Maya Viesca Lobatón / académica del Centro de Promoción Cultural y coordinadora del Café Scientifique del ITESO
Los observatorios astronómicos desde los que los mayas observaron las estrellas y sus movimientos en Chichén–Itzá; el punto exacto en Greenwich, Inglaterra, por donde pasa la línea imaginaria a partir de la cual se homologaron los usos horarios; el arco geodésico de Struve, que se extiende por diez países y que permitió al astrónomo del mismo nombre realizar la primera medición exacta del meridiano terrestre; Alcalá de Henares, España, la primera ciudad universitaria planificada del mundo; el jardín botánico de Padua, Italia, el más antiguo que se conoce, o los grandes balnearios de Europa. Todos estos espacios son reconocidos como Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Son muchos y diversos los motivos que condujeron a estas declaratorias, pero es interesante observarlas desde una perspectiva común: el conocimiento que desde ellos se produjo. ¿Qué potentes preguntas hicieron construir estas edificaciones? ¿Qué inquietudes generaba lo desconocido? ¿Qué grandes necesidades y problemas planteaba la realidad? ¿Qué luchas de poder tuvieron que ganarse para que se conjuntaran recursos y esfuerzos para estas obras, y que hoy podamos reconocer todas estas inquietudes en ellas?
Y no solo son sitios los que construyen esta memoria, también objetos. ¿Qué angustiosa fuerza tendría que haber provocado en Bernardino de Sahagún el riesgo de perder el conocimiento de los antiguos habitantes de la Nueva España para crear el Códice Florentino? ¿Qué valor generó en Nicolás Copérnico su certeza de que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol que arriesgó la vida al publicar Sobre las revoluciones de las órbitas celestes? ¿Qué desafió lo planteado por Charles Darwin en El origen de las especies que se considera uno de los libros que más ha sufrido censura?
La pregunta por el patrimonio del conocimiento también es válida en lo más cercano. En el libro Museo portátil del ingenio y el olvido, Juan Nepote hace el ejercicio de traer a la memoria a algunos jaliscienses “cuyo ingenio, curiosidad y asombro” produjo interesantísimas historias vinculadas a la ciencia y la tecnología, como Leonardo Oliva, Lázaro Pérez, Mariano Bárcena, Refugio Barragán de Toscano o José María Arreola.[1]
¿Qué tendríamos que conservar como testimonio de las grandes revoluciones de pensamiento que ha provocado el conocimiento científico para continuar aprendiendo de sus aciertos y errores? ¿Qué de todo esto podemos reconocer en la memoria cultural que nos hace ser y actuar como actuamos? Y, por si faltaran preguntas, ¿cómo imaginar el patrimonio del futuro que hoy estamos generando y que hablará sobre nuestras formas de cuestionar y buscar verdad?
[1] Nepote, J. (2020). Café Scientifique – “La curiosidad olvidada: episodios secretos de nuestra historia científica” [conferencia]. ITESO. https://bit.ly/3T4H3wJ