La delgada línea del crédito

José Carlos Mireles Prado / académico del Departamento de Economía, Administración y Mercadología del ITESO
Rodrigo Cervantes Escalante / egresado de la Licenciatura en Finanzas del ITESO

 

La inclusión financiera funge como una herramienta para disminuir la desigualdad y la pobreza, pero, si bien contribuye al desarrollo económico, puede ser contraproducente si no se implementa adecuadamente. La falta de educación financiera, junto con el endeudamiento excesivo y las prácticas usureras, pueden generar efectos nocivos en la relación crédito–deuda, pues el crédito se convierte en un mecanismo de control económico y apropiación continua de ingresos.

De los 65.7 millones de créditos en México 31.6 corresponden a tarjetas de crédito (TDC), con una deuda que ronda los 460 mil millones de pesos.[1] Del universo de 28.9 millones de plásticos, en más del 40% se pagan intereses al no realizarse el pago total de cada periodo.[2]

Si algunas TDC poseen Costo Anual Total (CAT) que llega hasta el 120% y deudas que se pueden extender hasta más de cinco años con el pago mínimo, se entiende que entre las personas que dejaron de tener crédito formal, el 25% respondió no querer volver a endeudarse y el 23% consideró que los intereses son muy altos.[3] Aunque la relación crédito–deuda es poco abordada como perjudicial, la crítica a la usura no es desatinada; al final del día, la mayoría obtiene dinero para saldar sus deudas por medio del trabajo. Así, ¿cuántas horas laborales se necesitan para pagarlas? Pensemos en alguien que compra una motocicleta de marca económica en abonos chiquitos (154 pagos semanales); el costo total equivale a dos motocicletas. Si se compra bajo el umbral de endeudamiento máximo recomendado, es decir, el 30% del ingreso, y con una jornada laboral de ocho horas, 2.4 horas trabajadas durante tres años serán para el pago del crédito, de las cuales 1.2 serán solo para intereses.

Además de las repercusiones económicas, el estrés financiero puede afectar en los planos emocional y familiar. Es importante reconocer que el sobreendeudamiento puede surgir por necesidad, imprevistos o ingresos insuficientes.

En un país donde es muy común poner el negocio por delante, los cat de las tres microfinancieras con mayor mercado oscilan entre el 90% y el 512%, y hasta hace algunos años se cobraban más de cinco mil comisiones bancarias. También es usual que se ofrezcan los productos crediticios con costos más elevados, con información errónea o incompleta, o bien, publicidad engañosa que dificulta conocer los costos reales. Bajo estos términos es dudoso hacia dónde apuntan algunas instituciones financieras. A los cobros y tasas altas se deben añadir riesgos como extorsiones y estafas.

Por ello, no solo se trata de  aumentar la inclusión, es imprescindible ampliar la educación financiera en todos los niveles, tener presente la capacidad de pago y saber comparar créditos. Se necesita una cultura financiera para ser consciente de los usos del dinero y desarrollar habilidades para planear las finanzas personales y familiares. Del lado de la oferta, la inclusión no debe planearse en función de generar clientes sobreendeudados a través del consumismo. Si queremos una inclusión financiera que resuelva necesidades y mejore la calidad de vida habría que limitar la usura; priorizar una inclusión con aspecto productivo, como lo propone la Comisión Económica para América Latina y el Caribe;[4] contar con banca e inversiones éticas, como Triodos Bank en Europa, y seguir fortaleciendo el abanico de las finanzas y las instituciones con propósito social, como lo son las cooperativas de ahorro y crédito.

[1].  CNBV. (2023). Panorama anual de inclusión financiera. https://bit.ly/4c5btqH

[2]. Banco de México. (2022). Indicadores Básicos de Tarjetas de Crédito. https://bit.ly/4bphMVP

[3]. CNBV. (2021). Encuesta Nacional de Inclusión Financiera 2021. https://bit.ly/3KcDnVE

[4]. Cepal. (s.f.). Antecedentes. https://bit.ly/44RxYN8

 

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