Caterina Rondoni / investigadora postdoctoral de la Universidad de Ferrara y profesora en Investigación de Mercados Agrícolas en la Universidad de Santiago de Chile
Marinés de la Peña Domene / investigadora del Centro Interdisciplinario para la Formación y Vinculación Social del iteso

Soberanía alimentaria y acción colectiva en Jalisco


Sembrar futuros en tiempos de crisis

Hablar del futuro desde el presente implica, hoy más que nunca, tomar partido. Frente al colapso climático, el desmantelamiento de los tejidos rurales y la intensificación de las desigualdades urbanas, la alimentación se convierte en una de las arenas donde se juega no solamente la sobrevivencia, sino también la posibilidad de imaginar y construir futuros alternativos. En este escenario la soberanía alimentaria no es una utopía lejana, sino una práctica viva, situada, profundamente ligada a los cuerpos, los territorios y las relaciones que los sostienen. Este breve artículo nace del diálogo generado en la mesa redonda “Hacia una nueva relación rural–urbana: Innovación y colaboración en los sistemas agroalimentarios”, realizada durante el Congreso de Sustentabilidad del iteso 2025. Lejos de ofrecer soluciones cerradas, recuperamos aquí las voces de agricultores, transformadoras, defensoras de semillas, consumidoras conscientes y académicos comprometidos que, desde su práctica cotidiana, están sembrando caminos hacia futuros más justos y sostenibles. A través de sus testimonios queremos explorar cómo la acción presente puede convertirse en semilla de esperanza colectiva en tiempos de incertidumbre.

Jaime Morales Hernández, del Centro de Formación en Agroecología y Sustentabilidad, lo expresó con claridad: el ingreso de México al Tratado de Libre Comercio significó una cesión de soberanía alimentaria y una apuesta por la agricultura industrial exportadora. En Jalisco —autodenominado “gigante agroalimentario”— esta transformación trajo consigo monocultivos, pérdida de suelos, desaparición de saberes campesinos y concentración del poder agroalimentario. Mientras el estado lidera la producción nacional de huevo, carne de cerdo y frutos rojos, más de dos millones de personas viven en pobreza alimentaria. Se exporta agua en forma de tequila y berries, mientras que se importa el 70% de lo que se consume. El futuro, en este modelo, ya llegó: es insostenible.

Frente a este panorama emergen prácticas que siembran otras posibilidades. Ezequiel Macías Ochoa, integrante de la Red de Alternativas Sustentables Agropecuarias, recuerda cómo recuperar la relación con la tierra ha sido clave para reconstituir comunidad y dignidad campesina. Nereida Sánchez Rubio, desde el proyecto Semillas Colibrí, resignifica la semilla como vehículo de autonomía, creatividad y transmisión intergeneracional, vinculando infancia, mujeres y memoria viva. Ana Caren Alvarado González, del Molino Mopohua, relata los desafíos de producir tortillas con maíz criollo, construyendo un modelo cooperativo que respeta al productor y al trabajador. Roberto Paulo Orozco Hernández, de la Cooperativa de Consumo Consciente Milpa, nos recuerda que el consumo también es un acto político: decidir de quién dependemos, cómo nos alimentamos y qué vínculos tejemos. El cuerpo como primer territorio.

Desde la academia, Gregorio Leal Martínez, investigador del iteso e integrante del Centro Interdisciplinario para la Formación y Vinculación Social, subrayó que las universidades tienen la responsabilidad de ir más allá de la producción abstracta de conocimiento. Recordó que los conceptos —especialmente aquellos producidos en la academia— pueden ser tan potentes como peligrosos si no se encarnan en lo concreto. Hizo un llamado a “bajar” los conceptos al territorio, a replantearlos desde la práctica y la experiencia vivida. Términos como convivialidad o cuidado —dijo— no deben quedar en el plano teórico, sino volverse herramientas para reorganizar nuestras relaciones y nuestras instituciones desde una ética de la vida y la colaboración.

Las voces reunidas en esta mesa invitan a resignificar conceptos fundamentales. Más allá de la “soberanía” entendida como autosuficiencia, proponen construir interdependencias solidarias y territoriales. Practican la convivialidad como forma de vida compartida, el cuidado como principio político y la compartencia como alternativa al mercado dominante. Se trata de sembrar afectos, saberes y vínculos que nos permitan imaginar futuros anclados en el presente, no como ejercicio de especulación, sino como práctica cotidiana.

La alimentación se revela aquí como eje articulador de resistencias y propuestas, como territorio fértil donde se cruzan la justicia social, la salud, la identidad y la sostenibilidad. Reconocer y fortalecer estas experiencias es, hoy, una tarea urgente para todas y todos los que creemos que otro mundo —más justo, más habitable— no solo es posible, sino que ya está germinando.

Cartel: Kathiana Cardona / Venezuela