Maya Viesca Lobatón / Académica del Centro de Promoción Cultural y coordinadora del Café Scientifique del ITESO
Queremos estudios científicos, no sólo técnicos. No sólo queremos saber manejar o arreglar un vehículo, una máquina de costurar, una herramienta de carpintería […]; también queremos saber cuáles son los principios científicos de los movimientos mecánicos y de la física óptica […]. No queremos entrar a competencias científicas y tecnológicas […] queremos aprender y hacer ciencia y tecnología para ganar la única competencia que vale la pena: la de la vida contra la muerte. No queremos ir a las grandes ciudades y perdernos ahí. Y no es por falta de saberes […], ni por falta de inteligencia, ni por falta de paga. Es que no queremos dejar de ser lo que somos. Y somos pueblos originarios, indígenas dicen. […] En resumen, queremos entender el mundo, conocerlo. Porque sólo si lo conocemos, podremos hacer uno nuevo, uno más grande, uno mejor.
Enlace zapatista[1]
La ciencia por lo general es vista como algo que comenzó a desarrollarse a partir del siglo XVII en Europa, como una característica de la modernidad, como aquello que busca la objetividad —esto es, convertir lo observado en un objeto aparte del sujeto o los sujetos que observan—, que implica un alto rigor metodológico que solo puede ser alcanzado mediante un arduo entrenamiento, que busca verdades al margen de la cultura y los esquemas de valores.
Esta concepción no solo ha estado detrás de que la producción parte del conocimiento que se ha convertido en el capital intelectual con el que se ha operado las principales ideas de desarrollo a partir del siglo XIX, y que ha comenzado a hacer agua desde finales del siglo XX, sino que ha sido también una forma de división y exclusión estructural: los que hacen ciencia de los que no, los que tienen ciencia de los que no, los que producen a partir de la ciencia y de los que pagan por ello, los que la entienden de los que no. De ahí que comprender de ciencia y producir ciencia hayan sido estrategias recurrentes para remontar esta brecha, cada vez más profunda, antes entre países, ahora entre poseedores y no poseedores de capital.
Sin embargo, para muchos esta estrategia ha resultado limitada, y no necesariamente porque este concepto de ciencia, así como la idea de desarrollo a la que se suscribe sean absolutamente erróneos, sino porque son fundamentalmente parciales y parte de lo que han dejado fuera ha ido mermando su capacidad de dar una respuesta para todos.
¿Es que acaso, como muchos desencantados aducen, la solución es sacar a la ciencia capitalista de la ecuación de un mejor modelo de desarrollo? Lo capitalista tal vez, pero a la ciencia no. Pretender sacar a la ciencia de modelos alternativos de desarrollo es una forma de autoexclusión y de sostenimiento de una dualidad maniquea. La ciencia es una construcción social inmersa en la historia, que participa de sus debates y contradicciones y que debe ser un tema de reflexión permanente en la sociedad. Si bien está articulada institucionalmente, no se agota ahí, la ciencia también es una forma de participar del mundo, es una actitud que de forma permanente se enfrenta a él con un por qué y un cómo crítico. Se requiere de ciencia aplicada, pero también, básica; de ciencia que busque el conocimiento, pero también que debata éticamente sobre él; ciencia que genere recursos, pero también que los preserve; ciencia transnacional, pero también la que se construye e impacta en lo local; políticas públicas robustas, pero también una ciudadanía conocedora y participativa.
Porque, como dicen los zapatistas, solo si conocemos el mundo podremos hacer uno nuevo, uno más grande, uno mejor, y la ciencia es una forma de conocimiento de enorme potencia, que debe tener la capacidad de deconstruirse y reconstruirse en función de modelos de desarrollo más justos.
Conoce más en:
https://cultura.iteso.mx/web/promocion-cultural/cafe_scientifique
[1] https://enlacezapatista.ezln.org.mx/2016/12/26/algunas-primeras-preguntas-a-las-ciencias-y-sus-conciencias/, consultado el 13 de octubre de 2021.