Maya Viesca Lobatón / Académica del Centro de Promoción Cultural y coordinadora del Café Scientifique del ITESO
En su texto Sobre el diálogo (1997),[1] uno de los físicos más importantes del siglo XX, David Bohm, cuenta la anécdota de cómo otros dos reconocidos físicos, Albert Einstein y Niels Bohr, recién conocerse compartían largas y enriquecedoras charlas, las cuales se mantuvieron hasta el momento en que encontraron absolutamente irreconciliables sus posturas teóricas sobre la física. A partir de entonces no solo dejaron de hablarse sino que rompieron toda camaradería.
Algunas narrativas subrayan el importante papel de la comunicación en la
forma en que funciona la ciencia: se dialoga con el conocimiento existente, se comunica entre pares y se abre al escrutinio, y su publicación permite la posibilidad de nuevos diálogos. Esta disposición a contrastar y validar los descubrimientos la convierten, como dice el coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco, Juan Ignacio Pérez, en una disciplina humilde.[2]
No obstante, como ilustra la anécdota de Einstein y Bohr, la realidad es más compleja y la ciencia, como cualquier empresa cultural, se produce a partir de sujetos, instituciones y contextos atravesados por ejercicios de poder. Poder que en muchas ocasiones resulta antagónico a la misma condición básica del diálogo —la real comunicación—: la verdad es provisional y transitoria, y la posibilidad de alcanzar una verdad mayor implica la disposición a reconocer esto, a aceptar que tenemos límites y que aspirar a una verdad mayor requiere necesariamente al otro.
El filósofo y abogado Javier de la Torre[3] anota además que, para que el diálogo se dé, se requieren unos mínimos lógico–racionales y morales que permitan entenderse. Se requiere un contexto de justicia repartida entre todos.
La comunicación de la ciencia puede significar un acto de equiparación de oportunidades en el ejercicio ciudadano, la posibilidad de compartir significados, no solo necesidades, como dice Bohm (1997), pero esta requiere también de los marcos mínimos de libertad. Necesita un interlocutor dispuesto a dejar de ver en el otro solo a un adversario.
“Pero la libertad no consiste en dejarnos arrastrar por nuestros pensamientos y, en consecuencia, hacer lo que nos gusta rara vez conduce a la libertad, porque nuestros gustos están condicionados por nuestros pensamientos, y éstos, a su vez, se atienen a pautas determinadas. Tenemos, por tanto, la necesidad creativa —tanto a nivel individual como a nivel colectivo— de funcionar grupalmente de un modo nuevo”.[4]
[1] Bohm, D. Sobre el diálogo, Kairós, Barcelona, 1997, p.69.
[2] Véase “Ciencia y libertad”: https://culturacientifica.com/2011/06/23/ciencia-y-libertad/ consultado el 23 de abril de 2022.
[3] Torre Díaz, F. J. de la. “¿Qué es diálogo? Veinte tesis para empezar a dialogar”, en Sal terrae: Revista de teología pastoral, Tomo 94, Nº 1097, 2006, pp. 55–68
[4] Bohm, D. Op. cit..