José Rosario Marroquín Farrera, S.J. / Académico del Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia Francisco Suárez, S.J., del ITESO
Las críticas a la visión lineal del desarrollo han conducido a la invención de atributos que intentan paliar las diversas connotaciones del término. Sustentable, verde o incluyente, tales suelen ser algunos de sus adjetivos. Cada uno de ellos ha sido propuesto con la finalidad de responder a aspectos cuestionados de los modos de vida basados en el despliegue de potencialidades, sea a causa de elecciones racionales, sea a causa de leyes que rigen la sucesión de acontecimientos.
Es conveniente ubicar los términos dentro de códigos compartidos en los que adquieren su sentido. Inocentes o neutros a primera vista, son producto de la enunciación, resultado de procesos colectivos en los que con mayor o menor autonomía adquieren legitimidad. Una vez instaurados suele olvidarse la historia de acuerdos e imposiciones, así como las condiciones asimétricas que marcaron su origen.
Hoy tenemos una mayor sensibilidad que nos impide concebir el desarrollo de manera homogénea. Desde diversos horizontes discursivos se plantea la importancia de la heterogeneidad que tiene el despliegue de la actividad humana y de los sistemas en los que se sustenta.
Pero mantener el desarrollo como criterio de evaluación de la actividad humana parece sospechoso. Por más que los adjetivos traten de darle un ropaje nuevo, incluso si se acepta la posibilidad de sus diversos ritmos y modos. Otras culturas, pienso en algunos pueblos originarios, no se ven reflejados en estas opciones. ¿Podemos entendernos sin recurrir al desarrollo?