Leandro Hoyos / director de Proyectos leho y docente e Investigador de la Universidad Católica de Colombia

Cada gota cuenta

En términos de agua y sostenibilidad, cada gota cuenta, pero detrás de esa obviedad se esconde un profundo desconocimiento de las dinámicas y la real dimensión de los hábitats en relación con el agua en nuestro ecosistema.

Consumimos la comida como si fuera algo diferente al agua, tal vez un complemento necesario para digerirlo. Pero, cuando alguien en una mesa de trabajo a la que asistí planteó la relación del agua que se exporta al vender alimento a otro país, me encontré de frente con una reflexión que nunca se había hecho: ¿cuánta agua hay en un tomate? ¿En una fruta? ¿Cuánta agua se requirió para producir esos productos? ¿Qué tan cara o barata cobramos el agua para dejarla ir?

No nos estamos haciendo ricos ni generando ingresos; estamos entregando el agua por la que, justo en este momento, nos quejamos de su escasez. Y, aun así, ¿cuánta agua nos falta realmente? ¿Qué tanto escasea?

Estas cuestiones se pueden responder relativamente fácil si miramos con cuidado las facturas del agua que pagamos en nuestras ciudades, si observamos nuestros hábitos diarios y si usamos nuestra curiosidad para preguntarnos lo siguiente: ¿cuánta agua sale cada minuto por la regadera de la ducha? ¿Cuánta por el grifo del lavamanos cuando nos cepillamos los dientes o nos lavamos las manos? Es más probable que quienes pagan los recibos en una empresa o en un centro comercial lo tengan más claro, y con razón empiezan a ser tan comunes las tecnologías de ahorro de agua en esos espacios, así que surge otra cuestión: si estas tecnologías están disponibles en una plaza comercial, en una universidad o en las instalaciones donde trabajamos, ¿por qué no en nuestros hogares?

De manera casi segura, la respuesta estará asociada a algo tan simple como que son tecnologías costosas. Surgen entonces nuevas interrogantes: ¿cuánto cuesta no hacerlo? ¿Cuáles son las consecuencias de no hacer estas inversiones? ¿Cuántas de estas decisiones no son resultado de una barrera económica sino de nuestra resistencia al cambio, a la inercia de los hábitos cotidianos o a la ignorancia de no cuestionarnos sencillamente sobre lo que nos rodea?

Es probable que debamos recuperar la curiosidad por nuestro entorno; una curiosidad que nos permita volver a hacer preguntas simples para las que aún no tenemos respuestas. Respuestas que podrían surgir de lo más cotidiano, de nuestras propias rutinas, y que tal vez nos sorprendan, no solo al mostrarnos cuántas cosas hacemos mal cada día, sino también al revelar lo sencillo que podría ser lograr algunos cambios. Estoy seguro de que evitamos reflexionarlo porque tememos encontrar algo que nos incomode o afecte nuestra comodidad. Sin embargo, no hacerlo no impedirá que suframos las consecuencias de nuestros hábitos. Las soluciones casi siempre nacen de una profunda comprensión del problema, y ese es el primer paso en este camino.

Lo mismo que ocurre con el agua puede aplicarse a la energía, los residuos, la ropa y muchos otros aspectos de nuestra vida diaria. A veces eso nos abruma y terminamos descartando que nuestro pequeño esfuerzo sea parte de la solución. No los culpo. Pero no tengan miedo: si empezamos a hacernos estas preguntas y a entender el problema, más rápidamente encontraremos juntos las soluciones. Vale la pena pedirle ayuda a los más pequeños, que saben cómo preguntar, y pueden enseñarnos a quienes lo olvidamos.

Cada gota cuenta, y cada gota que salvemos depende de cada pregunta, cada reflexión y cada respuesta.

Cartel: Xuran Zhang / China