturas e idiomas. Estamos retomando las experiencias hechas conocimientos y a manera de proceso de análisis organizamos grupos temáticos con los que juntas obtendremos una síntesis importante. Los temas en que decidimos profundizar y construir una comprensión común son: Cuerpo y Sexualidad, Sistemas de Opresión, Estado y Democracias, Clima y Defensa de la Madre Tierra, Economía Feminista y Construcción de Movimientos.

 

Los temas de: Sistema de Opresión, Cuerpo y Sexualidad, Estado y Democracias, Clima y Defensa de la Madre Tierra, nos ayudarán a comprender el entramado desarrollado por el sistema y sus actores para garantizarse mayor riqueza a costa de la vida. El eje de análisis es el conflicto capital–vida desde una perspectiva de interseccionalidad, que nos permita identificar los mecanismos y formas en que las mujeres y los pueblos, en nuestra diversidad, somos afectadas.

El tema de Economía Feminista nos ayudará a comprender, aprender y pensar cómo avanzar en la construcción de las alternativas para el desarrollo de un sistema que ponga la sustentabilidad de la vida en el centro y que, por tanto, el conflicto capital–vida vaya desapareciendo.

Por último, el tema de Construcción de Movimientos, Teorías e Historia de los Feminismos, hablará de nosotras y nuestras construcciones históricas. Retomaremos nuestras historias, los encuentros y desencuentros en el movimiento feminista, pero sobre todo nuestro camino futuro, en el esfuerzo común de construir un sujeto político global que junto a otros construyamos desde la base, el otro mundo posible.

Como proceso en marcha, nuestro resultado será contar con una escuela en línea y su ejercicio presencial, con facilitadoras preparadas para llevarla a cabo en cualquier región del mundo. Esperamos que este aporte fortalezca las calles, la palabra, las acciones colectivas, los grupos de apoyos y autodefensa, los sueños y las miradas de las diversas generaciones en este camino de lucha.

Vivir la ciudad en colectivo

Ana García, Mujer Ñu’u Savi de Oaxaca nacida en Guadalajara / educóloga, asesora en el área de educación intercultural del Programa Indígena Intercultural en el ITESO

Estela Mayo, Ch’ol de Chiapas / politóloga, promotora cultural en Centro Comunitario San Juan de Ocotán

Dolores Esteban Vicente, Totonaca de Veracruz / promotora de Indígenas Urbanos en la Comisión Estatal Indígena, máster en Investigación Educativa

Isaura Matilde García, Ñu’u Savi de Oaxaca nacida en Guadalajara / directora de la Comisión Estatal Indígena, doctorante en Ciencias de la Salud Pública por la Universidad de Guadalajara

 

En el colectivo Jóvenes Indígenas Urbanos (JIU) participamos mujeres y hombres jóvenes de siete culturas originarias de la república mexicana: totonaca de Veracruz, Jñatrjo del Estado de México, Ch’ol de Chiapas, Wixárika de Jalisco, afromexicano de Michoacán, Ñu savi y Ayuujk de Oaxaca. Habitamos en la ciudad y a través de nuestras acciones y propuestas colaboramos con la sociedad y las instituciones. Esto, a favor de una ciudad diversa e intercultural contribuyendo a la visibilización de las aportaciones y las problemáticas de los pueblos y comunidades originarias en la zona metropolitana de Guadalajara.

A lo largo de los años el colectivo se ha mantenido por la participación constante de las mujeres que en su gran mayoría lo conforman. Esto nos ha enseñado desde la experiencia que nuestras contribuciones son tan importantes como las de nuestros compañeros. Sin embargo, identificamos que hacemos doble esfuerzo por mantenernos activas y persistentes, ya que somos parte de una sociedad racista y discriminatoria.

Las estadísticas son claras: en las tres dimensiones (educativa, laboral y riqueza material) la condición de hablar una lengua indígena, identificarse dentro de una comunidad indígena, negra o mulata, o tener el color de piel más oscuro resultan en probabilidades menores de avanzar en el sistema educativo, progresar en el ámbito laboral o pasar a la parte más alta de la distribución de la riqueza. Y dentro de esta plétora de discriminación, ser mujer indígena es la que genera una marea en contra más fuerte.[1] En México la mayoría de las mujeres indígenas (59%) ha experimentado algún tipo de violencia (emocional, física, sexual, económica, patrimonial o discriminación laboral) a lo largo de su vida.[2]

Por otra parte, la colectividad ha sido un espacio donde las mujeres hemos aprendido a enfrentar nuestros dolores y nuestra rabia por todo lo vivido en esta ciudad, identificando las experiencias y necesidades diferenciadas de hombres y mujeres en una ciudad colonialista y racista como lo es Guadalajara. Tener la piel “morena” se encuentra intrínsecamente relacionado con inferioridad o pobreza. Sin embargo, el encuentro entre mujeres nos ha servido para fortalecernos, para cuestionar y plantear acciones a favor de los pueblos indígenas. Cabe destacar que el estar en colectivo también es resistir, porque la lucha social implica tiempo, esfuerzo, inversión económica y enfrentar el machismo.

Aunado a lo anterior, el acompañamiento, así como las reflexiones, los diálogos interculturales y sanaciones colectivas, nos han permitido reconfortarnos y claramente posicionarnos como mujeres indígenas. Sobre todo, al estar en espacios que antes se pensaban inalcanzables para nosotras, aquellos en donde se toman decisiones, se gestionan proyectos y generan acciones que impactan en nuestras comunidades indígenas.

[1] Solís, Patricio; Braulio Güémez y Virginia Lorenzo. Informe “Por mi raza hablará la desigualdad. Efectos de las características étnico–raciales en la desigualdad de oportunidades en México”, Oxfam México, México, 2019.

[2] Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas. Datos e indicadores sobre violencia contra las mujeres indígenas, 25 de noviembre de 2017. Disponible en:
https://www.gob.mx/inpi/articulos/datos-e-indicadores-sobre-violencia-contra-las-mujeres-indigenas