Francisco Javier Reyes Ruiz / académico del Centro Universitario de Ciencias Biológicas y Agropecuarias de la Universidad de Guadalajara
La ciudad es mucho más que un territorio ocupado por un gran nudo humano; es un espacio relacional, cargado de materia, símbolos, dinámica y naturaleza. Es memoria y fantasías de futuro. Ilusión para el que llega, desencanto para la mayoría. La ciudad se habita, pero se reflexiona muy poco; escenario casi impensado, es una colección de calles y edificios; estantería móvil para humanos.
En tierras fértiles se encementó humus para cultivar humo. La urbe es un extenso carnaval de tecnología, incapaz de fabricar unos segundos de silencio. El sentido de la vida deambula herido por las calles atestadas de soledades. La queja y la autocompasión son el biberón de los adulescentes citadinos. La ciudad es un caleidoscopio de identidades humanas que le da más luz a los prismas dominantes; en ellos reside la insaciable gula de consumo y confort.
La mediocridad exige recetas. Pero hay quienes prefieren cuestionarse e indagar antes que correr a ver los tutoriales, ellos construyen viveros de preguntas. ¿Cuánta gente les sobra a las urbes? ¿Se resolverán los problemas replicando al infinito las soluciones que no lo han sido? ¿Es certero el dilema sobre si lo prioritario son más diagnósticos o más propuestas concretas? ¿Dónde está el hoyo negro de cada problema irresuelto: en la falta de conocimiento técnico o de voluntad política: más ciencia y tecnología o mejor gestión política? ¿Será posible lograr que la economía de mercado aprenda a valorar “el trabajo” del agua, del viento, de la vegetación, de las nubes, de las aves…? ¿Qué propicia que alguien asegure “yo pertenezco a esta ciudad”?
Deja que los expertos y los políticos elijan por ti. Prioriza la ganancia por encima de los beneficios. Sé pragmático, olvida que cada momento implica una decisión ética, incluyendo la relación con la naturaleza. No analices el sistema, obtén conclusiones a partir de casos aislados. Adjetiva de caos todo aquello que no entiendes. Asume como valores supremos la inmediatez, la excelencia, el éxito, la brevedad, lo nuevo, el emprendurismo, las competencias… Discute con vehemencia las posturas que has fundamentado en los memes y en Twitter. Juzga sin piedad, como si la verdad te la dictara Wikipedia para glorificar tu narcisismo. Paralízate en la melancolía por los ecosistemas perdidos. Espera al héroe o al genio que resolverá la policrisis.
La ciudad no pide interés, sino entrega. El que vive florece, el que habita ocupa. Vivir la urbe es dilatar los ojos a sus fragmentos y totalidades, habitarla es transitar con indiferencia. La ciudad se vive cuando se le convierte en lugar de encuentro, se habita cuando solo se deambula de un lugar a otro. Vivir la urbe es zambullirse en la complejidad de las emociones (de la algarabía al desconsuelo), habitarla es aferrarse a la felicidad efímera. Habitar la ciudad es anclarse en la inercia y la mudez, vivirla es ejercer la rebeldía como esencia. Educar, educarse en y para la ciudad significa tomar posición, deletrear la existencia, cambiar de lugar los meridianos, sanar las emociones, reconocer a los otros, valorar lo otro (la vida no humana), erguirse ante las posibilidades, salir de la trampa, comprender la frágil malla de la Vida…