El pasado nos ha dejado huérfanos,
como al resto del planeta,
y debemos juntarnos para inventar nuestro futuro común.
La historia mundial se ha vuelto tarea de todos y nuestro propio laberinto
es el laberinto de toda la humanidad.
Octavio Paz
La pandemia provocada por covid-19 ha puesto en evidencia las condiciones en las que existimos los habitantes de todas las regiones del mundo. Su surgimiento constata lo expresado por Ignacio Ramonet acerca de que se trata no solo de una crisis sanitaria global sino de un hecho social totalizador con sede reproductora espacial en las grandes ciudades-metrópolis.[1] Recientemente, especialistas en epidemiología han aceptado que esta u otra pandemia se repetirá por diferentes causas y vías. Cabe en esta perspectiva señalar un proceso que destaca y forma parte de la realidad de las comunidades a escala mundial: la desigualdad de entorno y contexto en el que viven miles de millones de habitantes en todas las geografías del planeta.
Ya en 2004 Immanuel Wallerstein subrayó el consenso científico acerca de dos fenómenos que dominan el mundo desde los últimos decenios del siglo xx: la globalización y el terrorismo —en nuestros países traducido como crimen organizado—, acento cotidiano de nuestra actualidad.[2] La división entre hemisferio norte y sur, que ubica las cualidades de las urbes y los territorios en función de la jerarquía del sistema democrático occidental, vive ahora una configuración dual común respecto del fenómeno igualdad-desigualdad. Hoy, en ciudades de los países del norte desarrollado, existen espacios-lugares de cualidades similares al denominado sur-subdesarrollado, en donde se localizan las peores contradicciones del modelo de desarrollo globalizado-neoliberal, dominado por la acumulación excesiva y la fragmentación socioespacial.
Al mismo tiempo, las estructuras económicas dominantes muestran su perfil de índices ambivalentes pobreza-riqueza, relacionado con la excesiva explotación de los recursos naturales (agua, minerales, bosques, alimentos, entre otros) y la contaminación, que implican deterioro ecológico, y la amenaza del cambio climático. El aumento de la pobreza, la violencia estructural, la discriminación, que origina ingentes migraciones sur-norte en busca de un lugar, suman en todos los continentes las inquietudes y las incertidumbres sobre el futuro de millones de jóvenes. El debilitamiento y el descrédito de las estructuras de gobierno y de organización política motivan extensos movimientos reivindicativos que se expresan en las ciudades. Así, las dinámicas transformadoras se suceden entre los escenarios en construcción en la nueva era (siglo XXI), cimentadas en avances de la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas, que impulsan innovaciones y prácticas que revolucionan la producción y el espectro de consumo en todos los ámbitos.
La introducción de los canales de cambios “inteligentes” en la vida de las ciudades son un espacio en disputa para los poderes financieros, sus excedentes, arena y proceso disruptivo en el espacio urbanizado. Tal complejidad significa ahora modificar a fondo ideas y prácticas sobre lo urbano y su planeación, pasar del lenguaje de la obediencia a otro que, no obstante, sea políticamente incorrecto. El reto de pensar el futuro de las ciudades, el deterioro ambiental del planeta, la salud común de los seres humanos, por sobre intereses particulares, es la encrucijada por resolver.
[1] Véase Ramonet, Ignacio. “La pandemia y el sistema-mundo”, en La Jornada, 25 de abril de 2020. Disponible en: https://cutt.ly/ramonet
[2] Wallerstein, Immanuel. Las incertidumbres del saber. Gedisa, Barcelona, 2004.