Liliana Zaragoza Cano / comunicóloga, escritora y artista hackfeminista
Estar conectadxs, súbitamente, se redujo a estar disponibles veinticuatro–siete y de cuerpo entero en el territorio de Internet. La hiperconectividad —lejos de cultivar encuentros— nos agota hasta las células. Transitamos la coyuntura histórica de la pandemia, la cual no solo nos atraviesa el cuerpo en distintas dimensiones sino que pone de manifiesto la necesidad de parar: de darnos el tiempo y reimaginar juntxs cómo habitar tecnologías para reorganizar la vida.
Vivimos una época en la que la “nueva normalidad” ha devenido en extractivismo de conocimiento, de ecosistemas, de afectos y de cuerpos; en la que el boom del big data, la inteligencia artificial y los algoritmos nos regresa a la pregunta: ¿datos abiertos, procesados y automatizados para quién, y a costa de qué y de quiénes?, y en la que nuestros cuerpos siguen siendo un botín de guerra, ahora decodificado en forma de datos: nuestros datos.
Habitamos un territorio continuo en el que ya no caben más los binarismos que dicotomizan lo real de lo virtual y lo físico de lo digital, y en el que nuestros cuerpos, su huella y sus interacciones están siempre presentes. Sentimos y reaccionamos física y químicamente a cualquier tipo de movimiento en internet, así como a cualquier expresión violenta contra nosotrxs.
Pero mientras las tecnologías de guerra recrudecen sus estrategias de vigilancia masiva, acoso y espionaje, las tecnologías de resistencia se politizan con mayor fuerza a través de acciones cotidianas, infraestructuras comunitarias y pactos de encuentro, traducidos en la generación de espacios más seguros, tecnologías libres, organización en redes y cuidados colectivos.
Para habitar tecnologías más críticas y en interdependencias afectivas podemos comenzar ampliando nuestros imaginarios sobre lo que entendemos por “tecnologías”, y hackear tanto la mirada antropocéntrica como el sistema capitalista neoliberal que reproduce la violencia patriarcal, misógina, racista y colonialista en un loop interminable.[1]
Construir colectivamente conocimiento, sentidos y afectos es tecnología. Reaprender desde cómo funciona nuestro cuerpo hasta qué implica cada una de nuestras interconexiones con la vida. Es hackear las condiciones de posibilidad. Experimentar, jugar y equivocarnos en muy distintos códigos y lenguajes. Es meterle las manos a las máquinas. Tecnología como una forma de reimaginar y narrar el mundo. Como saberes ancestrales. Como el trabajo de cuidados. Como alquimia y como magia. Tecnología es también el cómo nos comunicamos, organizamos y relacionamos para viralizar el sentido de comunidad en cada acción cotidiana.[2]
En un contexto de guerra contra las mujeres, identidades lésbicas, trans y no binarias, hacer y pensar juntas es una tecnología hackfeminista de gozo, lucha y afirmación de la vida.
Necesitamos más ecosistemas de cultura libre para intercambiar, sumar y fortalecer micropolíticas de resistencia desde economías solidarias, apoyo mutuo e interdependencias consentidas. Territorios geopolíticos a cuidar y defender, y en los que problematicemos juntxs cómo hacer sostenible la vida desde los cuerpos en sintonía, las complicidades interespecie, el gozo por los encuentros y la memoria colectiva.
Que no se nos olvide que las redes sociales somos las personas, no las plataformas de redes sociales corporativas. Y que los cuidados colectivos los rediseñamos y consentimos las personas, desde redes e interfaces afectivas.
Menos “nueva normalidad”, más aliento colectivo.[3]
[1] Felizi, Natasha y Zaragoza Cano, Liliana. Manifiesto por Algoritmias Hackfeministas. GenderIT, México/Brasil, 2018. Disponible en: https://cutt.ly/TfvPkoB
[2] Zaragoza Cano, Liliana. Investigación y desarrollo en curso desde el Laboratorio de Interconectividades. México, 2014–presente. Disponible en: https://lab-interconectividades.net
[3] Zaragoza Cano, Liliana. Menos “nueva normalidad”, más cuidados colectivos. 2020. Disponible en: https://cutt.ly/kfvATMY