Hablar de cultura de paz parece «utópico»

Isabella Jiménez Robles / estudiantes de la Licenciatura en Periodismo y Comunicación Pública del ITESO

Foto: CameraCraft, Depositphotos
El experto Jacobo Dayán, director del Centro Cultural Universitario Tlatelolco en la Ciudad de México, opina que el paso indispensable antes de la paz es transformar la situación de violencia del país, pero no ve voluntad política para lograrlo.

“En un país prácticamente en guerra, resulta irrelevante hablar de cultura de paz”, dice Jacobo Dayán (Twitter: @dayan_jacobo), director del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, experto en justicia transicional, macrocriminalidad y derechos humanos. Su argumento es que, mientras México no tenga un estado de derecho, hablar de cultura de paz “me parece no nada más utópico, sino innecesario”. Es tan absurdo como lo sería en Ucrania, explica en entrevista: “Ese discurso no puede florecer mientras sigamos militarizando, negando las masacres; si sigue habiendo un fenómeno de desaparición, tortura, impunidad y falta de oportunidades”.

¿Por qué es importante meter a la cultura de paz en las conversaciones en México?

Primero, me parece que hay una confusión sobre qué se entiende por cultura de paz. En un país que se encuentra prácticamente en guerra resulta relevante hablar de eso, pero lo que tenemos en el discurso público es una sobresimplificación: cultura de paz no es entregar violines o flautas a menores de edad. Lo que tenemos es un ambiente de guerra, una polarización desde la más alta tribuna, que genera tensión, encono, enfrentamiento; tenemos una falta de estado de derecho y un entorno en donde incluso utilizamos un lenguaje bélico: lucha contra las drogas, lucha contra el narcotráfico, lucha contra el crimen organizado. La cultura de paz tendría que estar sustentada en mínimos sociales que el estado debería garantizar; difícilmente se hablará de cultura de paz en un entorno de balazos, de presencia militar en las calles, de falta de oportunidades.

Claro, la respuesta oficial siempre es la más simple: “Estamos haciendo actividades culturales, ya creamos una biblioteca pública a la mitad de una zona de horror”. Eso no va a generar una cultura de paz. Lo que se necesita es una convocatoria desde la más alta esfera a la discusión pública, a la pluralidad, y a escucharnos […]. No sé si ha faltado presión social o simplemente nuestra clase política se niega a ese diálogo.

¿Por qué piensas que se niega?

Me parece que esa es la madre de todas las batallas. En México la clase política pretende mantener el control de la narrativa, y lo que vemos es que, no importa quién gobierne, las respuestas son las mismas: ante la inseguridad, militarización; ante la impunidad, más impunidad; ante la falta de verdad, más olvido y cierre a la discusión pública.

Desde que este gobierno ganó la elección el mensaje fue “no, no necesitamos intermediarios, nosotros dialogamos directamente con el pueblo”. No hay diálogo con la comunidad cultural, con la científica, con las universidades, incluso con las iglesias. Una vez reducida la violencia, la discusión se tiene que seguir haciendo desde todos los actores sociales, pero sin el estado es prácticamente imposible […]. Hay que empujar a la más alta esfera para encontrar las pequeñas ventanas donde se abra esa posibilidad de diálogo medianamente sincero.

DOS REFERENTES PARA MÉXICO
Jacobo Dayán señala como referentes para México los diálogos que se han realizado en Colombia, a través de su Comisión de la Verdad, y en Argentina, en los procesos de reparación después de la dictadura. Incluso si “no sabemos si van a resultar”, afirma, son los ejemplos que tenemos de espacios de pluralidad y reflexión.
La cultura de paz, opina el excoordinador académico de la Cátedra Nelson Mandela de Derechos Humanos de la Universidad Nacional Autónoma de México, debería estar sustentada en la tolerancia, entendida desde la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura como el respeto y el aprecio por la diferencia. El país, por el contrario, se enfrenta a un ambiente de “encono público, descalificación y polarización”.