Comunicar ciencia para hacer política de la tecnología

 

Ciencia a Sorbos

Maya Viesca / académica del Centro de Promoción Cultural y coordinadora del Café Scientifique del ITESO

 

Difícilmente tenemos contacto directo con la tecnología, entendida esta como los conocimientos y medios técnicos que utilizamos para realizar nuestras actividades,[1] y mucho menos con el conocimiento científico del que se deriva. Lo que observamos son productos y servicios que la usan, que nos ofrecen ventajas para la vida y que en la actualidad por lo general nos llegan adornados de todas sus virtudes a través de la mercadotecnia.

Aunado a ello, la relación del hombre con la tecnología siempre ha implicado un proceso de acoplamiento. Historiadores del tema recuperan muchas anécdotas que van del entusiasmo desmesurado al pánico. Desde Platón dudando de la conveniencia de la palabra escrita,[2] manifestantes a caballo en contra de los autos a finales del siglo xix, a fiestas en pleno centro de Nueva York por el encendido de la luz eléctrica en las calles y lanzamientos espectaculares del último modelo de celular.

¿Desarrollo? ¿Evolución? Qué han implicado los diversos desarrollos tecnológicos para las sociedades, cuál es la relación entre ciencia —y tecnología—, cultura y sociedad, es materia de estudio no solamente de sociólogos sino de cada vez más disciplinas, de la interdisciplina. Entre ellas la política.

Si bien la política, tanto en su sentido de asamblea como en el sentido normativo,[3] ha tenido en sus quehaceres la regulación tecnológica, usualmente lo ha hecho a posteriori. Y esto tiene cierta lógica, son muchos los factores que intervienen para que un desarrollo tecnológico tenga el suficiente éxito para poder incorporarse como parte de la vida cotidiana de las sociedades: que sea creado, que funcione, que alguien invierta en su desarrollo, que se logre comercializar y que la gente lo acepte, esto es, que le resuelva alguna necesidad, etc. No siempre es fácil anticiparse. Pero en el fondo hay otra razón, y es que en realidad raramente comprendemos cómo funcionan realmente estos desarrollos, sabemos para qué nos sirven pero no cómo funcionan, y por lo tanto, como individuos y sociedades nos resulta complicado imaginar la posibles consecuencias.

En 1995 Nicholas Negroponte, fundador del Media Lab del MIT, uno de los centros de investigación más importantes del mundo, decía: “Soy optimista por naturaleza. Sin embargo, toda tecnología y todo legado de la ciencia tiene su lado oscuro. Estar digitalizado no es la excepción. En la próxima década habrá casos en que la propiedad intelectual será violada y nuestra privacidad invadida. Sufriremos el vandalismo digital, la piratería del software y el robo de datos”.[4] Y henos aquí, 25 años después, discutiendo el tema.

El primer teléfono móvil llegó al mercado hace 30 años, en 1984, la primera computadora personal un poco antes, en 1981. Se calcula que en la actualidad hay 5.15 mil millones de teléfonos inteligentes activos en el mundo.[5]

¿Por qué no nos hemos preguntado antes más sobre el uso de nuestros datos? ¿Será que no hay quién vele por los intereses de la población en materia de tecnología, que no lo hemos exigido? La enorme complejidad de la tecnología no lo pone fácil, pero seguramente como sociedad podemos estructurar mecanismos que nos permitan hacer frente a esto. Eso sí, requerimos, como siempre, hacer las preguntas adecuadas y acceder a información confiable para poder actuar individual y socialmente. La comunicación de la ciencia es, sin duda, una acción política.

 

Escucha alguna de las sesiones del Café Scientifique sobre tecnología:

 

 

[1] Moliner, María. Diccionario del uso del español. Gredos, Madrid, 2007, p.2833.

[2] Confer. Fedro, o de la belleza, de Platón.

[3] Cabe anotar que las nociones sobre lo que es la política son muchas y diversas, estas dos se mencionan para evitar corresponder la noción exclusivamente con “los políticos”. En general este número utiliza la noción de política como desacuerdo, como lucha, contra las teorías clásicas y modernas que la entienden como contrato, como consenso o como defensa de los derechos. En todos los casos, la propuesta se sostiene: la necesidad de comprender para prever.

[4] Negroponte, Nicholas. Ser digital. Océano, México, 1995, p.249.

[5] Datos disponibles en: https://cutt.ly/ifvFSLz, consultado el 10 de agosto de 2020.