Sembrando para el cuidado de nuestra casa común

El planeta Tierra, nuestra casa común, se ve amenazado desde diferentes ámbitos. Uno de ellos es la agricultura industrial, que se impone en todas partes como la única forma posible de trabajo con la tierra para la producción de alimentos. Esta agricultura tiene un manejo tecnológico basado en el monocultivo, la utilización de petróleo, fertilizantes y agrotóxicos, y el uso intensivo de recursos naturales. Por ello ha tenido fuertes impactos ambientales en el agua, los suelos y la biodiversidad; además contribuye significativamente al cambio climático global. A la par, esta agricultura industrial, por su orientación para el mercado y sus efectos sobre la agricultura familiar, ha incrementado el hambre, la marginación y la emigración de los habitantes del campo, donde se ubica la mayoría de los pobres del mundo rural.

La agricultura industrial evidencia con claridad lo que nos dice la encíclica Laudato Si’: “Los problemas ambientales afectan particularmente a los excluidos, a miles de millones de personas, un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia con el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”. En la agricultura industrial, en términos de esta encíclica, “priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente”.

En el camino hacia el cuidado de nuestra casa común el papa Francisco hace una llamada a “programar una agricultura sostenible y diversificada, con una mayor eficiencia energética para promover una gestión más adecuada de los recursos naturales”. La encíclica deja claro que para ello es indispensable “prestar especial atención a las comunidades campesinas e indígenas con sus tradiciones culturales, para ellos la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores; cuando ellos permanecen en sus territorios son precisamente ellos quienes mejor los cuidan”. La encíclica señala además que “Todo campesino tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener seguridad existencial”.

La encíclica es esperanzadora cuando afirma que “la liberación del paradigma tecnocrático reinante se produce de hecho cuando comunidades de pequeños productores optan por sistemas de producción menos contaminantes, sosteniendo un modelo de vida, de gozo y de convivencia no consumista; hay una gran variedad de sistemas alimentarios campesinos y de pequeña escala que sigue alimentando a la mayor parte de la población mundial, utilizando una baja proporción del territorio y del agua, y produciendo menos residuos, sea en pequeñas parcelas agrícolas, huertas, caza y recolección silvestre o pesca artesanal”. Las experiencias que a lo largo de Latinoamérica, en México y en Jalisco llevan a cabo diferentes movimientos campesinos e indígenas articulados con movimientos urbanos en torno a las agriculturas más sustentables, nos muestran como estas alternativas para el cuidado de nuestra casa común van avanzando y fortaleciéndose desde abajo y paso a paso en el trabajo cotidiano. A dar cuenta de ello van dedicados algunos textos de esta publicación.

La encíclica nos llama a participar en estos procesos y nos recuerda que “Es posible alentar el mejoramiento agrícola de regiones pobres mediante inversiones en infraestructuras rurales, en la organización del mercado local o nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas sostenibles. Se pueden facilitar formas de cooperación o de organización comunitaria que defiendan los intereses de los pequeños productores y preserven los ecosistemas locales de la depredación”.

La encíclica Laudato Si’ nos invita a colaborar en el cuidado de nuestra casa común y culmina con este desafío: “¡Es tanto lo que sí se puede hacer!”

 

Jaime Morales Hernández / Académico del Centro de Investigación y Formación Social