Periodismo ambiental, un oficio sin artesanos
Agustín del Castillo / Reportero especialista en temas ambientales
Hace no mucho tiempo dijo un conferenciante que habría sido memorable para la historia del periodismo que se hubiera podido reportear con las metodologías y los instrumentos que hay en la actualidad, una tragedia tan inmensa y tan devastadora como fue la Muerte Negra, esa famosa epidemia de peste bubónica que invadió a Europa, a mediados del siglo XIV, a través de los barcos mercantes que comunicaban con el Oriente, y que permaneció varias centurias asentada en suelo occidental. Entre los siglos XIV y XV causó estragos: se calcula que un tercio de la población europea sucumbió.
El fantasioso hombre tiene razón: hubiera sido envidiable hallar los muchos detalles, esenciales, de lo que se requiere para construir el buen periodismo. Los europeos de esos siglos no tenían más que vagas ideas de cómo se generan las enfermedades; no había explicaciones claras sobre el papel del ambiente, el clima, la higiene, la cultura familiar y las costumbres de las superpobladas villas y ciudades medievales, que resultaron decisivas para la rápida difusión y la alta letalidad de esta epidemia.
Sin duda, hubiera sido apasionante discernir entre el conocimiento mágico y el racional, y hubiera sido extraordinario ver el efecto de la mise-en-scène de los periodistas, con un papel que ha sido vital en las sociedades modernas: investigar, interpretar e informar con el rigor y la distancia ética propia de un notario, al menos según la ley.
También nos permitiría destacar la importancia de una suerte de especialidad que se llama periodismo ambiental. Para mí esto parte de un equívoco más o menos grande, pues todo periodismo de algún modo debe ser ambiental, dado que el ambiente, o sea, la suma de las condiciones físicas, biológicas, fisiológicas y de comportamiento de los seres vivos y sus ecosistemas, ligado a todo ese componente humano primero individual y luego social: lenguaje, cultura, religión, economía y política, son la variadísima fuente de todo lo que consideramos noticioso. El conflicto es en esencia el relato de los desequilibrios entre todos estos componentes. Y el conflicto es la materia del periodismo.
Bajo esa premisa, todo periodista debe beber del ambiente; es de lo que está hecho el contexto, que como decía otro profesor, es la otra mitad de la noticia. A partir de aquí podemos reflexionar sobre un hecho extraordinario: el enorme campo de oportunidad que tiene en la actualidad el periodismo llamado ambiental, gracias a asuntos como el cambio climático, las agendas locales y todas sus asociaciones en asuntos como crisis sanitarias, epidemias en seres humanos y en animales, pérdida de tierra fértil y escasez de alimentos, cambio en el patrón de lluvias, huracanes más extremos. Nunca hubo un mejor momento para darle valor al “periodismo ambiental”, que si hemos de definir de algún modo, es el que profundiza en las grandes explicaciones sobre las fallas y los efectos de nuestro modo de crecer y reproducirnos, de crear riquezas, de adorar a los dioses y de cultivar esos momentos de pereza y holganza que parecen ser el afán de nuestras sociedades democráticas y relativistas: el ocio.
Pero esa impresionante ventana de oportunidades no corresponde con lo que los medios de comunicación, entendidos como empresas, leen. Por ser un periodismo que demanda gran inversión, que obliga a las agendas propias, que lleva tiempo en cernirse y cocerse, que no siempre ofrece espectáculo, es el gran sacrificado de la crisis del modelo de negocios de los mass media.
Guadalajara, una de las plazas más representativas del periodismo mexicano, ofrece evidencias: hace diez años, todos sus medios importantes (El Informador, Mural, Público hoy Milenio, Notisistema, Televisa) tenían reportero asignado en el tema ambiental. Hoy la mayor parte de esos reporteros experimentados se han ido en busca de mejores oportunidades. Sigue el atavismo de que los mejores reporteros deben estar en las fuentes “políticas” (como si no fuera política toda la agenda pública y ciudadana), es decir, gobierno estatal, municipios y Congreso. La otra agenda que sí se ha fortalecido es la de la violencia y la seguridad. Pero también huérfana de contextos, de datos que relativicen, de “ambiente” (los reporteros policíacos descubrirían que la falta de agua en una comunidad puede ser el inicio de una larga historia… hasta esos “ejecutados” o “levantados” que ofrecen como el espectácu- lo del día). El resultado ha sido que con cada desastre, con cada emergencia y cada crisis, no hay de otra que improvisar, con periodismo de declaraciones y basado en “expertos” que a veces decepcionan, y una agenda marcada por el sector gubernamental, de la que solo hay que reproducir, con cierta destreza, los contenidos.
Esto pone en relieve el otro problema: no se generan cuadros nuevos con conocimientos del asunto. La inversión en capacitación es nula, y algo se mantiene por gracia de instituciones internacionales y locales que apuestan a formar una prensa hoy inexistente para reportar sus historias, generar conciencia de los conflictos ambientales y formar opinión ciudadana, la base de toda democracia y de las soluciones a las crisis de desarrollo, sociales por esencia.
Sin embargo, el periodismo, esa herramienta social de las democracias para conocer, para interpretar y para denunciar los intereses privados en colusión con los públicos, o los intereses públicos en colisión con los privados, no tiene muchos guardianes.
Los procesadores de contenidos que hoy dominan los medios no se sienten herederos de esa vieja responsabilidad. Sus empresarios, salvo una minoría, difícilmente la asumen.
Una de las grandes noticias, la del desafío formidable y multiforme de la crisis ambiental las locales y la planetaria, necesita reporteros con tiempo y contextos de toda clase. O solo habrá algunos cronistas para atestiguar el naufragio civilizatorio en muchas regiones. ¿O esa es la apuesta?