José Rosario Marroquín Farrera, S.J. / Académico del Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia del ITESO
¿Y si intentamos vernos a la luz del perspectivismo y del multinaturalismo, según lo que Eduardo Viveiros de Castro dice de los pueblos americanos? Se pone un pie afuera de la casa y entonces hay que poner atención para esquivar un zarpazo o un golpe fatal. A veces hay fuertes rugidos que preceden al ataque. Así van los días, sin posibilidades de intercambio para aminorar la agresividad depredadora de los automóviles que capturan la calle. Vivimos ya sin los lugares que antes fueron espacios para el debate, la discusión o el disenso.
Los automóviles corren a su vez, escapan de la gran depredación. De esa que nos persigue también, que anda al acecho desde que le dimos cabida en nuestras formas de organización. Es la persecución ejercida por el tiempo que sin cesar corre como gran aliado de la continuidad, de las mejoras y de los futuros. Que en esa carrera devora, ve detrás de sí solo ruinas, pero sin poder repararlas, como nos lo ha hecho ver la tesis benjaminiana del ángel de la historia. No es solo que se viva con prisa. Admitimos al tiempo como rector de nuestras vidas, de nuestra historia, de nuestras relaciones. Es más, la gran proeza del tiempo consiste en devorar el espacio, sacrificarlo, contraerlo, erradicarlo. Mientras que su continuidad se consagra como instante, como la depredación por antonomasia que exige hacer lo máximo en un momento inaprehensible. Cuando miramos atrás solamente vemos los restos, los trastes rotos de la movilidad que se mide en distancia sobre tiempo y se justifica como eficiencia y productividad.