Buscadoras:

que construyen justicia en medio del dolor[*]

Adazahira Chávez Pérez / área de Comunicación del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez

En México, desde la década de los sesenta más de 61 mil personas han sido arrebatadas de sus hogares sin que se sepa su paradero en una impunidad casi absoluta. Como contrapartida, sus familias se han erigido en un nuevo actor social que reclama verdad y justicia.

Son mujeres las que componen en su mayoría a estos colectivos: madres, abuelas, hijas, esposas, hermanas y tías que, extendiendo su rol de cuidadoras, echan sobre sus espaldas la difícil tarea de buscar a quienes nos faltan.

En estas labores, las mujeres enfrentan a autoridades que criminalizan a las personas desaparecidas para evadir la búsqueda; a un lenguaje jurídico poco accesible, más aún para quienes tienen escolaridad baja; a una escasez de asesores jurídicos públicos; a agentes del Ministerio Público que no saben hacer investigaciones, a instituciones de búsqueda sin recursos ni personal y a la colusión entre la delincuencia y autoridades. Además, padecen la estigmatización que se vuelca sobre las personas desaparecidas y sus familias, que las aísla socialmente y entorpece sus esfuerzos.

Antes de la desaparición, ellas tenían una variedad de ocupaciones —desde amas de casa hasta profesionistas—, pero se han visto obligadas a convertirse en rastreadoras, psicólogas, asesoras, forenses y abogadas.

Las consecuencias son profundas: desplazamiento por amenazas; precarización de su nivel de vida por dedicar toda su economía a la búsqueda; pérdida de sus proyectos en favor de ocupaciones informales; afectaciones a la salud por el estrés, las largas jornadas de búsqueda y la falta de descanso y alimentación; miedo, angustia y tristeza constante; familia desintegrada y niñas y niños desatendidos, entre otras.

Sin embargo, ellas han encontrado la solución más eficaz: la organización. Juntas son mucho más difíciles de ignorar o ser engañadas por los funcionarios; pueden compartir conocimientos y repartir trabajos; multiplican contactos y crece la atención. Esta colectividad se transforma en una nueva familia. A lo largo de todo el país, las y los familiares se han organizado en colectivos para apoyarse en sus acciones de búsqueda y para hacer más fuertes sus demandas de verdad y de justicia. En México hay más de 74 colectivos.

Ellas han desplegado un inmenso repertorio de acciones: acompañamiento inmediato a quienes comienzan a buscar, soporte psicológico a sus pares, búsqueda de fosas en selvas y desiertos, búsqueda en vida en calles, cárceles y centros psiquiátricos, trabajo preventivo en escuelas e iglesias, obtención de información y también incidencia legislativa, que nos ha dejado ya una Ley General en materia de desaparición y comienza a construir herramientas —como protocolos de búsqueda y un mecanismo forense— para que nadie más sufra lo que ellas han debido padecer. Ellas son escuela en la búsqueda de justicia y paz.

[*] Basado en el informe: Nos llaman las locas de las palas. El papel de las mujeres en la búsqueda de sus familiares desaparecidos, disponible en:
https://centroprodh.org.mx/las-locas-de-las-palas/

Juntas logramos más

Eloísa Díez y Marie–Pia Rieublanc / integrantes de La Sandía Digital

Somos seres narrativos. Somos seres que contamos relatos. Damos sentido a nuestras vidas, al mundo en el que vivimos y a la relación con nuestro entorno a través de las historias que construimos sobre todo ello. Individual y colectivamente. Contamos para explicarnos, para tejer la memoria de nuestra historia, para nombrarnos, para compartir nuestros sueños, para caminar juntxs hacia ese horizonte. Los relatos nos constituyen y pueden cambiar nuestra percepción y relación con el mundo, las cosas y las personas.

Pero, ¿quiénes cuentan los relatos y quiénes no tienen espacio para contarse? ¿qué efectos tienen en otrxs estos relatos? ¿a quiénes benefician, qué posibilitan, qué restringen, qué silencian? ¿con qué narrativas se nombran las estructuras que permiten la desigualdad y el despojo? ¿con qué narrativas se nombran la vida y el territorio?

Al igual que las desigualdades que atraviesan todos los días nuestras realidades, en el territorio de la comunicación existe una batalla por las narrativas y los sentidos. No todas las voces ocupan el mismo espacio. Cuando un relato se impone para describir una realidad, todas las demás historias quedan en la sombra, ocultas, silenciadas, negadas.

Por eso en La Sandía Digital creemos que es tan importante contar nuestras historias, compartirlas, escribirlas, grabarlas, dibujarlas, llenar los espacios que habitamos con ellas. Con esta idea, en octubre de 2019 convocamos a un encuentro en Guelatao, Oaxaca, donde nos reunimos 40 mujeres defensoras de los territorios y comunicadoras provenientes de 16 estados de México.

En estas conversaciones nos descubrimos diversas, hablando diferentes lenguas y formando parte de distintas luchas, pero con un interés común: la protección y el cuidado de todas las formas de vida que habitan en nuestros territorios. Descubrimos que lo que amamos es narrarnos y tejernos, contándonos las realidades de los territorios que habitamos y nuestras experiencias como mujeres que cuidan los bienes comunes y los defienden ante el avance de megaproyectos extractivos y de infraestructura.

Así surgió la campaña Juntas logramos más, que reúne estos encuentros y voluntades con la intención de conectar a más mujeres que luchan por la vida en contra de las violencias extractivistas en el país, a través de los relatos, el arte y el autocuidado, para fortalecernos y revalorizar nuestro trabajo.

Juntas logramos más es un camino colectivo para tejer nuestras voces, para saber que no estamos solas en las luchas cotidianas, vislumbrando las miles de estrellas que existen dentro de este cielo muchas veces muy nublado.

La Pisca. El grito de la vida que germina

Salvador Ramírez Peña, SJ  / Profesor del Departamento de Formación Humana del ITESO

La comunidad cristiana se inicia con el relato de unas mujeres que al buscar el cuerpo muerto de su maestro encuentran la tumba vacía. Lo primero que experimentaron fue el horror y la desesperación: ¡Han desaparecido
el cuerpo! Pero muy pronto estas mujeres percibieron en el vacío el silencio de la vida que germina. Entonces gritaron: ¡Está vivo! Su desesperación se convirtió en fuerza transformadora que las impulsó a regresar a sus comunidades para comunicar no la tristeza de la vacuidad y la derrota sino el gozo de la plenitud y la victoria. Los hombres no les creyeron. Fueron a verificar la certitud de ese relato. Llegaron a la tumba y no encontraron a nadie, tan solo vieron en el suelo el lienzo que días atrás había envuelto el cuerpo inerte del maestro. Quedaron pasmados. Nuevamente, las mujeres los sacaron de sus inercias volviendo a gritar: ¡Está vivo! El vigor del testimonio de estas mujeres que supieron percibir vida donde ellos no veían nada los transformó, y juntos, en comunidad, continuaron las mismas prácticas vitales del maestro: sanaron, perdonaron, incluyeron, compartieron; prácticas que siguen vigentes hasta el día de hoy en las comunidades que pretenden ser cristianas.

Este mismo vigor lo encuentro en el testimonio de muchas mujeres que van germinando vida ahí donde se encuentran: mujeres que no se dejan definir por el silencio y el temor, sino que gritan: “¿Dónde están?” “¡Ni una más!” “¡Yo sí te creo!” “¡A mí también!” Gritos que nos van sacando de nuestras inercias y que nos van impulsando a abrirnos a vivir de otra manera.

Nuestra Escuela, nuestras alternativas

Sandra Morán / coordinadora de la Escuela Internacional Feminista

A partir de octubre de 2018 y ahora en donde la pandemia no solo es un problema de salud y económico sino también político y social, la alianza de la Marcha Mundial de Mujeres, Grassroots Internacional, la Red indígena por el medio ambiente y la Alianza de Organizaciones de Base por la Justicia Global (GGJ), estamos en la construcción colectiva de una Escuela Feminista que fortalezca el movimiento feminista de base o popular del cual somos parte.

Esta construcción colectiva es un proceso político organizativo que responde a la necesidad de contar con herramientas que nos ayuden a comprender mejor la realidad en la que vivimos, a valorar nuestras propias fuerzas, a compartir nuestras luchas y a desarrollar nuestras alternativas emancipatorias. Este proceso es una acción política global entre mujeres diversas de 27 países de cinco regiones del mundo: Américas, Europa, Asia, África y países árabes.

Este feminismo que parte de las comunidades, de la base, que enfrenta los graves problemas en carne propia, en el proceso va generando pensamiento crítico y de propuesta. Es una manera de pensar nuestra praxis, es un ejercicio de epistemología popular, es un ejercicio de educación popular feminista que retoma nuestras experiencias educativas y de construcción de movimientos en distintos territorios, culturas e idiomas. Estamos retomando las experiencias hechas conocimientos y a manera de proceso de análisis organizamos grupos temáticos con los que juntas obtendremos una síntesis importante. Los temas en que decidimos profundizar y construir una comprensión común son: Cuerpo y Sexualidad, Sistemas de Opresión, Estado y Democracias, Clima y Defensa de la Madre Tierra, Economía Feminista y Construcción de Movimientos.

 

Los temas de: Sistema de Opresión, Cuerpo y Sexualidad, Estado y Democracias, Clima y Defensa de la Madre Tierra, nos ayudarán a comprender el entramado desarrollado por el sistema y sus actores para garantizarse mayor riqueza a costa de la vida. El eje de análisis es el conflicto capital–vida desde una perspectiva de interseccionalidad, que nos permita identificar los mecanismos y formas en que las mujeres y los pueblos, en nuestra diversidad, somos afectadas.

El tema de Economía Feminista nos ayudará a comprender, aprender y pensar cómo avanzar en la construcción de las alternativas para el desarrollo de un sistema que ponga la sustentabilidad de la vida en el centro y que, por tanto, el conflicto capital–vida vaya desapareciendo.

Por último, el tema de Construcción de Movimientos, Teorías e Historia de los Feminismos, hablará de nosotras y nuestras construcciones históricas. Retomaremos nuestras historias, los encuentros y desencuentros en el movimiento feminista, pero sobre todo nuestro camino futuro, en el esfuerzo común de construir un sujeto político global que junto a otros construyamos desde la base, el otro mundo posible.

Como proceso en marcha, nuestro resultado será contar con una escuela en línea y su ejercicio presencial, con facilitadoras preparadas para llevarla a cabo en cualquier región del mundo. Esperamos que este aporte fortalezca las calles, la palabra, las acciones colectivas, los grupos de apoyos y autodefensa, los sueños y las miradas de las diversas generaciones en este camino de lucha.

Vivir la ciudad en colectivo

Ana García, Mujer Ñu’u Savi de Oaxaca nacida en Guadalajara / educóloga, asesora en el área de educación intercultural del Programa Indígena Intercultural en el ITESO

Estela Mayo, Ch’ol de Chiapas / politóloga, promotora cultural en Centro Comunitario San Juan de Ocotán

Dolores Esteban Vicente, Totonaca de Veracruz / promotora de Indígenas Urbanos en la Comisión Estatal Indígena, máster en Investigación Educativa

Isaura Matilde García, Ñu’u Savi de Oaxaca nacida en Guadalajara / directora de la Comisión Estatal Indígena, doctorante en Ciencias de la Salud Pública por la Universidad de Guadalajara

 

En el colectivo Jóvenes Indígenas Urbanos (JIU) participamos mujeres y hombres jóvenes de siete culturas originarias de la república mexicana: totonaca de Veracruz, Jñatrjo del Estado de México, Ch’ol de Chiapas, Wixárika de Jalisco, afromexicano de Michoacán, Ñu savi y Ayuujk de Oaxaca. Habitamos en la ciudad y a través de nuestras acciones y propuestas colaboramos con la sociedad y las instituciones. Esto, a favor de una ciudad diversa e intercultural contribuyendo a la visibilización de las aportaciones y las problemáticas de los pueblos y comunidades originarias en la zona metropolitana de Guadalajara.

A lo largo de los años el colectivo se ha mantenido por la participación constante de las mujeres que en su gran mayoría lo conforman. Esto nos ha enseñado desde la experiencia que nuestras contribuciones son tan importantes como las de nuestros compañeros. Sin embargo, identificamos que hacemos doble esfuerzo por mantenernos activas y persistentes, ya que somos parte de una sociedad racista y discriminatoria.

Las estadísticas son claras: en las tres dimensiones (educativa, laboral y riqueza material) la condición de hablar una lengua indígena, identificarse dentro de una comunidad indígena, negra o mulata, o tener el color de piel más oscuro resultan en probabilidades menores de avanzar en el sistema educativo, progresar en el ámbito laboral o pasar a la parte más alta de la distribución de la riqueza. Y dentro de esta plétora de discriminación, ser mujer indígena es la que genera una marea en contra más fuerte.[1] En México la mayoría de las mujeres indígenas (59%) ha experimentado algún tipo de violencia (emocional, física, sexual, económica, patrimonial o discriminación laboral) a lo largo de su vida.[2]

Por otra parte, la colectividad ha sido un espacio donde las mujeres hemos aprendido a enfrentar nuestros dolores y nuestra rabia por todo lo vivido en esta ciudad, identificando las experiencias y necesidades diferenciadas de hombres y mujeres en una ciudad colonialista y racista como lo es Guadalajara. Tener la piel “morena” se encuentra intrínsecamente relacionado con inferioridad o pobreza. Sin embargo, el encuentro entre mujeres nos ha servido para fortalecernos, para cuestionar y plantear acciones a favor de los pueblos indígenas. Cabe destacar que el estar en colectivo también es resistir, porque la lucha social implica tiempo, esfuerzo, inversión económica y enfrentar el machismo.

Aunado a lo anterior, el acompañamiento, así como las reflexiones, los diálogos interculturales y sanaciones colectivas, nos han permitido reconfortarnos y claramente posicionarnos como mujeres indígenas. Sobre todo, al estar en espacios que antes se pensaban inalcanzables para nosotras, aquellos en donde se toman decisiones, se gestionan proyectos y generan acciones que impactan en nuestras comunidades indígenas.

[1] Solís, Patricio; Braulio Güémez y Virginia Lorenzo. Informe “Por mi raza hablará la desigualdad. Efectos de las características étnico–raciales en la desigualdad de oportunidades en México”, Oxfam México, México, 2019.

[2] Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas. Datos e indicadores sobre violencia contra las mujeres indígenas, 25 de noviembre de 2017. Disponible en:
https://www.gob.mx/inpi/articulos/datos-e-indicadores-sobre-violencia-contra-las-mujeres-indigenas

“No se va a caer, lo vamos a tumbar”

Susana Larios Murillo / profesora del ITESO y estudiante del doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Guadalajara, feminista

Este 8m en Guadalajara fue un gran acontecimiento. Mujeres de todas las edades nos dimos cita en el centro de la ciudad. Juntas, en una sola voz, gritamos nuestra indignación por la violencia que todos los días cobra la vida de 10 mujeres en el país.[1] La calle estaba repleta, más de 35,000[2] mujeres gritaban consignas, cantaban, lloraban y, en algunos momentos, corrían asustadas por las amenazas, que desde días previos comenzaron a fluir en redes sociales, advirtiendo el uso de ácido para dispersar las movilizaciones.

Sin embargo, por más que se le quiera ver como un estallido repentino, lo que se vivió el 8m es resultado de un proceso organizativo sostenido, que permite tejer una historia en la que se enlazan distintas experiencias de lucha a las que se les ha querido ver aisladas, pero que insistimos en conectar mediante relaciones cotidianas y políticas entre mujeres.[3]

El proceso de organización que se vivió en la ciudad permitió poner al centro nuestra herida más profunda: las desapariciones y los feminicidios. En esta ocasión se acordó que en la movilización tendría un papel protagónico un grupo mixto formado por las familias de las víctimas. Las familias cerraron la jornada del paro con un conversatorio sobre su largo camino por la justicia y como un espacio de memoria.

En los años por venir el 8 de marzo seguirá siendo, como lo marca su historia, un día de resistencia para las mujeres organizadas. Sin embargo, lo que hemos aprendido es que poner al centro la vida y el cuidado implica conectar las luchas de manera estratégica, para construir nuestra memoria, “donde nada nos es ajeno si partimos de defender la vida”.[4]

[1] Datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema de Seguridad Pública.

[2] ZonaDocs (2020). “El miedo cambió de bando”: más de 35 mil mujeres tomaron las calles e hicieron historia en Guadalajara. Consultado en: https://www.zonadocs.mx/2020/03/09/el-miedo-cambio-de-bando-mas-35-mil-mujeres-tomaron-las-calles-e-hicieron-historia-en-guadalajara/

[3] Gutiérrez Aguilar, Raquel; María Noel Sosa e Itandehui Reyes–Díaz. El entre mujeres como negación de las formas de interdependencia impuesta por el patriarcado capitalista y colonial. Reflexiones en torno a la violencia y mediación patriarcal. En Revista Heterotopías, vol.1, núm.1, 2018, pp. 1–15.

[4] Menéndez Díaz, Mariana. 8 de Marzo: entre el acontecimiento y las tramas. En 8M Constelación feminista. ¿Cuál es tu lucha? ¿Cuál es tu huega?, Tinta Limón, Buenos Aires, 2018, p.83.

“Resistimos para vivir, marchamos para transformar”

La movilización de la Marcha Mundial de las Mujeres

Tica Moreno / socióloga y militante de la Marcha Mundial de las Mujeres en Brasil

La Marcha Mundial de las Mujeres (mmm) articula luchas y propuestas feministas en los territorios a una construcción internacional basada en la solidaridad y la construcción de fuerzas para cambiar el mundo y la vida de las mujeres.

El 8 de marzo de 2020 lanzamos nuestra quinta acción internacional con el lema “Resistimos para vivir, marchamos para transformar”. Esa síntesis política indica cómo, en nuestras resistencias y enfrentamientos al avance del capitalismo racista y patriarcal, vamos construyendo desde nuestras prácticas y autoorganización los caminos de transformación.

Nosotras, que venimos resistiendo a una fuerte ofensiva neoliberal, a las fuerzas autoritarias de extrema derecha, a la militarización y al poder corporativo que ataca las democracias y la vida misma, nos pusimos a enfrentar una crisis más provocada por el capital, la pandemia de Covid–19.

Mientras muchos gobiernos impulsan una política de muerte, con sistemas de salud precarizados que no alcanzan a cuidar la vida de todas y todos como derecho, las mujeres se pusieron al frente de acciones de solidaridad para enfrentar el aumento del hambre, la pobreza y la violencia, a producir jabón y máscaras de protección, a difundir información sobre la enfermedad y a enfrentar la desinformación que es una marca de la acción de las derechas.

Desde la mmm en distintos territorios nos movilizamos para disputar las salidas de la pandemia. Para defender la vida —del virus y del capital— es urgente reorganizar la economía, poniendo la sostenibilidad de la vida en el centro. La economía feminista es nuestra herramienta de análisis y también de lucha y transformación. Al enfrentar el poder de las transnacionales defendemos los territorios, los modos de vida y los pueblos que garantizan la biodiversidad, construimos la agroecología como estrategia para la soberanía alimentaria. Apostamos a la economía solidaria y la autogestión, la comunicación feminista y popular como caminos de reconstrucción de la vida en común.

Ponemos el cuidado de la vida en el centro, politizándolo con el objetivo de ir más allá de su visibilidad, pues es necesario avanzar en su redistribución, con los varones y el estado. Enfrentamos la privatización de los servicios públicos luchando para garantizar salud, educación, vivienda e internet libre como derechos.

La solidaridad feminista e internacionalista es nuestra estrategia de construcción de movimiento desde las mujeres, en alianza con los movimientos sociales anticapitalistas, antirracistas y que luchan por justicia ambiental. Por ese camino seguimos juntas, en marcha hasta que todas seamos libres.

Clavigero Núm. 16

¡Atención! Mujeres transformando

Periodo: mayo – julio 2020

Las movilizaciones del 8 de marzo de 2020 fueron una muestra de la fuerza organizativa de las mujeres. Ellas siguen movilizadas los otros 364 días en distintas iniciativas. En este número encontrarás sus voces y miradas. Las mujeres transformamos, en colectivo, nuestras realidades; desde nuestras experiencias y aportes construimos un mundo más justo, para todas y para todos.

Carmen Diaz Alba
Coordinadora del número.

Publicado: 2020-31-07

Contenido

  • Editorial
  • «Resistimos para vivir, marchamos para transformar»
    Tica Moreno
  • «No se va a caer, lo vamos a tumbar»
    Susana Larios Murillo
  • Vivir la ciudad en colectivo
    Ana García, Estela Mayo, Dolores Esteban Vicente e Isaura Matilde García
  • Infografía
  • Nuestra Escuela, nuestras alternativas
    Sandra Morán
  • Construir espacios feministas en la universidad
    Colectiva LaVanda
  • Ciencia a Sorbos. Sobre el derecho a hacer preguntas… y poder responderlas
    Maya Viesca Lobatón
  • La Pisca. El grito de la vida que germina
    Salvador Ramírez Peña, SJ
  • Juntas logramos más
    Eloísa Díez y Marie-Pia Rieublanc
  • Buscadoras: que construyen justicia en medio del dolor
    Adazahira Chávez Pérez