Ciudades cuidadoras para la salud de ecosistemas y comunidades

La presente crisis nos vuelve a dejar en evidencia que la salud humana no solo está interrelacionada con la salud ecosistémica, sino que la conservación de la vida depende de ella.[1] Por otro lado, el consecuente confinamiento ha detonado o exacerbado la crisis en el ámbito privado. La socióloga franco–israelí Eva Illouz señala que “la casa sin la esfera pública puede llegar a ser una experiencia extremadamente opresiva”.[2] La crisis desatada por el nuevo coronavirus resalta la importancia del ámbito público en nuestras vidas privadas.

La regeneración de los ecosistemas y el diseño de hábitats seguros y saludables se nos presentan como desafíos urgentes. Necesitamos transitar hacia el cuidado de la vida en todas sus formas en las diversas esferas y ámbitos de la sociedad, así como en la producción del espacio. Este enfoque es lo que se conoce como Ciudad Cuidadora, en el cual la sostenibilidad de la vida está en el centro de toda decisión urbana.[3]

Desde esta perspectiva, el espacio público puede llegar a ser un catalizador que oriente la gestión urbana hacia el cuidado del medio ambiente y de la salud, y así nuestras ciudades puedan transitar hacia un entorno de cuidados si se reestructuran mejorando los espacios de uso público, tomando en cuenta los siguientes ejes:

    • Planeación y diseño urbano: la planificación territorial tiene un papel central en la prevención de las enfermedades en el siglo XXI. Desde el ámbito normativo y la gestión urbana se puede
      lograr que cada barrio o comunidad cuente con espacios públicos (calles, parques, plazas, jardines) seguros, accesibles y de calidad, priorizando las zonas con mayores carencias.
    • Salud individual y comunitaria: diversos estudios señalan que el entorno en el que vivimos está indisolublemente ligado a nuestra salud y calidad de vida.[4] Para la salud mental y emocional es indispensable la accesibilidad a espacios naturales y espacios de encuentro social para fomentar hábitos saludables como la activación física, el contacto con la naturaleza o encontrarse con amigos y fortalecer los lazos de apoyo comunitario.
    • Cuidado de la biodiversidad: la ciudad entendida como un ecosistema deberá articularse por medio de una red de espacios abiertos, cauces restaurados y parques lineales que incrementen el acceso a la naturaleza, con énfasis en el cuidado de la biodiversidad. Cuidar nuestros lazos con la red de la vida es también garantía de salud.[5]
    • Gobernanza: la participación en el diseño, gestión y mantenimiento de los espacios públicos en las comunidades es clave para lograr los beneficios esperados.

La actual pandemia y las crisis consecuentes exigen buscar los canales para transitar hacia una ciudad cuidadora que permita mantener la vida y reparar nuestro mundo para poder vivir en él lo mejor posible.

 

 

[1] Organización Mundial de la Salud. “El enfoque multisectorial de la oms «Una salud»”, septiembre de 2017. Disponible en: https://www.who.int/features/qa/one-health/es/; consultado el 27 de marzo, 2021.

[2] Illouz, Eva. The End of Love, Oxford University Press, Nueva York, 2019.

[3] Valdivia, Blanca. «Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora”, Hábitat y Sociedad, núm.11, 2018. Disponible en: https://revistascientificas.us.es/index.php/HyS/article/view/5172; consultado el 12 de marzo 2021.

[4] onu Hábitat. Integrating health in urban and territorial planning: a sourcebook. un–Habitat / oms, 2020.

[5] Beatley, Timothy. Biophilic Cities, Integrating Nature into urban design and planning, Island Press, Washington, 2011.

Otros nosotros son urgentes

Las ciudades son un invento milenario de mujeres y hombres, son epicentros del capital y de la creatividad de las personas; en sus múltiples espacios se juegan dinámicas de poder, económicas, sociales y culturales, pero, sobre todas las cosas, sus espacios se diseñan para ser ocupados / vividos / habitados colectivamente. Es en los espacios de la ciudad donde se puede visualizar un sinnúmero de relaciones entre las personas y en ellas también se reflejan injusticias, pobreza, desigualdades y muchos tipos de violencias. Como una vez dijo la científica social británica Doreen Massey: “En la actualidad conceptualizamos el ‘espacio’ como producto de relaciones, una complejidad de redes, vínculos, prácticas, intercambios tanto a nivel muy íntimo (el hogar) como a nivel global”.[1]

No es entonces ajeno ni extraño que las ciudades sean el mejor escenario, el contexto perfecto para los estragos de una pandemia. Las pandemias son antiurbanas y van en contra de nuestro deseo humano de conexión, de cercanía, de contacto. Este coronavirus socava nuestras ideas más básicas sobre la comunidad y, en particular, la vida urbana. Si de algo ha servido la pandemia es para poner de manifiesto y en crisis el discurso moderno sobre los supuestos espacios de equidad e igualdad, y también términos como qué es la violencia y de cuántas maneras se manifiesta. Si antes muchas de estas realidades nos parecían invisibles o normalizadas, la pandemia las ha revelado y hecho más crueles.

Sin embargo, no estamos mirando el problema de fondo que es el cambio climático que en gran medida genera el modelo económico actual y su impacto en la vida, y por lo tanto en las ciudades. La pandemia es tan solo un pequeño destello de esta situación. En medio de esta crisis sanitaria que detiene la economía y las relaciones sociales tenemos una de proporciones mayores, que es el cambio climático. Ambas comparten mucho más que el mismo origen —la actuación humana en un sistema económico globalizado—, por lo que requieren ser abordadas a partir de su concurrencia. Podríamos deducir entonces que este primer cuarto del siglo xxi es uno de crisis en los modelos de desarrollo en las ciudades; esta crisis afecta todo el espacio, sea urbano o rural. Si la ciudad era el escenario triunfante del capitalismo hegemónico, de la globalización y del libre comercio cuando la vieja normalidad regía sin grandes contratiempos nuestras vidas, ahora entra en interrogantes serias.

Humberto Beck menciona en una entrevista que “todavía nuestra conciencia no alcanza a registrar y comprender frente a qué riesgo nos encontramos como especie todos, y sobre todo los más jóvenes”.[2]

 

 

[1] Massey, Doreen. World City. uk Polity Press, Londres, 2007.

[2] [Seppap Colmex]. Pregunta Episodio 2 – El Cambio Climático: Implicaciones y Perspectivas Dr. Humberto Beck, 26 de septiembre de 2020. Disponible en: https://youtu.be/cP-SEc_ydUs

Complicada co-implicación

El confinamiento, entre otras manifestaciones, nos ha mostrado que somos seres necesitados en un mundo fragmentado. Desde el momento en que somos concebidos necesitamos de nutrientes, de cuidados y del socorro que se nos da.

Son los demás quienes desde el principio nos sostienen y nos capacitan para enfrentarnos a la vida y encargarnos de las generaciones que vendrán. Lo que hombres y mujeres comunicamos en cada respuesta que damos a las necesidades de los demás es el modo humano o inhumano de vivir en un mundo común.

El confinamiento, al limitar nuestras respuestas a los demás, está complicando la co-implicación para construirnos como “nosotros”, distorsionando el mundo común en un mundo fragmentado. En el mundo fragmentado solo hay yuxtaposición de “yoes”, indiferentes unos con otros. Sin posibilidad a la diferencia que representa la presencia de “tú” o de “él / ella”, para cada “yo” los demás están de más.

Solo son algo cuando puede apropiárselos y utilizarlos o desecharlos según sus intereses. Esta distorsión nos impide vivenciar la presencia del Misterio como el Dios Trinitario que habita el “nosotros”. Si nos dejamos engañar por la distorsión del mundo fragmentado le quitaremos a Dios su verdadero nombre: comunidad amorosa sin medida. Y el ídolo que fabricaremos en su lugar será un reflejo de nuestra imagen distorsionada. Es cierto que en tiempo de confinamiento se complica que los hombres y mujeres nos co-impliquemos humanamente, sin embargo, para Dios Trinidad que nos ama inmensamente en plural, este frágil mundo común se vuelve su hábitat.

Salud y ciudad: trayectos para pensar

 

La calle, a la que creía capaz de comunicar a mi vida sus sorprendentes recodos, la calle con sus inquietudes y sus miradas, era un auténtico elemento; tomaba en ella como en ningún otro sitio el aire de lo eventual.

André Bretón[1]

 

Lo primero que sucedió con la pandemia fue que se nos vedó la calle. En marzo de 2020 nos quedamos en casa, y con ello se vaciaron las calles, el espacio público por antonomasia. Poco a poco la imperante necesidad de subsistir —física y emocionalmente— abrió de nuevo la posibilidad de circularlas, pero con condiciones: cubrebocas, distancia, límites de ocupación. La calle se volvió un espacio en el que negociamos constante y conscientemente nuestra relación con la enfermedad, con la salud.

Con miedo, con indolencia, con rebeldía, con ignorancia, hemos ido retomando los trayectos cotidianos, a veces de forma más reflexiva, a veces instalados en la negación. Pero ¿acaso es algo tan inusual? A decir de la historia de las ciudades, no. Ya sea que se observen desde sus edificaciones —sus aspectos materiales— o sus relaciones sociales, las ciudades siempre se han podido “leer” desde el punto de vista de la salud. Drenajes, basura, banquetas, chimeneas, señalética, decirle salud a alguien que estornuda por la calle, son muestras de ello.

A principios del siglo pasado los dadaístas, un grupo de artistas de vanguardia, comenzaron a hacer recorridos por los lugares más banales de sus ciudades como una forma de expresión artística —o antiartística—, con la intención de remarcar la importancia de caminar como un acto estético. Para Francesco Careri, autor del libro Walkscapes, “andar es un instrumento estético capaz de describir y de modificar aquellos espacios metropolitanos que a menudo presentan una naturaleza que debería comprenderse y llenarse de significados, más que proyectarse y llenarse de cosas”.[2] Además, andar y movernos por una ciudad, en general, puede pensarse también como un acto ético, una expresión —y revisión— de nuestros valores, de los fundamentos desde los cuales tomamos decisiones.

Tras los días en casa, volver a movernos por la ciudad, observar los espacios públicos marcados con las distancias que debemos guardar, con las áreas restringidas, nos invita a releer la ciudad desde esta perspectiva. Quién puede salir a la calle, por qué lo hace, quiénes guardan distancia, quiénes tienen que atiborrarse en el transporte público, quiénes se han narrado una ciudad libre del conflicto de la salud y por qué lo han hecho.

Retomar la práctica de andar por la ciudad, de habitar el espacio público en estos tiempos, aún de pandemia, implica, invita, exige, como decía el dadaísta André Bretón, a “tomar el aire de lo eventual”, a tomar posturas y asumir compromisos desde la ética con respecto a la calidad del aire, los espacios naturales urbanos, el ruido, la desigualdad, entre otras grandes problemáticas implicadas en la salud. Y como dice Careri, no solo a llenarse de cosas —de letreros que nos pidan guardar distancia— sino de comprensiones y significados, para lo que resulta indispensable para cualquier posibilidad de subsistir en el siglo XXI una ciudadanía que maneje información tecnocientífica de calidad y que pueda construir significados a partir de ella.

 

[1] Citado en Careri, Francesco, Walkscapes. El andar como práctica estética, Gustavo Gili, Barcelona, 2014, p.72.

[2] Ibidem, p.20.

Difícil quedarte en casa si no tienes una

Actualmente enfrentamos una pandemia que impacta a la humanidad en una de sus necesidades más vitales: la de habitar. Así como covid-19 afecta más a organismos vulnerables o con preexistencia de enfermedades, los efectos negativos de la pandemia son más devastadores en los habitantes de asentamientos humanos que sufren de marginación y vulnerabilidad preexistente.

Debido a la dimensión del problema, para reducir la posibilidad de contagio los gobiernos han instaurado medidas restrictivas a las actividades humanas, promoviendo medidas de higiene como la permanencia en casa y la “sana distancia”. Pero un gran porcentaje de la población no puede adoptar estas medidas por subsistir de actividades productivas informales o empleos precarios, por haber perdido su empleo o sufrido una reducción en su salario, por carecer de algún servicio básico en su vivienda o vivir en situación de calle.

Según el cuestionario realizado por la Coalición Internacional para el Hábitat (HIC), tan solo en la Ciudad de México 10% de los 630 mil arrendatarios han sufrido desalojos, mientras que en todo el país 61% de las personas han tenido problemas para pagar la renta, por lo que 2.3 millones de familias enfrentarían algún riesgo de desalojo.[1]

Ante la problemática, el 21 de marzo de 2020 organizaciones, académicos y activistas emitieron un comunicado para exigir medidas urgentes para afrontar la pandemia de covid–19 desde una perspectiva del derecho a la vivienda adecuada

[…] urgiendo a las autoridades federales, de las entidades federativas y municipales a adoptar medidas para impedir que la crisis de salud de pie a una crisis en materia del derecho a la vivienda y servicios para la vivienda, así como para evitar graves daños a la vida e integridad de los sectores históricamente excluidos.[2]

En ese comunicado se invitó a decretar una suspensión en el pago de las rentas, préstamos o créditos hipotecarios de inmuebles para uso habitacional y a suspender desalojos en todo el territorio nacional, así como a otorgar con urgencia alternativas de vivienda para quien no tuviera dónde resguardarse, y también a evitar cortes de servicios domésticos de agua potable y saneamiento.[3]

La vivienda es un derecho humano fundamental.[4] Sin una vivienda adecuada es imposible llevar a cabo el distanciamiento social y las buenas prácticas de higiene, y se incrementa el riesgo de contraer covid-19.

Queda por ver si los gobiernos garantizarán el derecho a una vivienda adecuada o seguirán apuntalando un sistema socioeconómico en el cual es vista solo como una mercancía. Es evidente que se requieren políticas públicas que transformen la grave problemática en una oportunidad para realizar acciones contundentes, que brinden a todas las personas un espacio para habitar, un lugar para resguardarse y sobrevivir a esta pandemia.

 

[1] HIC-AL. Resultados del sondeo sobre condiciones de vivienda y acceso al agua en la CDMX y su zona metropolitana, 2020. Disponible en: https://cutt.ly/hic-al, consultado el 26 de marzo de 2021.

[2] IC-AL. «Urgen medidas para afrontar la pandemia del Coronavirus desde una perspectiva del Derecho a la Vivienda Adecuada», 21 de marzo de 2020. Disponible en: https://hic-al.org/2020/03/21/urgen-medidas-para-covid19/, consultado el 26 de marzo de 2021.

[3] Ibidem.

[4] Naciones Unidas Derechos Humanos y ONU Hábitat. El derecho a una vivienda adecuada, 2010. Disponible en: https://cutt.ly/vivienda_adecuada, consultado el 26 de marzo de 2021.

El movimiento en las ciudades y el contagio

Por un lado, moverse en la ciudad es una necesidad de las personas para realizar sus actividades cotidianas, entre ellas las laborales y educativas, que destacan por su mayor frecuencia y tiempo de desplazamiento, así como las de carácter personal, como acudir al médico o realizar las compras de abasto semanal. Por otro, nos permite relacionarnos con nuestra familia y amigos, recorrer nuestro barrio o colonia, saludar a nuestros vecinos y fomentar nuestras relaciones comunitarias, es decir, es una actividad que permite al ser humano ejercer su capacidad como ser social. Por lo tanto, desplazarse en la ciudad está estrechamente ligado con nuestro derecho a vivir y disfrutar de la ciudad como ámbito y nicho de conservación de nuestra especie.

De acuerdo con el estudio que realizamos en el Instituto de Investigación y Estudio de las Ciudades (in-Ciudades) de la Universidad de Guadalajara,[1] a partir de la emergencia sanitaria que se generó en la escala global en las ciudades por la pandemia por covid-19, se pudo observar en el área metropolitana de Guadalajara una relación entre el aumento del número de contagios (Secretaría de Salud y Radar Jalisco) con el aumento de los desplazamientos, estos últimos revisados en las plataformas Google Maps, Apple y Waze que hicieron pública su información.

También se identificó que una importante cantidad de los desplazamientos laborales y educativos de la población se realizan en un municipio diferente al de residencia, lo cual significa que deben utilizar medios motorizados y también que pueden llevar el contagio de su municipio laboral al de residencia y viceversa, lo que ha generado una mayor dispersión del virus SARS-CoV-2.

La forma en la que realizamos nuestros desplazamientos depende de la distancia a nuestros destinos y de las opciones de transporte que tenemos. Los dos temas son relevantes en la actual emergencia sanitaria, ya que si nuestros destinos son lejanos debemos utilizar el automóvil, motocicleta o el transporte público, y este último es el que tiene mayor riesgo de contagio, pues las unidades no son sanitizadas en cada viaje, la capacidad de las unidades no permite mantener la sana distancia y una cantidad importante de personas no sigue las medidas de higiene solicitadas por las autoridades.

Así, moverse en la ciudad ha requerido repensar cómo desplazarnos para tomar los menores riesgos de contagio posibles sin perder nuestro derecho al uso de la ciudad y, en definitiva, en la actual emergencia sanitaria los desplazamientos a pie y en bicicleta son los más seguros si asumimos la responsabilidad de cumplir con los lineamientos de higiene establecidos por las autoridades de salud.

Invitamos a consultar el tablero público covid–19 del proyecto en el sitio: http://covid19.inciudades.cuaad.udg.mx/

 

[1] Modelo predictivo de la difusión intermunicipal de la pandemia covid-19 en Jalisco a partir de los flujos de movilidad ocupacional (laboral y estudiantil), de la Universidad de Guadalajara, in–Ciudades y el Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología del Estado de Jalisco; los autores son los responsables del proyecto.

Trazabilidad espacio-temporal de la pandemia

Los sistemas de información geográfica (SIG) son, quizá, el más alto nivel tecnológico orientado al estudio de las estructuras y procesos socioespaciales. Se trata de herramientas de representación, análisis y planteamiento de soluciones y alternativas a múltiples situaciones que vinculan lo social y lo espacial. Desde su surgimiento los SIG han estado directamente asociados a las tecnologías de la información y las comunicaciones. Para los científicos y planificadores de lo socioespacial del siglo XXI los SIG equivalen al procesador de palabras de los escritores.

En décadas recientes se han incrementado las exigencias científicas y sociales a los investigadores, analistas y planificadores de lo socioespacial. La alta tecnología está al alcance de la mano, existen conceptos, teorías y métodos de análisis cada vez más potentes y los datos son cada vez más abundantes y de mayor calidad. Sin embargo, la complejidad técnica de la planeación socioespacial aplicada dificulta que conceptos, teorías, métodos y datos se utilicen de manera cotidiana para responder de forma científica y oportuna a situaciones concretas que afectan a la gente en diferentes esferas de actividad.

La Estación de Inteligencia Territorial CHRISTALLER® contribuye a demoler este obstáculo haciendo fácil lo complejo, rápido lo pausado y económico lo costoso. CHRISTALLER® ofrece desarrollos automatizados de diversos métodos de planeación socioespacial, además de operar de forma amistosa con los SIG más utilizados (incluso en sig de código abierto como Quantum GIS, QGIS). La idea es contar con un sistema robusto, amigable y accesible a todos, que permita explorar preguntas socioespaciales complejas y tomar decisiones realmente útiles, cada vez más sólidas, informadas y oportunas.

CHRISTALLER® integra personal capacitado en manejo de SIG, análisis espacial, altas matemáticas e informática. La filosofía de trabajo se fundamenta en trabajo en equipo, transferencia de conocimiento, innovación, capacitación permanente, apertura a la colaboración interinstitucional y vinculación con la sociedad.

El proyecto CHRISTALLER® se inició en marzo de 2017. Es un proyecto permanente de El Colegio Mexiquense[1] (México). Con la crisis de salud generada por la pandemia se puso en marcha la plataforma “Análisis espacio temporal de las cifras de covid-19 en México” (de acceso libre en http://www.christaller.org.mx/), que incluye bases de datos en Excel, cuadros, figuras, mapas e indicadores útiles para dar cuenta de la evolución de la enfermedad a escalas estatal y municipal. A abril de 2021 se han registrado 203,674 visitantes.

En el sitio están disponibles bases de datos estadísticas que permiten rastrear la evolución geográfica y sociodemográfica de la enfermedad en el ámbito nacional, datos todos útiles para los interesados de los sectores público, privado, social y académico. Algo interesante de destacar es el tipo de informaciones que producen los SIG porque permiten representar en planos y mapas la distribución de valores estadísticos de interés, por ejemplo, puede mostrarse la ubicación precisa de unidades médicas y hospitales, puede visualizarse la cobertura territorial exacta de los servicios de salud, puede ilustrarse la concentración geográfica de población vacunada o infectada, y también pueden generarse análisis más complejos para correlacionar variables.

En específico sobre la pandemia en México, al 15 de este abril los análisis de la información relativa a covid-19 arrojan que en el panorama nacional Colima es la entidad con menor mortalidad por casos positivos respecto del promedio nacional —mostrando un valor de -100—, dato que contrasta con Chihuahua, que alcanzó la cifra de +210. En cuanto a municipios jaliscienses, el caso de Tonalá es extremo al contabilizar el más alto rango nacional con +1202 (igual que en otras 18 demarcaciones del país), que se aparta demasiado del -100 que presentan localidades como Ameca, Cocula, Cuautla, Jamay, Lagos de Moreno, Ocotlán, San Juan de los Lagos, San Julián, San Martín Hidalgo, Tecolotlán, Tizapán el Alto, Tlajomulco de Zúñiga, Tlaquepaque, Tuxpan, Yahualica de González Gallo y Zapopan. Nótese que Guadalajara registra un bajísimo -37.

 

 

[1] El Colegio Mexiquense es un centro de investigación en Ciencias Sociales localizado en la zona metropolitana de Toluca, a 50 kilómetros de la Ciudad de México, http://www.cmq.edu.mx/

 

Urbes en crisis… global

El pasado nos ha dejado huérfanos,
como al resto del planeta,
y debemos juntarnos para inventar nuestro futuro común.
La historia mundial se ha vuelto tarea de todos y nuestro propio laberinto
es el laberinto de toda la humanidad.

Octavio Paz

 

La pandemia provocada por covid-19 ha puesto en evidencia las condiciones en las que existimos los habitantes de todas las regiones del mundo. Su surgimiento constata lo expresado por Ignacio Ramonet acerca de que se trata no solo de una crisis sanitaria global sino de un hecho social totalizador con sede reproductora espacial en las grandes ciudades-metrópolis.[1] Recientemente, especialistas en epidemiología han aceptado que esta u otra pandemia se repetirá por diferentes causas y vías. Cabe en esta perspectiva señalar un proceso que destaca y forma parte de la realidad de las comunidades a escala mundial: la desigualdad de entorno y contexto en el que viven miles de millones de habitantes en todas las geografías del planeta.

Ya en 2004 Immanuel Wallerstein subrayó el consenso científico acerca de dos fenómenos que dominan el mundo desde los últimos decenios del siglo xx: la globalización y el terrorismo —en nuestros países traducido como crimen organizado—, acento cotidiano de nuestra actualidad.[2] La división entre hemisferio norte y sur, que ubica las cualidades de las urbes y los territorios en función de la jerarquía del sistema democrático occidental, vive ahora una configuración dual común respecto del fenómeno igualdad-desigualdad. Hoy, en ciudades de los países del norte desarrollado, existen espacios-lugares de cualidades similares al denominado sur-subdesarrollado, en donde se localizan las peores contradicciones del modelo de desarrollo globalizado-neoliberal, dominado por la acumulación excesiva y la fragmentación socioespacial.

Al mismo tiempo, las estructuras económicas dominantes muestran su perfil de índices ambivalentes pobreza-riqueza, relacionado con la excesiva explotación de los recursos naturales (agua, minerales, bosques, alimentos, entre otros) y la contaminación, que implican deterioro ecológico, y la amenaza del cambio climático. El aumento de la pobreza, la violencia estructural, la discriminación, que origina ingentes migraciones sur-norte en busca de un lugar, suman en todos los continentes las inquietudes y las incertidumbres sobre el futuro de millones de jóvenes. El debilitamiento y el descrédito de las estructuras de gobierno y de organización política motivan extensos movimientos reivindicativos que se expresan en las ciudades. Así, las dinámicas transformadoras se suceden entre los escenarios en construcción en la nueva era (siglo XXI), cimentadas en avances de la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas, que impulsan innovaciones y prácticas que revolucionan la producción y el espectro de consumo en todos los ámbitos.

La introducción de los canales de cambios “inteligentes” en la vida de las ciudades son un espacio en disputa para los poderes financieros, sus excedentes, arena y proceso disruptivo en el espacio urbanizado. Tal complejidad significa ahora modificar a fondo ideas y prácticas sobre lo urbano y su planeación, pasar del lenguaje de la obediencia a otro que, no obstante, sea políticamente incorrecto. El reto de pensar el futuro de las ciudades, el deterioro ambiental del planeta, la salud común de los seres humanos, por sobre intereses particulares, es la encrucijada por resolver.

 

[1] Véase Ramonet, Ignacio. “La pandemia y el sistema-mundo”, en La Jornada, 25 de abril de 2020. Disponible en: https://cutt.ly/ramonet

[2] Wallerstein, Immanuel. Las incertidumbres del saber. Gedisa, Barcelona, 2004.

Editorial

Esta entrega de Clavigero reúne textos que relacionan pandemia y ciudad. Académicos de diferentes universidades enfocan cómo la covid-19 ha marcado nuestras vidas al modificar los espacios urbanos y domésticos que acogen las actividades cotidianas. Entre los artículos destacan los reportes técnicos generados por las poderosas plataformas informáticas que combinan datos estadísticos y mapas digitales para producir detallados análisis socioespaciales útiles para tomadores de decisiones e investigadores.

Las diferentes aportaciones subrayan que ya no será igual el futuro y que es
preciso alterar para bien no solo la configuración física de calles, parques y viviendas sino, más importante aún, que es necesario restructurar las condiciones del sistema socioeconómico global desde sus bases. Como aporte especial, las imágenes de Luis Ponciano ilustran aspectos difíciles de comunicar con palabras. Sus fotografías complementan visualmente el drama de la precariedad habitacional, del confinamiento doméstico y de los contrastes insalvables entre formas de vida polarizadas que se exacerban ahora en este contexto. Ojalá que esta lectura haga más llevadera la llamada nueva normalidad.

 

Alejandro Mendo Gutiérrez

Académico del Departamento
del Hábitat y Desarrollo Urbano