El confinamiento, entre otras manifestaciones, nos ha mostrado que somos seres necesitados en un mundo fragmentado. Desde el momento en que somos concebidos necesitamos de nutrientes, de cuidados y del socorro que se nos da.
Son los demás quienes desde el principio nos sostienen y nos capacitan para enfrentarnos a la vida y encargarnos de las generaciones que vendrán. Lo que hombres y mujeres comunicamos en cada respuesta que damos a las necesidades de los demás es el modo humano o inhumano de vivir en un mundo común.
El confinamiento, al limitar nuestras respuestas a los demás, está complicando la co-implicación para construirnos como “nosotros”, distorsionando el mundo común en un mundo fragmentado. En el mundo fragmentado solo hay yuxtaposición de “yoes”, indiferentes unos con otros. Sin posibilidad a la diferencia que representa la presencia de “tú” o de “él / ella”, para cada “yo” los demás están de más.
Solo son algo cuando puede apropiárselos y utilizarlos o desecharlos según sus intereses. Esta distorsión nos impide vivenciar la presencia del Misterio como el Dios Trinitario que habita el “nosotros”. Si nos dejamos engañar por la distorsión del mundo fragmentado le quitaremos a Dios su verdadero nombre: comunidad amorosa sin medida. Y el ídolo que fabricaremos en su lugar será un reflejo de nuestra imagen distorsionada. Es cierto que en tiempo de confinamiento se complica que los hombres y mujeres nos co-impliquemos humanamente, sin embargo, para Dios Trinidad que nos ama inmensamente en plural, este frágil mundo común se vuelve su hábitat.