Pierfrancesco Celani / investigador del Departamento de Ingeniería Ambiental de la Universidad de la Calabria, Italia
Paisajes frágiles, memorias vivas
Hacia la circularidad territorial, más allá de 2030
Un territorio no es solo un trozo de tierra; es la manifestación viva de todo lo que ha sucedido en él a lo largo del tiempo. Es el punto de encuentro entre naturaleza y cultura, donde las acciones humanas dejan huellas, construyen significados y moldean los paisajes. Cada rincón, cada sendero, cada muro antiguo guarda un pedazo de nuestra historia colectiva. Podemos imaginarlo como un organismo vivo, un tejido en constante cambio, resultado de la relación entre las comunidades y su entorno.
A lo largo del tiempo las personas han reescrito sus territorios una y otra vez. Los usos cambian, se levantan nuevas construcciones y se derriban otras. Sin embargo, hay elementos que perduran, como las capas de una pintura antigua en las que la imagen anterior sigue latiendo bajo cada trazo. Esto es lo que algunos llaman el palimpsesto territorial: una acumulación de huellas que conforman la memoria profunda de una comunidad.1
A partir del pensamiento de Sigmund Freud sobre las memorias estratificadas2 podríamos decir que el territorio guarda recuerdos superpuestos: ríos antiguos, caminos que aún guían, árboles testigos, lugares sagrados que siguen siendo puntos de encuentro. Todo ello forma una enciclopedia viviente, como decía David Harvey, donde se entrelazan saberes, usos y vínculos que dan forma a nuestra vida en común.3
Estos paisajes cargados de sentido son también frágiles. Su vulnerabilidad no está en su debilidad, sino en el valor de lo que conservan: son testigos de historias que han resistido y se han adaptado. Si logramos reconocer su singularidad podemos convertirlos en herramientas para imaginar y construir futuros sostenibles.
Entender un territorio no se logra desde una sola perspectiva. Necesitamos un cruce de disciplinas: urbanismo, geografía, ecología, antropología, historia... Solo así podemos captar su transformación y proteger su patrimonio. Porque los territorios, como las personas, llevan memoria. En los más vulnerables esa memoria es decisiva: guía nuevas formas de desarrollo local en las que el uso del patrimonio, lejos de agotarlo, lo fortalece.
Ver el territorio como un entorno local —una red de recursos naturales, culturales y económicos— permite imaginarlo más allá de la suma de sus partes.4 Es un sistema vivo, en el que todo está interconectado y donde las estrategias de desarrollo prosperan si se alinean con su esencia. Por eso hablamos de la autorreproducibilidad del patrimonio: que el paisaje, el agua, los conocimientos y el equilibrio ecológico puedan mantenerse y seguir nutriendo la vida.
Esto nos invita a cambiar la lógica tradicional. En lugar de imponer políticas externas podemos reconocer que muchas actividades productivas, cuando están arraigadas en su entorno, ya incluyen formas de cuidado y valorización del patrimonio. Así, el desarrollo deja de ser una imposición para convertirse en una respuesta al reconocimiento de lo que ya está presente.
Todo esto es posible si existe un vínculo afectivo y social con el lugar. Es decir, si las personas se sienten parte de ese territorio y ven en él un reflejo de sí mismas. La meta no es únicamente conservar; también supone acompañar una evolución viva. Regresar al territorio, en este contexto, implica fomentar formas de producción local que fortalezcan su valor como bien común. Ese valor no se mide solo en lo tangible, sino también en los conocimientos transmitidos, las maneras de hacer y las formas de convivencia que han dado identidad al lugar. Al reconocer esto el desarrollo deja de ser amenaza y se transforma en celebración.
El concepto de territorio circular parte de este principio: cadenas de producción interconectadas que colaboran, reciclan y piensan a largo plazo. Un modelo que se aleja de la obsolescencia y apuesta por la renovación constante —pero este sistema necesita nutrirse de nuevos saberes, prácticas y políticas. También requiere conciencia de que el patrimonio no se hereda pasivamente, sino que se cultiva.
Porque un territorio no puede existir sin las personas que lo imaginan, lo narran y lo cuidan. Como decía André Corboz, no hay territorio sin un imaginario del territorio.1
Cartel: Fernanda Ochoa / México
1 Corboz A. (1998). Ordine sparso. Saggi sull’arte, il metodo, la città e il territorio. Franco Angeli.
2 Freud, S. (1986). Lettere a Wilhelm Fliess. 1887–1904. Bollati Boringhieri.
3 Harvey, D. (1993). La crisi della modernità. Il Saggiatore.
4 Dematteis, G., & Magnaghi, A. (2018). Patrimonio territoriale e coralità produttiva: nuove frontiere per i sistemi economici locali. Scienze del Territorio, No. 6, 12–25. https://bit.ly/3HMQ37K
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