Maya Viesca Lobatón / Académica del Centro de Promoción Cultural y coordinadora del Café Scientifique del ITESO
El 6 de agosto de 1945 cambió para gran parte de los habitantes del planeta la concepción de lo que un desarrollo tecnológico era capaz. La explosión de las bombas en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki no solo dio pie al fin de la segunda guerra mundial, sino también a la idea de que la producción de conocimiento científico y la ciudadanía podían desconocerse mutuamente.
Si bien la guerra siempre ha estado vinculada a la tecnología, la relación entre investigación científica y guerra quedó notablemente expuesta en la primera mitad del siglo XX con las dos guerras mundiales, y con ello se hizo evidente que en esta etapa de la historia no habría democracia ni paz posibles sin una estrecha relación entre la ciencia y la sociedad.
A partir de entonces, importantes proyectos de ciencia tuvieron una contraparte de comunicación que buscaba acercar a las personas comunes con los productores de conocimiento científico: los grandes museos de ciencia surgen en Estados Unidos a la par que la carrera espacial; el proyecto de la secuenciación del genoma humano destinó un porcentaje importante de su presupuesto para la comprensión y participación públicas sobre el tema, y uno de los proyectos más importantes para el conocimiento del origen del universo y las partículas elementales, el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear, nació con un área de comunicación integrada al proyecto científico.
Pero una relación entre la ciencia y la sociedad de cara a la construcción de un mundo en paz requiere de mucho más. ¿Cómo lograr que los distintos grupos sociales tengan agencia en materia de política científica y desarrollo tecnológico en un contexto donde el conocimiento es cada vez más especializado? ¿Cómo ser, como dicen Yurij Castelfranchi y María Eugenia Fazio,[1] una ciudadanía que “incorpora derechos, pero también responsabilidades, que reclama a las empresas y demanda políticas de regulación de los algoritmos que deciden lo que sabemos y cómo”?
En 2002 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura declaró el 10 de noviembre como el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo, con el ánimo de insistir en el uso responsable de la ciencia para el beneficio de las sociedades, en especial para la extinción de la pobreza.
Estos grandes marcos de poco sirven si no hay científicos ciudadanos como la bióloga Rachel Carson, que enfrentó a las grandes empresas y logró frenar el uso de ddt y otros pesticidas en Estados Unidos, comenzando con ello el gran movimiento ambientalista; si los grandes avances en la antropología forense no están al servicio de la justicia y la búsqueda de los desaparecidos en nuestro país, como lo estuvieron para las Madres de la Plaza de Mayo tras la dictadura argentina; si las empresas farmacéuticas desoyen, como lo hicieron, los llamados de la Organización Mundial de la Salud para liberar el uso de las patentes y la producción de las vacunas contra el covid–19 y que se aplicaran en todos los países.
La ciencia será un recurso para la construcción de paz en la medida en que los ciudadanos dejemos de desconocerla y podamos articular vías de participación horizontales, éticas y que vean por el bien común.
[1] Castelfranchi, Y. & Fazio, M. E. (2020). Comunicación Pública de la Ciencia. CILAC. Foro Abierto de Ciencias Latinoamérica y Caribe. Oficina de Montevideo / Oficina Regional de Ciencias para América Latina y el Caribe. http://forocilac.org/wp-content/uploads/2021/04/PolicyPapers-CILAC-ComunicacionPublicaCiencia-ES.pdf