En el deporte, ir del conflicto a la reconciliación

Luis Alberto Gutiérrez García / consultor en modelos alternativos de deporte y deporte para la paz

Foto: Luis Ponciano

 

Sigue fresco el recuerdo de la tarde del 5 de marzo de 2022, cuando aficionados de los equipos de futbol de los Gallos Blancos de Querétaro y del Atlas de Guadalajara se enfrentaron en una pelea campal que dejó 26 heridos y cuantiosos daños. Con experiencias de violencia como esa, ¿podemos hablar de cultura de paz en el deporte? Sí, y debemos hacerlo. Hay ejemplos de cómo el deporte ha sido clave en procesos de reconciliación, por lo que es imperativo quitarnos los “lentes violentos” y colocarnos los “pacíficos” para analizarlo.

Uno muy significativo fue el partido de futbol de la Navidad de 1914, en la Primera Guerra Mundial, cuando los soldados acordaron una tregua de varios días para jugar, pero también tratar a sus heridos, sepultar a sus fallecidos e indicar dónde estaban “sembradas” minas terrestres. John Cárdenas y Hernando Casallas comentan así la “tregua de Navidad”: “Este deporte ha permitido reencontrar en el campo de juego a los enemigos, convirtiendo momentáneamente los teatros de guerra en canchas que funcionan también como escenarios para la reconciliación”.[1]

“El término ‘conflicto’ proviene de la palabra latina conflictus, que quiere decir chocar, afligir, infligir; que conlleva a una confrontación o problema, lo cual implica una lucha, pelea o combate”.[2] El deporte es, en sí, conflicto: implica a partes que se confrontan por la victoria; sus intereses colisionan, sin más límites que los reglamentos.

EL MODELO CEFSI
El Centro de Educación Física y Salud Integral (CEFSI) del ITESO impulsa un modelo educativo propio con la cultura de paz como uno de sus pilares, basado en una metodología que busca que el atleta adquiera “responsabilidad personal y social” y se apropie de valores como el respeto, la reflexión, el cuidado de la persona, la colaboración y la conciencia del entorno.

Es famosa la frase atribuida a Vince Lombardi de que “ganar no es importante, es lo único”. Pero en el deporte podemos construir paz porque está diseñado para que en el colisionar de voluntades no nos dejemos seducir por el efímero rostro de la violencia. Ofrecer respeto, amistad y valoración al rival, cumplir con un reglamento y una autoridad, facilita mostrar esos valores en otros contextos. Elegimos resistir el impulso casi primitivo de ganar a toda costa: nos autorregulamos y resolvemos nuestros conflictos de manera justa.

Vicenc Fisas, premio español de Derechos Humanos de 1988, explica que “la cultura es, sobre todo, comportamiento cotidiano, que refleja la ‘forma de ser’ de cada cual, el resultado de sus percepciones y reflexiones”.[3] Podemos empezar por identificar y fomentar esos “comportamientos cotidianos”: dar la mano al contrario, agradecer a los árbitros, ofrecer disculpas por entradas agresivas, agradecer a los aficionados. Y, al tiempo, desterrar otras prácticas: los gritos homofóbicos, las agresiones intencionales, la no inclusión, las faltas de respeto, las conductas “antideportivas”.

La violencia siempre estará ahí y ofrecerá soluciones simples; optar por la paz implica mayor trabajo y cambiar de “lentes” para celebrar las “treguas de Navidad”, el cese de hostilidades, las constantes transformaciones pacíficas de los conflictos. Como se dice en el mundo deportivo, el balón está de nuestro lado, y nosotros, como sociedad, definimos para dónde lo despejamos.

 

Política nacional

En México hay instrumentos jurídicos como la Ley General de Cultura Física y Deporte, que en su artículo 13 destaca como principio del deporte nacional “fomentar actitudes solidarias, propiciar la cultura de paz, de la legalidad y la no violencia en cualquier tipo de sus manifestaciones”.[4]

 

Ejemplos múltiples

La historia del deporte mundial registra numerosos casos de cómo este escenario ha servido para fomentar la paz y la reconciliación:

    • El uso del rugby para superar la segregación racial en Sudáfrica, en el proceso de clausura del apartheid en 1995.[5]
    • El programa Goles por la Paz y el “partido por la paz” en Colombia.
    • El programa Ésperance en Ruanda.
    • Los esfuerzos para la unificación de Corea del Norte y Corea del Sur bajo una sola bandera en las Olimpiadas de Sidney 2000.
    • Los aportes del tenis de mesa en las relaciones diplomáticas entre China y Estados Unidos en 1971.
    • La carrera por la armonía mundial en Zambia.
    • El programa brasileño Futbol por Paz.
    • La contribución del deporte en los diálogos de reconstrucción de paz en Colombia en las épocas posconflicto.[6]
    • La propuesta del “Lauream pascis” de la Universidad de Nuevo León.[7]
    • La propuesta del gobierno de Jalisco de “recuperación de espacios para la paz”, cuyo eje central es el deporte.

 

[1] Cárdenas–González, J. & Casallas Torres, H. (2016). Del deporte colectivo al juego comunitario: fortalecimiento de las organizaciones comunitarias de jóvenes por medio de la práctica del fútbol. En Guzmán Ariza (comp.), Deporte, inclusión social y experiencias comunitarias en América Latina. Editorial Unillanos.

[2] Fuquen Alvarado, M. E. (1 de enero de 2003). Los conflictos y las formas alternativas de resolución. Tabula rasa. Revista de Humanidades, p. 266.

[3] Fisas, V. (mayo de 2011). Educar para una cultura de paz. Escuela de Cultura de Paz, p.8.

[4] Gobierno Federal Mexicano. Ley General de Cultura Física y Deporte. México 2013, p.6

[5] Calderón, M. I. & Martínez, R. (2015). El deporte como herramienta esencial para lograr la paz en el mundo: una aproximación al caso colombiano del actual proceso de diálogos de la paz. Alacip. https://alacip.org/?todasponencias=el-deporte-como-herramienta-esencial-para-lograr-la-paz-y

[6] Ibid.

[7] Cabello Tijerina, P. A. & Sierra García. L. G. (2016). Lauream pascis: una cultura de paz a través del deporte. Comunitaria, Revista Internacional de Trabajo Social y Ciencias Sociales, No. 11, pp. 141–155.