Maya Viesca Lobatón / académica del Centro de Promoción Cultural y coordinadora del Café Scientifique del ITESO
Muchos coinciden en hablar de la ciencia como una de las mayores empresas de la historia. Su capacidad para mirar la realidad, cuestionarla, construirla y develar lo que a simple vista es inaccesible ha sido motor para que muchísimas personas hayan hecho de ella su medio de vida.
Sin poner en duda esto, cabe preguntarse quiénes lo han logrado. Anteriormente, la idea de ciencia tenía entre sus protagonistas a hombres, caucásicos, adinerados, que podían destinar sus horas y medios a la observación, la experimentación y al planteamiento de ideas. Mucho ha cambiado desde entonces, pero la pregunta se sostiene.
Cada dos años la revista Nature publica una encuesta sobre la satisfacción de los científicos con sus empleos. En 2018 alrededor del 72% dijo no haber presenciado actos de acoso o discriminación,[1] dato que matemáticamente pudiera ser positivo, pero que en realidad indica que casi un 30% los ha cometido. Dos años después, la misma encuesta mostró números similares.
Entre los asuntos a destacar, que van más allá del hecho de la discriminación, están los efectos que conlleva. La genetista Tiffany Rolle[2] aborda cómo el sentimiento de exclusión, o el miedo a ella, conducen a grados extremos de estrés, agotamiento (burnout) y johnhenrysmo,[3] derivados de la necesidad de demostrar la valía o capacidad para un trabajo que cada vez exige un nivel más alto de resultados.
En la actualidad el trabajo científico y académico es, por lo general, parte del engranaje socioeconómico, y su práctica se corresponde con los modelos dominantes en los que la eficiencia, la productividad y el rendimiento son valores intrínsecos. Como en otros ámbitos laborales, aquí también se viven problemas como la incapacidad de conciliar la familia y el trabajo, el acoso sexual y la intolerancia a las diversidades y capacidades; todo ello forma parte de un contexto de competitividad que deriva en otras violencias.
Muchos elementos cuestionan la idea de que la ciencia es “algo para todos”. Entre ellos están las inequidades estructurales, la dificultad de comprender y capitalizar sus producciones y, sobre todo, las exclusiones que sus propias rutinas productivas provocan.
[1] Survey reveals highs and lows of a life in science. (2018, 24 de octubre). Nature. https://go.nature.com/3ENjoKA
[2] Rolle, T., Vue, Z., Murray, S., Ash Shareef, S., Shuler, H., Beasley, H., Marshall, A., & Hinton, A. (2021). Toxic stress and burnout: John Henryism and social dominance in the laboratory and stem workforce. Pathogens and Disease, 79(7) pp. 1–9. https://bit.ly/44XhQrT
[3] John Henry, un símbolo de la resistencia contra la automatización industrial, ganó un desafío contra una máquina, pero murió en el proceso. Johnhenrysmo se utiliza para referirse a grupos subrepresentados.