El genocidio en Palestina

La tarea más importante del estudiantado no está dentro del salón de clases

Colectivo de Solidaridad y Resistencia con Palestina ITESO

Ilustración: Ma. Fernanda Justo, @ferapincel

Las primeras semanas del genocidio en Gaza fueron las más silenciosas. Solo aquellos que entendían que el conflicto inició mucho antes del 7 de octubre de 2023 levantaban la voz. A su llamado casi no se escuchaba respuesta, o al menos no resonaba en los medios de comunicación o en los discursos de la clase política, enajenada, indiferente y cómplice. Los murmullos se replicaban en las calles, allá donde ninguno de los poderosos se molesta en mirar.

Tras un mes, la máquina de propaganda ya estaba funcionando a toda potencia. Para muchos era más fácil dormir imaginando que nos parecemos más a los de arriba que a los de abajo, porque en Gaza hay niños debajo de los escombros y cuesta pensar que nuestras vidas también están a la merced de otros. Pasaron cientos de días y lo único que reveló el bombardeo de hospitales, viviendas, escuelas, mezquitas y campos de refugiados fue que Israel le había declarado la guerra a una población indefensa. El genocidio era innegable. El pueblo palestino, obligado a documentar su propio exterminio, se aseguró de ello.

Entonces los murmullos al otro lado del mundo incrementaron el volumen y las conversaciones después de clases se llevaron al aula, donde sucedía otra batalla: una batalla contra la descarada deshonestidad. Las demostraciones estudiantiles más notorias han sucedido en el corazón del imperialismo occidental: Estados Unidos de América (EUA) y Europa. Allí, las universidades no son solo cómplices sino patrocinadoras. En EUA el mecanismo más emblemático de resistencia es el campamento estudiantil, un método de protesta que resignifica los espacios de aprendizaje y busca que sus instituciones dejen de invertir en diversos sectores de la economía de Israel. La respuesta tanto de la mayoría de las universidades como de los gobiernos ha sido la represión.

Aquí en el sur global la relación con Israel no es tan evidente y la acción colectiva requiere de un ejercicio más profundo de razonamiento. Si bien la lucha dentro de las universidades es importante, cualquier logro será marginal si no se acompaña de otras formas de resistir: ocupando las calles, tomando una pluma y denunciando la complicidad de gobiernos que se rehúsan a dejar de comprarle armas y sistemas de espionaje. ¿Por qué las relaciones entre México e Israel continúan fortaleciéndose? Aunque México no participe directamente en el exterminio palestino, se mantiene en la fila, esperando su turno para recolectar los frutos de un orden mundial que siembra cuerpos en fosas comunes.

México agacha la cabeza ante la comunidad internacional mientras levanta el arma del enemigo —con su policía y sus fuerzas armadas entrenadas por Israel— contra sus estudiantes, trabajadores y pueblos originarios. Aquí es donde debe intervenir el estudiantado, cuyo privilegio del acceso a la educación superior le deriva la responsabilidad de hacer una de las cosas más difíciles para el “intelectual”: desaprender. Antes que hacer ajustes al currículo, les corresponde cuestionar la narrativa que se les impone desde arriba.

La lucha palestina es una cuenta regresiva en la que cada segundo es un segundo muy tarde, pero, mientras no gane la indiferencia —mientras apostemos por la organización— la resistencia continuará. Hay poder en el grito unísono y la marcha al mismo son, porque no son los pasos de los discursos políticos los que mueven al mundo, sino la incesante acción tectónica de las luchas sociales.

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