Vivir la ciudad en colectivo

Ana García, Mujer Ñu’u Savi de Oaxaca nacida en Guadalajara / educóloga, asesora en el área de educación intercultural del Programa Indígena Intercultural en el ITESO

Estela Mayo, Ch’ol de Chiapas / politóloga, promotora cultural en Centro Comunitario San Juan de Ocotán

Dolores Esteban Vicente, Totonaca de Veracruz / promotora de Indígenas Urbanos en la Comisión Estatal Indígena, máster en Investigación Educativa

Isaura Matilde García, Ñu’u Savi de Oaxaca nacida en Guadalajara / directora de la Comisión Estatal Indígena, doctorante en Ciencias de la Salud Pública por la Universidad de Guadalajara

 

En el colectivo Jóvenes Indígenas Urbanos (JIU) participamos mujeres y hombres jóvenes de siete culturas originarias de la república mexicana: totonaca de Veracruz, Jñatrjo del Estado de México, Ch’ol de Chiapas, Wixárika de Jalisco, afromexicano de Michoacán, Ñu savi y Ayuujk de Oaxaca. Habitamos en la ciudad y a través de nuestras acciones y propuestas colaboramos con la sociedad y las instituciones. Esto, a favor de una ciudad diversa e intercultural contribuyendo a la visibilización de las aportaciones y las problemáticas de los pueblos y comunidades originarias en la zona metropolitana de Guadalajara.

A lo largo de los años el colectivo se ha mantenido por la participación constante de las mujeres que en su gran mayoría lo conforman. Esto nos ha enseñado desde la experiencia que nuestras contribuciones son tan importantes como las de nuestros compañeros. Sin embargo, identificamos que hacemos doble esfuerzo por mantenernos activas y persistentes, ya que somos parte de una sociedad racista y discriminatoria.

Las estadísticas son claras: en las tres dimensiones (educativa, laboral y riqueza material) la condición de hablar una lengua indígena, identificarse dentro de una comunidad indígena, negra o mulata, o tener el color de piel más oscuro resultan en probabilidades menores de avanzar en el sistema educativo, progresar en el ámbito laboral o pasar a la parte más alta de la distribución de la riqueza. Y dentro de esta plétora de discriminación, ser mujer indígena es la que genera una marea en contra más fuerte.[1] En México la mayoría de las mujeres indígenas (59%) ha experimentado algún tipo de violencia (emocional, física, sexual, económica, patrimonial o discriminación laboral) a lo largo de su vida.[2]

Por otra parte, la colectividad ha sido un espacio donde las mujeres hemos aprendido a enfrentar nuestros dolores y nuestra rabia por todo lo vivido en esta ciudad, identificando las experiencias y necesidades diferenciadas de hombres y mujeres en una ciudad colonialista y racista como lo es Guadalajara. Tener la piel “morena” se encuentra intrínsecamente relacionado con inferioridad o pobreza. Sin embargo, el encuentro entre mujeres nos ha servido para fortalecernos, para cuestionar y plantear acciones a favor de los pueblos indígenas. Cabe destacar que el estar en colectivo también es resistir, porque la lucha social implica tiempo, esfuerzo, inversión económica y enfrentar el machismo.

Aunado a lo anterior, el acompañamiento, así como las reflexiones, los diálogos interculturales y sanaciones colectivas, nos han permitido reconfortarnos y claramente posicionarnos como mujeres indígenas. Sobre todo, al estar en espacios que antes se pensaban inalcanzables para nosotras, aquellos en donde se toman decisiones, se gestionan proyectos y generan acciones que impactan en nuestras comunidades indígenas.

[1] Solís, Patricio; Braulio Güémez y Virginia Lorenzo. Informe “Por mi raza hablará la desigualdad. Efectos de las características étnico–raciales en la desigualdad de oportunidades en México”, Oxfam México, México, 2019.

[2] Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas. Datos e indicadores sobre violencia contra las mujeres indígenas, 25 de noviembre de 2017. Disponible en:
https://www.gob.mx/inpi/articulos/datos-e-indicadores-sobre-violencia-contra-las-mujeres-indigenas