Infante, del latín infantis, “El que no habla”

Salvador Ramírez Peña, S.J./ académico del Departamento de Filosofía y Humanidades del ITESO

 

Los relatos de los Evangelios dan testimonio de que Jesús, al ser resucitado, se hace presente, primero, a las mujeres, las cuales habían ido a la tumba para terminar de embalsamar el cuerpo inerte del Maestro. Su sorpresa fue que el cuerpo no estaba inerte sino más inquieto que nunca, ya que el Resucitado, después de consolarlas, las envía a hablar con sus compañeros sobre lo que estaba aconteciendo: que la muerte no tuvo la victoria y que la vida como ámbito de libertad continuaba. Al principio, sus compañeros, que se encontraban tristes y llorando, no les creyeron. Sin embargo, ellas siguieron hablando con toda libertad, venciendo los muchos prejuicios que había en contra de ellas, sobre lo que habían visto y escuchado del Maestro Resucitado: ¡Vayan a Galilea a seguir expresándose con la verdad que las hace libres para que la paz esté con ustedes!

No es mera contingencia que las mujeres fueran las primeras en ser testigos de la Resurrección ni las primeras enviadas a hablar de esta verdad. La libertad de expresión de estas mujeres fue, también, “la buena noticia”, el evangelion que inauguró una nueva manera de comunicación trascendental donde las infantis, infantilizadas, acalladas, silenciadas, manifestaban con voz potente un mensaje que no se había escuchado. La experiencia pascual de resurrectio, de “volver a levantarse”, las preparó para salir de la “infantilización” en la que una cultura ciega y opresora las tenía sujetadas, para volverse agentes de paz y constructoras de una nueva comunidad en la que ya no hay diferencia jerárquica entre judíos o griegos, ni entre esclavos o dominadores, ni entre hombres o mujeres. Esta experiencia pascual es, sobre todo, una experiencia des–infantilizante que nos capacita, entre la sospecha y el desconcierto de muchos, a expresar con libertad elocuente que podemos hacer de este mundo, otro. Expresar con verdad que la paz viene del Resucitado les brindó a las mujeres del Evangelio el criterio de igualación que superó la injusta diferencia que las subordinaba y les impedía vivirse como parte importante de una sola comunidad igualitaria: el shalom, el salam, la ekklesia, la paz como ámbito de encuentro.