Florencia González Guerra García / periodista independiente
Las periodistas narramos historias, y las historias están llenas de dolor. Las violencias que atraviesan esas historias también nos atraviesan a las mujeres periodistas. Por ello, entender la violencia de género es tan necesario para nosotras como un doctor sano antes de operar al paciente.
México es el país más violento para ejercer el periodismo. Los periodistas estamos más propensos a ser violentados porque nuestra profesión, generalmente, representa una amenaza para los grupos de poder tanto en las esferas públicas como en las privadas.
Aunque, de los 156 periodistas asesinados de 2000 a la fecha —documentados por Artículo 19—, 12 son mujeres, las periodistas vivimos otro tipo de violencias por ejercer nuestro trabajo: ataques en redes sociales, falta de credibilidad solamente por ser mujeres, agresiones de nuestras fuentes, el tan sonado “mi amor”, “chiquita”, “la niña”, del funcionario que te infantiliza. En las redacciones, la brecha salarial y, en casa, las desigualdades de género.
La Fiscalía Especializada en Atención a Delitos contra la Libertad de Expresión (FEADELE) registró 1,571 víctimas por delitos relacionados con la labor periodística en los últimos 10 años, de ellas 304 son mujeres. Los actos más comunes de violencia por razones de género reportados ante la Federación Internacional de Periodistas (FIP) son maltrato verbal (63%), maltrato psicológico (41%), explotación económica (21%) y violencia física (11%).
Rita Segato, en La guerra contra las mujeres, explica sobre la pedagogía de la crueldad impuesta sobre las mujeres para excluirlas de las nociones de la buena vida y por ende afectar a una red que espera por sus cuidados con un solo objetivo: el despojo.
Las mujeres periodistas narramos el dolor, la ausencia y el desconcierto que dejan los feminicidios, esa pedagogía de la crueldad impresa sobre nuestras amigas, hermanas, conocidas. Narramos las historias de las mujeres que deciden exponer a su violentador, hablamos sobre las injusticias que atraviesan al mundo, pero, entonces ¿quién nos ayuda a contener todo este peso?
La teoría feminista nos puede acompañar en el proceso, pero la práctica es lo importante y los grupos de mujeres periodistas el camino para ello. Acompañarnos en el proceso de reconocer que la violencia que narramos nos atraviesa es liberador, pero también un proceso en el que necesitamos acompañamiento.
A veces pareciera que es más fácil narrar el dolor de los demás que reconocer que también hemos sido víctimas de esa cruel pedagogía. Cuando reconocemos las violencias de género no solo construimos mensajes para sociedades más justas, también nos protegemos y reconocemos la agencia que tenemos sobre nuestra práctica diaria.
Si el periodismo y nuestro trabajo cuestionan esta crueldad y dejan de reproducir violencia de género, sexismo, clasismo o racismo dejamos un sistema de creencias que tiene a las mujeres oprimidas de primera mano, nosotras también seremos más libres. Cuestionar al poder y explicarlo con perspectiva feminista ofrece una vacuna contra lo que todos los días retratamos, narramos y contamos.