La Pisca. Villa María, casa de descanso y enfermería

Luis Octavio Lozano Hermosillo, SJ / coordinador de pastoral en el ITESO

 

La preocupación por los enfermos y viejos en la Compañía de Jesús no es reciente. Ignacio, en las Constituciones de la Orden recién creada, da ciertas instrucciones para su cuidado. En el siglo XX, antes de tener un espacio adecuado para la atención de los jesuitas mayores, estos eran atendidos en las comunidades, donde los estudiantes colaboraban con los hermanos enfermeros en el cuidado de los pacientes. Estas casas no eran ideales para esta atención, pero eran amplias y con grandes jardines.

En la actualidad, en la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús se cuenta con dos enfermerías: una en la Ciudad de México y la otra en Guadalajara, con instalaciones adecuadas para su función. Estas breves líneas las escribo desde mi experiencia de casi 17 años como encargado de la Enfermería o casa de descanso en Guadalajara, la cual llamamos cariñosamente Villa María. Algunos jesuitas se refieren a ella como la Porta Celli, la Puerta al Cielo, porque para algunos de los que llegan a formar parte de esta comunidad es su último destino apostólico.

Durante este tiempo aprendí a recuperar la dignidad de la vejez o de la ancianidad, por eso uso las palabras “viejo” y “anciano”, porque el término de “adultos mayores” es de uso reciente. En los primeros seis años que estuve a cargo de la Enfermería se consolidaron los servicios que se ofrecen a los miembros de la comunidad. Ahora se cuenta con un equipo médico especialista en geriatría, personal de enfermería que cubre tres turnos, además de un fisioterapeuta que se encarga de ofrecer rehabilitación y asistencia nutricional.

Durante mi estancia como superior y prefecto de salud acompañé a jesuitas entre un rango de edad de 79 a 106 años —la mayoría entre 80 y 90 años—, varios de ellos todavía autosuficientes. Ahí conocí grandes personajes, entre ellos, padres y hermanos coadjutores que ocuparon cargos como: ecónomos, maestros de novicios, profesores de los nuestros, provinciales, rectores de colegios y universidades, encargados de parroquias, grandes misioneros de la Tarahumara, de Bachajón, Chiapas, maestros de los colegios y universidades de las Ibero, el ITESO, la Gregoriana, del Instituto Bíblico en Roma, maestros de seminarios diocesanos como filósofos, teólogos o padres espirituales.

¿Por qué en este breve relato de mi experiencia en una casa de descanso y de enfermería para ancianos y enfermos me disgusta llamarla “asilo”? Porque creo necesario dignificar los espacios donde viven los viejos, los ancianos y reconocer su vida, sus historias, la experiencia y sus aprendizajes. Contar con espacios que sean habitables, en donde puedan pasar su última etapa de vida, espacios que también sean cordiales y seguros, pues la comodidad no está peleada con la seguridad. Contar con áreas verdes suficientes para contemplar la naturaleza, el horizonte y el cielo azul bordeado por nubes, que revitalicen la vida, con espacios para descansar, pasar tiempos de ocio, para recrearse. Espacios limpios y suficientes para contener sus pertenencias, para compartir con su familia y amigos… Todavía nos pueden enseñar, transmitir vida y conocimientos…