Del infierno al paraíso (y viceversa): turismo y naturaleza

Maya Viesca Lobatón / Académica del Centro de Promoción Cultural y coordinadora del Café Scientifique del ITESO

Foto: Alfredo Brambila

Pocas cosas más comúnmente deseadas en el imaginario de la cultura masiva actual que unas vacaciones en una soleada playa. Asociados con buen clima, descanso y diversión, estos escenarios hace tiempo que se convirtieron en el paraíso en la tierra.

Pero no siempre ha sido así. Hasta antes del siglo XVIII en la cultura occidental el mar era “un abismo insondable lleno de peligro y monstruos”,[1] más parecido al infierno del Génesis o Dante que a lo que actualmente nos representa. Conforme la ciencia y el arte comenzaron a develar sus maravillas, la vida junto al océano, como dice Manuel Cuenca,[2] descubrió “un nuevo orden de sensaciones que permiten serenar el espíritu, buscar la armonía con la naturaleza y el propio cuerpo y reencontrarse con el propio yo”.

En esa época los artistas románticos hicieron del mar uno de sus temas principales; Humboldt y Darwin, entre otros naturalistas, modificaron por completo la idea que se tenía de la naturaleza, haciendo de ella un objeto de curiosidad y asombro. La cultura de la salud se sumó convirtiendo a la naturaleza en espacio terapéutico. Y así, de ser la imagen misma del infierno, lo desconocido, el mar, y la naturaleza en general, pasaron a ser lugares de deseo, y con ello el turismo comenzó a fraguarse como una de las actividades de ocio más importantes del mundo, tanto para las personas como para las economías.

La pregunta que por desgracia no hace falta hacer es si con la pérdida del miedo a la naturaleza se dio lugar a la comprensión, el cariño y el cuidado, y la respuesta es no. La ausencia del miedo abrió el espacio a la dominación irracional, a la negación de sus procesos, a la implantación de modos de vida urbanos en espacios ecológicamente críticos. En muchos casos el mar ha dejado de ser un destino de naturaleza para convertirse en territorio de especulación inmobiliaria, de modelos desarrollistas insostenibles y de evasión de ese yo que tanto anhelaban encontrar los románticos.

Y, aun así, numerosos estudios coinciden en señalar que el turismo de naturaleza es hoy una de las formas ideales para generar modelos sostenibles no solamente de turismo, sino también de desarrollo y conservación. Senderismo, buceo, avistamiento de aves, cayac, campismo, son algunas de las muchas actividades que abren la posibilidad a las comunidades locales de tener fuentes de financiamiento y, a los visitantes, no solo de disfrutar y descansar, sino también de aprender y respetar. Como siempre, las políticas públicas, el conocimiento y la racionalidad harán que estas prácticas resulten verdaderas alternativas.

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[1] Cuenca, M. (2000). Ocio Humanista. P. 132.
[2] Op. cit., p. 134.