Juan Larrosa Fuentes / académico del Departamento de Estudios Socioculturales del ITESO
El inicio de 2022 ha sido terrible para el periodismo, pues 11 periodistas han sido asesinados. A esta cifra se suman otros 145 homicidios desde el año 2000. La situación es alarmante. El periodismo es una profesión riesgosa, pues además de los asesinatos, los reporteros han visto la reducción de la planta laboral en las redacciones y han experimentado una pauperización de sus condiciones laborales.
A pesar de esta terrible situación hay una reacción pública desconcertante. En primer lugar, observamos una clase política deplorable. Muchos titulares de poderes ejecutivos, especialmente el presidente de la república, han adoptado un discurso violento contra medios y sus trabajadores. Por su parte, las fiscalías han sido incapaces de perseguir a quienes matan y violentan a periodistas. Además, el legislativo, tanto en los planos federal como estatal, han fallado en ofrecer soluciones.
Los medios tampoco han entrado al quite. La cobertura de los asesinatos ha adoptado un marco estadístico para reportar la muerte “de otro periodista más”. Son pocas las piezas de investigación sobre este fenómeno. Si la cobertura es cuestionable, la actitud de los dueños de los medios es peor. No hemos visto a empresarios levantar la voz, cabildear con autoridades ni, sobre todo, ofrecer mejores condiciones de trabajo a los periodistas.
Finalmente, también es sorprendente que este tema no esté en el centro de las discusiones sociales. Por supuesto, compite con la inseguridad general, con una pandemia que aún no termina y con una fuerte crisis económica. Sin embargo, es un asunto que debería importarnos.
Desde un punto de vista de la comunicación política, cualquier comunidad necesita de una infraestructura que soporte sistemas de comunicación que permitan producir y poner a circular información sobre temas de interés público. Tradicionalmente pensamos esta infraestructura como un conjunto de cables, antenas y satélites que permiten este tipo de comunicación. No obstante, esta infraestructura, sin los cuerpos de los periodistas, no puede operar.
Así, cada vez que matan a un periodista desmantelan la infraestructura comunicativa que permite que produzcamos conocimiento sobre cuáles son nuestros problemas comunes, así como aquellas medidas para solucionar esos problemas. Sin información periodística estamos condenados a vivir en la penumbra, claudicamos a entendernos como comunidad y nos alejamos de un diálogo que nos lleve a prosperar como cuerpo político.