Carlos Grande / ingeniero y filósofo
En la Antigüedad había una fuerte noción de completud en torno al cuerpo y las cosas. Lo que no estaba completo, lo inacabado, lo roto, lo mutilado, era imperfecto. No solo eso. Recordemos lo que nos dice el historiador de la estética W. Tatarkiewicz en alusión a la integritas tomista: “Ninguna cosa puede ser bella si le falta un componente esencial. Así desfigura al hombre la falta de un ojo o de una oreja, es decir, que le afea cualquier merma”.[1]
Hay aquí dos supuestos interrelacionados, uno ontológico y otro estético, sobre cómo entendemos al yo, desarrollados a lo largo de la Antigüedad y la Modernidad: lo que se basta a sí mismo no solo es, sino que hace posible su belleza. Es bello lo que es. Ahora bien, el destronamiento de la metafísica —anunciado en el “Dios ha muerto” nietzscheano— permitió la ruptura entre esencia y belleza. Ante la carencia de esencia la belleza se pone en duda. De este modo, en nuestro tiempo contemporáneo, el yo es resquebrajamiento, disgregación, multiplicidad. La identidad es todo menos unidad.
Tomemos el ejemplo de la prótesis. Entendida bajo los supuestos recién descritos, esta es, por un lado, un medio utilitario para compensar la pérdida de algún miembro; por el otro, un paliativo ante la merma estética de un cuerpo incompleto. En ambos casos, la esencia está supuesta y, por tanto, la prótesis se entiende como un suplemento. Al respecto, Derrida dice: “No se añade más que para reemplazar. Interviene o se insinúa en–lugar–de; si colma, es como se colma un vacío”.[2] Y un poco más adelante señala: “Tal es el escándalo, tal la catástrofe. Lo que ni la naturaleza ni la razón pueden tolerar es el suplemento”.[3]
¿Cómo resignificar ese “en–lugar–de”? ¿Cómo hacer carne la silicona, el metal, las láminas termoplásticas? Traicionemos la esencia: la prótesis crea al cuerpo e inventa nuevas identidades; no llena vacíos, sino que instaura posibilidades. Lo que es ajeno, extraño, otro para el cuerpo y para el yo, cuestiona, precisamente, las concepciones ético–estéticas con las que tasamos a este.
Recordemos los casos de las influencers Paola Antonini y Daniela Álvarez, quienes, debido a un accidente automovilístico y una isquemia, respectivamente, sufrieron la amputación de una de sus piernas. Tras superar los momentos difíciles, han dado muestras del orgullo con que sus prótesis forman parte de ellas. Asimismo, han forjado un compromiso social para dar apoyo a personas con movilidad reducida: Paola Antonini fundó el Instituto Paola Antonini y, por su cuenta, Daniela Álvarez lleva la Fundación Daniela Álvarez. A través de estas organizaciones no solo han dado apoyo a personas que necesitan una prótesis, sino que han creado conciencia al respecto.
Para cerrar, en contraposición del supuesto occidental de belleza hasta ahora descrito, viene a nuestra mente la concepción oriental de la misma, puntualizada por el filósofo surcoreano Byung–Chul Han: “Para la sensibilidad oriental ni la constancia del ser ni la perduración de la esencia hacen a lo bello. No son elegantes ni bellas las cosas que persisten, subsisten o insisten. […] Bella no es la presencia total, sino un aquí que está recubierto de una ausencia”.[4]
[1] Tatarkiewicz, W. (2007). Historia de la estética II: la estética medieval. Akal, 265.
[2] Derrida, J. (1971). De la gramatología. Siglo XXI, 185.
[3] Ibidem, 190.
[4] Han, B.–C. (2007). Ausencia. Caja negra, 53.
>>Conoce más en:
• Historia de 6 ideas, de Wladislaw Tatarkiewicz.
• El ensayo “Ventajas de tener una sola pierna”, en Correr tras el propio sombrero, de G. K. Chesterton.
• De la gramatología, Jacques Derrida.
• Ausencia, Byung–Chul Han.