Clavigero Núm. 35

Ecos del cuidado

Periodo: febrero–abril 2025

El concepto de autocuidado se asocia comúnmente con mantener un cuerpo sano y libre de enfermedades, aunque va más allá, pues implica considerar diversas acciones que contribuyen a mantener un estilo de vida de calidad, reducir el deterioro físico y mental y mejorar nuestra relación con el entorno. Esto se construye a través de la interacción con lo que nos rodea: las personas, los objetos, la naturaleza y el territorio. Cuando cuidamos lo que nos cuida, protegemos lo que nos sustenta y valoramos la importancia de cuidar bien, es entonces cuando la vida y la existencia humana tienen la oportunidad de prosperar de manera digna y sustentable.

Bernardo Celso García Romero, académico del Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO

Publicado: 2025-02-01

 

Contenido

Editorial
Bernardo Celso García Romero
Aprender a cuidarnos desde la infancia y la adolescencia
Claudia G. Arufe Flores
El cuidado colectivo. Una condición humana hacia la sociedad del cuidado
Martha Leticia Carretero Jiménez, Ana Araceli Navarro Becerra y Laura Elena García García
El árbol del cuidado
Texto: Ernesto Saúl Romero Soltero y Kendra Sophia Barbosa Bugarín
Infografía: María S. Magaña
La cualidad del fûdosei
Olivia Guadalupe Penilla Núñez
El trabajo y la salud mental
Antonio Sánchez Antillón
Ciencia a sorbos. ¿Quién organiza la piñata?
Maya Viesca Lobatón
La Pisca. Autocuidado con perspectiva espiritual
Pedro Antonio Reyes Linares, S.J.
Cuidado al cuidador: cuidarnos es cuidar mejor
Bernardo Celso García Romero
Tres nudos en la política pública del cuidado
Irving Dario Castillo Cisneros
El cuidado, sostenimiento de la vida
Vanessa Medrano González
“Ya lo entenderás cuando seas grande”
Claudia G. Arufe Flores y Daniela Casillas–Castellón
Amor mundi: El cuidado de la política
Daniel Rodríguez

Amor mundi: El cuidado de la política

Daniel Rodríguez

Presentación

El presente texto representa un intento por pensar los cuidados desde un enfoque político que ponga énfasis en el cuidado del mundo. Se comprende mundo como la edificación tanto de las instituciones políticas como de las relaciones políticas entre las personas que habitan la comunidad. En este sentido, el cuidado del mundo se entendería como la participación política de las personas a través del diálogo entre ellas y la acción en concierto que buscaría resolver los desafíos que enfrentan como sociedad para mantener condiciones mínimas de salud democrática.

 

Los cuidados: de lo privado a lo público

La idea sobre “los cuidados”, así como su posterior discusión y desarrollo es propio de la época de postguerras del siglo XX. Con el surgimiento y fortalecimiento del estado de bienestar los cuidados pasaron a ser de interés público. Sin embargo, hasta la actualidad la carga de estos aún permanece sobre las mujeres, quienes han visto limitada su participación en la sociedad al ámbito del hogar y del cuidado de sus integrantes.

Como lo define Pilar Carrasquer Oto, aquí se entiende a los cuidados como “las pequeñas y grandes atenciones que las mujeres llevan a cabo para el bienestar de los miembros del hogar. Pero responden a un imperativo social cuyo objetivo, la reproducción y la sostenibilidad de la vida humana, favorece la naturalización y la ocultación de esa actividad y de quien la lleva a cabo”[1] (p.104). Históricamente, los cuidados han sido asignados a las actividades propias de las mujeres. No obstante, posterior a la Segunda Guerra Mundial los estados los incorporaron a sus políticas públicas, al tiempo que las mujeres tuvieron una mayor participación en el ámbito público.

Sin embargo, esta creciente presencia de las mujeres en el espacio público no significó la reestructuración de la sociedad en un equilibro de responsabilidades entre mujeres y hombres. Antes bien, la mujer adquirió un doble rol: continuó asumiendo la responsabilidad de los cuidados y, además, adoptó una identidad en el espacio público. A esta condición Laura Balbo (1978) la llamó “doble presencia”, condición de la mujer que, como señala Pilar Carrasquer Oto, “supone mayor trabajo para las mujeres”[2] (p.99). Pues ahora no solamente tendrían un mayor protagonismo en el espacio público, sino que continuarían asumiendo la responsabilidad del cuidado del hogar y sus integrantes.

Al asumir los estados una mayor participación en la atención de las diversas necesidades de los grupos de la sociedad en situación de vulnerabilidad, los cuidados han sido ampliados más allá del cuidado del núcleo familiar. Así lo señalan Patricia Rea Ángeles, Verónica Montes de Oca Zavala y Karla Pérez Guadarrama, quienes comentan que:

Los esfuerzos de los estados tienen la tarea pendiente de extender la cobertura de dichos sistemas de cuidados a poblaciones igualmente excluidas y vulneradas, como indígenas, afrodescendientes, comunidades LGBTTTI y con discapacidad (CEPAL, 2013a), las cuales, desde etapas tempranas de su curso de vida, comienzan a experimentar racismo, discriminación, desigualdad y malos tratos que inhiben que lleguen a la vejez o que causan que pierdan la vida por una mayor exposición a riesgos (p.548).[3]

La política de cuidados otorga la responsabilidad que le corresponde al estado de proveer de las condiciones básicas de vida a grupos sociales en situación de vulnerabilidad. Sin embargo, la tarea aún queda pendiente, pues en los tiempos presentes presenciamos una “crisis de los cuidados”. De acuerdo con Sandra Ezquerra, la crisis de los cuidados se refiere a «la incapacidad social y política de garantizar el bienestar de amplios sectores de la población y la generalización de la dificultad de estos para poder cuidarse, cuidar o ser cuidados”[4] (p.177). Ante este escenario, la mujer ha tenido que asumir la carga del fracaso de la sociedad y de los estados modernos para atender a la población que requiere de mayor cuidado.

En este contexto de crisis de los cuidados, lo que se encuentra de fondo es el limitado interés por la vida pública y por quienes la habitan. Por ello, es necesario pensar los cuidados desde una perspectiva amplia en la que el cuidado se enfoque en las condiciones del mundo en el que vivimos y su permanencia. Me refiero a las condiciones básicas de democracia que debemos mantener para garantizar el disfrute de una vida en comunidad que respete los valores básicos necesarios para vivir en sociedad, como lo son la justicia, la equidad, la libertad, el cuidado mismo del otro y del mundo que compartimos; esto es, la democracia como forma de vida.

Aquí se propone enfocar los cuidados en el cuidado del mundo que habitamos, entendiendo por mundo el entramado de las relaciones sociales, lo que sucede entre ellas y las construcciones no solamente materiales (instituciones políticas), sino también simbólicas y sociales que llevan a cabo las personas: por ejemplo, la democracia como estilo de vida. Esto lo comprendieron muy bien los antiguos atenienses. La democracia como régimen político y forma de relacionarse entre las personas en un marco de autonomía e igualdad política tiene su fecha de nacimiento y crecimiento en el periodo entre los siglos VIII y IV a.C. en la Antigua Grecia.

 

La polis: la primera experiencia del cuidado político

La polis representa la primera experiencia en la historia de Occidente del cuidado de la vida pública, es decir, del hecho de compartir y conservar un mundo que habitamos con los demás. Como lo señala Hannah Arendt, “la polis no es la ciudad–estado en su situación física; es la organización de la gente tal como surge de actuar y hablar juntos”[5] (p.225). Diríamos, pues, que la polis, además de ser “la ciudad como marco global de la vida social”[6] (Gallego 2017, p.29), constituye una experiencia democrática, pues la participación política de las personas de manera libre no puede darse en otra forma de relacionarse que no sea democráticamente. Sin embargo, antes del surgimiento de la polis como forma de organización política y experiencia democrática, los atenienses vivían bajo un régimen monárquico que se sostenía a partir de la physis, la ley natural.

La physis constituía la base a partir de la cual se justificaba la condición humana, los roles en la sociedad y, por consiguiente, la desigualdad de las personas por “dotes” naturales. De este modo, se sustentaba bajo un sistema jerárquico de dominación política justificado por el supuesto de la existencia del “orden natural de las cosas”, en la que los que gobernaban y los que obedecían asumían su posición social sin cuestionamiento alguno.

El nacimiento de la democracia derrumbó el supuesto de la ley natural; su florecimiento se representa en la convicción de los atenienses de que otra forma de organización política era posible. De esta manera, la physis dio paso al nómos, la ley creada por los ciudadanos para su propia comunidad. Esta comunidad se encontraría fuera de toda influencia exterior como la ley natural. Así, con el nómos se fortaleció la polis como comunidad política autónoma en la que las personas se hicieron cargo de su propia existencia y pasaron a dictar sus propias leyes en un marco de igualdad y libertad.[7]

La polis, constituida desde la autonomía, se sostenía por la isonomía, la igualdad ante la ley de todos las personas pertenecientes a la ciudad. Es en la polis en la que las personas encuentran un espacio para participar de las decisiones colectivas sobre los diferentes aspectos de la ciudad y en la que asumen su responsabilidad ante el mundo que habitan. Esta responsabilidad política se expresa en la disposición de todas las personas de actuar en concierto luego de un diálogo acerca de lo que les es importante como comunidad política. Es la conservación de este espacio de libre discusión y de acción lo que les permite mantener la democracia en condiciones saludables para el florecimiento de la vida política. Como lo indica Claudio A. Contreras, la polis “supone una forma de vida que tiene que ejercer la ciudadanía y mantenerla en pie. De allí que las condiciones necesarias pueden variar, más siempre en vistas a mantener este bíos politikós[8] (p.29). Mantener la polis no es otra cosa más que cuidar de nuestro mundo.

 

Amor mundi: cuidar de la vida política

El 6 de agosto de 1955, a través de una carta Hannah Arendt le confiesa al filósofo Karl Jaspers que “he iniciado muy tarde, de verdad en tiempos recientes, a amar el mundo verdaderamente. Como una forma de gratitud, quiero titular mi libro sobre teoría política ‘Amor Mundi’”[9] (p.264). En otra carta, con fecha del 7 de abril de 1956, Arendt le comenta a Jaspers que su libro se titulará Vita Activa, y le asegura que su libro se centrará en las implicaciones políticas de la acción. El libro en cuestión se publicó finalmente en el año 1958 bajo el título en inglés de The Human Condition (La condición humana, en español). La importancia de esta obra radica, entre otras cosas, en la conexión entre conceptos políticos que son de gran relevancia para el cuidado de la vida política, una vida orientada a ser vivida en condiciones democráticas.

En La condición humana Arendt se centra en la participación política de las personas, la cual es posible gracias a la acción en conjunto y al diálogo que sostienen en el espacio público. De esta manera, las decisiones se toman a través de un ejercicio de involucramiento político en el debate acerca de lo que les es importante para todas y todos como comunidad. Cabe resaltar que la participación política en el debate público no es una condición permanente de las personas que habitan el mundo, estos son “momentos políticos”, por tomar una frase de Jacques Ranciére, o experiencias políticas que se dan al momento en que las personas deciden aparecer en el espacio público para dialogar y actuar conjuntamente.[10]

De la experiencia de dialogar y actuar en el espacio público deben destacarse dos ideas propias del marco teórico arendtiano que son de gran importancia para el cuidado de la vida política. La primera es la que se refiere a la acción y el discurso, cualidades que nos remiten a la idea de la natalidad de Arendt, la cual se refiere al ‘nacimiento’ en el espacio público de las personas que deciden actuar en él para resolver sus problemas como comunidad a través de un diálogo entre ellas. Esta idea de la natalidad es central en la obra de Arendt; en su libro ¿Qué es la política? señala que “el mundo se renueva a diario mediante el nacimiento y a través de la espontaneidad del recién llegado se ve arrastrado a algo imprevisiblemente nuevo. Únicamente cuando se le hurta su espontaneidad al neonato, su derecho a empezar algo nuevo, puede decidirse el curso del mundo de un modo determinista y predecirse”[11] (77, 2015). La renovación del mundo constituye la permanencia de este, pues es a través de las acciones en conjunto como las personas se hacen cargo de los asuntos del mundo y resuelven sus diferencias para continuar con la existencia política en un marco de justicia, inclusión e igualdad.

De esta manera, vemos cómo se entrelazan conceptos como mundo, comienzo, novedad, libertad, discurso y espacio público. Pero la base de este entramado conceptual se encuentra en el concepto de acción, que en el mundo representa el florecimiento de la política cuando la acción va acompañada de discurso, de la capacidad del habla de quien aparece en la esfera política.

Además de la natalidad, debemos poner atención en la idea de responsabilidad. En el pensamiento político de Arendt la idea de responsabilidad política se refiere a la conservación del mundo en el que se desarrolla la vida política. En Responsibility and Judgment (2003) Arendt añade que el negarse a participar en los asuntos políticos del mundo siempre ha sido motivo para el reproche de la irresponsabilidad de aquellas personas que deciden tomar distancia del escenario político, de eludir la responsabilidad hacia el mundo que compartimos con las demás personas (2003, p.115).[12] Para Arendt, pertenecer a una comunidad política significa al mismo tiempo ser responsables por lo que suceda en ella por el simple hecho de que la habitamos en conjunto, que compartimos el mundo.

La primera referencia al concepto de mundo que realizó Arendt se encuentra en su tesis doctoral: Liebesbegriff bei Augustin (1929). Esta obra constituye un tratado por el cuidado del otro y del mundo que construimos en conjunto. Así, citando a san Agustín, Arendt construye el significado del mundo: “Agustín escribió, ‘Nosotros llamamos mundo no solamente la obra que Dios creó, el cielo y la tierra’, pero también los habitantes del mundo son llamados ‘el mundo’, especialmente los que aman el mundo son llamados mundo”[13] (p.17). A lo que Arendt añade que “El mundo es constituido como un mundo terrenal no solamente por la creación de Dios, sino por aquellos que aman el mundo”[14] (p.7). Aquí tenemos un primer significado del mundo como una creación de las personas que lo habitan y lo aman. En el pensamiento político de Arendt, crear el mundo significa que las personas viven en libertad y autonomía de toda fuerza exterior, que son capaces de construir algo por su propia cuenta: como una comunidad política que se sostiene por valores como la libertad, la autonomía, la inclusión, la justicia y la igualdad.

Las personas que habitan este mundo lo crean constantemente a través de mantener la relación entre ellas, la comunicación y el debate público acerca de lo que les es importante como comunidad. Por ello, Arendt señala que “En el mundo creado por las personas, el individuo no se encuentra más en una relación aislada con su propio origen”, es decir, consigo mismo, sino que “él vive en un mundo que creó con otras personas”[15] (p.84).

En este momento estamos ante dos aspectos fundamentales en el pensamiento de Arendt que se refieren al cuidado del mundo. En primer lugar, debemos señalar que para nuestra filósofa el individuo es tan importante como la sociedad, por ello desarrolla un aparato teórico que devela la relevancia mutua existente entre ellos. En La condición humana Arendt señala que “acción y discurso están estrechamente relacionados debido a que el acto primordial y específicamente humano debe contener al mismo tiempo la respuesta a la pregunta planteada a todo recién llegado: ¿Quién eres tú? Este descubrimiento de quién es alguien está implícito tanto en sus palabras como en sus actos”[16] (pp. 207–208). Ahora bien, este ser que revela su identidad a partir de la acción y el discurso no podría hacerlo sin la compañía y presencia de los demás. Pues la capacidad de hablar y actuar es un atributo propio del ser social, diría Aristóteles, quien para Arendt representa una referencia importante.

Para este zoon politikon, dice Arendt, “la acción nunca es posible en aislamiento; estar aislado es lo mismo que carecer de la capacidad de actuar. La acción y el discurso necesitan de la presencia de otros” (p.216). Además, señala Arendt, “la acción siempre establece relaciones”[17] (p.218). Y son estas relaciones las que dan origen a la política: “la esfera política surge de actuar juntos, de compartir palabras y actos. Así, la acción no sólo tiene la más íntima relación con la parte pública del mundo común a todos nosotros, sino que es la única actividad que la constituye”[18] (p.224). Esta identidad política colectiva que es la vida política es constituyente del mundo. Este se forma y permanece a partir de que las personas mantienen el debate público y la acción para superar los desafíos que como sociedad enfrentan. Es este mundo el que debe cuidarse, preservarse y heredarse a las futuras generaciones. Por ello, Arendt dirá que “en el momento en que actúo políticamente no estoy interesada en mí, sino en el mundo”[19] (p.75).

Así pues, el cuidado del mundo, en términos políticos constituye una responsabilidad que asumimos al ser parte de una comunidad que compartimos con las y los otros. Desde esta perspectiva del cuidado la responsabilidad no recae sobre la mujer, como es en el caso de la aproximación tradicional de los cuidados en el hogar, sino que esa responsabilidad no tiene género, recae sobre toda aquella persona que se asuma como parte de la comunidad, es decir, del mundo.

 

Conclusión: Retos actuales para el cuidado de la democracia

Cuando Hannah Arendt piensa en el mundo tiene en mente el hecho de que lo compartimos con las y los otros, de ahí que debemos asumir la responsabilidad de vivir en comunidad. Esto no está muy alejado del pensamiento de María Zambrano, quien al hablar de la conciencia histórica y social, del pensamiento alargado al estilo de Kant, señala que “vivimos en estado de alerta, sintiéndonos parte de todo lo que acontece” […], no es el destino, sino simplemente comunidad —la convivencia—; lo que sentimos nos envuelve: sabemos que convivimos con todos los que aquí viven y aun con los que vivieron. El planeta entero es nuestra casa. Convivir quiere decir sentir y saber que nuestra vida, aun en su trayectoria personal, está abierta a la de los demás”[20] (p.16). Tanto Arendt como Zambrano nos ofrecen un marco teórico para pensar los cuidados desde una perspectiva social que arroje luz sobre la condición del mundo que habitamos, así como los retos y desafíos que enfrentamos para cuidar de él y conservarlo.

Además de esta conciencia social sobre el cuidado del mundo que las dos pensadoras nos ofrecen en su obra, hay otro elemento que se encuentra estrechamente relacionado con esta responsabilidad social ante el mundo, el cual se refiere a la acción política derivada de la preocupación misma por su aspecto. Así, Zambrano señala que “toda política parte necesariamente […] de una idea que el hombre (personas) tiene de sí, de su situación ante el mundo”[21] (p.60). Ante los tiempos presentes, cabe preguntarnos cuál es la idea que como sociedad tenemos de nuestra situación (Zambrano) y condición (Arendt) ante el mundo.

Los últimos acontecimientos en nuestro mundo ponen a prueba nuestra disposición para cuidar de él y de quienes lo habitan. El surgimiento de gobiernos populistas de tintes antidemocráticos que sobresalen por su racismo, clasismo, conservadurismo y ataque a la democracia utilizando la democracia misma, así como las guerras sostenidas en Ucrania y Palestina; la condición de desigualdad social y económica en un contexto de creciente militarización de la vida social y la criminalidad en países de América Latina, constituyen “tiempos de oscuridad” (Arendt)[22] que nos exigen asumir la responsabilidad de nuestro tiempo presente y cuidar del mundo, de la vida política que se desarrolla en él y de la democracia como una forma de relacionarnos entre los ciudadanos. Cuidar del mundo significa justamente esto, hacernos cargo de estos retos que se presentan en él y contribuir a superarlos; es asumir la responsabilidad ante él siendo conscientes de que su preservación, como la construcción de la democracia, es una tarea por hacer todos los días.

 

[1] Carrasquer, P. (2020). El redescubrimiento del trabajo de cuidados. Algunas reflexiones desde la sociología. En Goren, N., y Prieto, V. (Eds.). Feminismos y sindicatos en Iberoamérica (pp. 97–126). CLACSO.

[2] Carrasquer, P. (2020). El redescubrimiento del trabajo de cuidados. Algunas reflexiones desde la sociología. En op.cit. (pp. 97–126). CLACSO.

[3] Rea, P., Montes de Oca, y V. Pérez, K. (2021). Políticas de cuidado con perspectiva de género. Revista Mexicana de Sociología 83 (3), 547–580.

[4] Ezguerra, S. (2011). Crisis de los cuidados y crisis sistémica: la reproducción como pilar de la economía llamada real. Investigaciones Feministas 2, 175–194.

[5] Arendt, H. (2011). La condición humana. Paidós.

[6] Gallego, J. (2017). La polis griega: orígenes, estructuras, enfoques. Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

[7] Para una lectura sobre la autonomía de la polis griega, véase: Domínguez, A. (2001). La polis y la expansión colonial griega. Síntesis.

[8] Contreras, C. (2022). El pasaje a un análisis crítico de la diferenciación entre régimen político y constitución: el problema de la formación del régimen democrático griego. Teoría política e historia constitucional. Prometeo Editorial.

[9] Arendt, H. (1992). Hannah Arendt – Karl Jaspers: Correspondence, 1926–1969. Harcourt Brace Jovanovich.

[10] Vease: Ranciére, J. (2014). Moments Politiques. Seven Stories Press.

[11] Arendt, H. (2015) ¿Qué es la política? Paidós.

[12] Arendt, H. (2003). Responsibility and Judgment. Schocken Books.

[13] Arendt, H. (1996). Love and Saint Augustine. The University of Chicago Press.

[14] Arendt, H. (1996). Love and Saint Augustine.

[15] Arendt, H. (1996). Love and Saint Augustine.

[16] Arendt, H. (2011). La condición humana.

[17] Arendt, H. (2011). La condición humana.

[18] Arendt, H. (2011). La condición humana.

[19] Arendt, H. (2010). Lo que quiero es comprender. Trotta.

[20] Zambrano, M. (1998). Persona y democracia: La historia sacrificial. Anthropos.

[21] Zambrano, M. (2015). Horizonte del Liberalismo en María Zambrano. Obras Completas I. Galaxia Gutenberg.

[22] Arendt, H. (2008). Hombres en tiempos de oscuridad. Gedisa.

“Ya lo entenderás cuando seas grande”

Claudia G. Arufe Flores / docente investigadora del Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO
Daniela Casillas–Castellón / mediadora educativa en el Centro de Atención a Migrantes y Refugiados FM4 Paso Libre

 

¿Cuántas veces escuchamos esta frase en nuestra infancia o adolescencia? ¿Cuántas veces la hemos utilizado ahora que somos mayores de edad?

Crecimos en un entorno sociocultural que reconoce a los adultos como protectores de las infancias, como guías de esos seres necesitados de alguien que les muestre el camino correcto para convertirse en ciudadanos responsables. En los adultos recae la tarea de que las niñas, los niños y las y los adolescentes lleguen a esa etapa en la que se cree que ya pueden cuidarse solos, esa tierra prometida de libertad y autonomía: la adultez. Históricamente esta relación entre edades ha existido bajo una condición de dominio: los roles de los adultos son los de guía, protector, autoridad; los roles de las infancias son los de guiado, protegido, aconsejado. En esta jerarquía se espera de los subordinados obediencia y sumisión.[1] Desde esta visión adultocéntrica se confía en que los adultos tenemos un conocimiento superior para tomar decisiones. Al no tomar en cuenta la opinión y las experiencias de las infancias cuidamos desde una visión parcial limitando su autonomía y aprendizaje sobre el cuidado.

¿Cómo hacemos para que el cuidado también sea desde la visión de las infancias? Soltando el poder que la sociedad nos ha otorgado por ser parte de una categoría de edad, dejando de imponer para crear una relación en la que cooperemos. La cooperación es el reconocimiento de que nos necesitamos mutuamente; es construir una relación en la que nos apreciamos, intercambiamos opiniones, planteamos objetivos comunes y creamos acuerdos.[2] Desde esta perspectiva el rol del adulto no es desde el autoritarismo sino del acompañamiento.

Hay frases populares que dicen que en nombre de Dios o del amor se han hecho atrocidades en el mundo; lo mismo puede ocurrir con el cuidado. Desde las posturas adultocéntricas, en nombre del cuidado podemos aplastar los derechos y las capacidades humanas de las niñas, niños y adolescentes. En la Convención de los Derechos del Niño, firmada en 1989 por casi todos los países del mundo, se reconocen 42 derechos humanos relacionados con la supervivencia, protección, desarrollo y participación.[3] Como todos los derechos humanos, estos son interdependientes e indivisibles, esto es, que están vinculados y no pueden separarse. Por ejemplo, no podemos cuidar a las infancias para que crezcan sanas si les negamos su derecho a tener acceso a la información sobre su condición de salud; no podemos cuidar a las infancias para que asistan a la escuela si no garantizamos su derecho a no ser maltratados cuando no aprenden; no podemos cuidar a las infancias para que tengan alimento y ropa si pisoteamos su derecho a vivir en familia y los separamos de ésta y, en general, no podemos cuidar de las infancias si no tomamos en cuenta su derecho a expresarse y a participar de manera activa en sus contextos.

Cuidar a las infancias y adolescencias va más allá de cubrir sus necesidades básicas y de protección frente a los peligros que amenacen su condición vulnerable; cuidarlas implica, además, acompañarlas a aprender todo aquello que desarrolle sus capacidades y fortalezca su autonomía para que tomen las mejores decisiones a favor de su cuidado personal y también del colectivo. Esto solo llega a ser posible si dejamos de tratarles como objetos de cuidado y les reconocemos como sujetos cuidadores. La vivencia del cuidado desde la infancia es tan valiosa como la vivencia desde la adultez, ambas tienen mucho que aportarse.

 

[1] Duarte Quapper, C. (2012). Sociedades adultocéntricas: sobre sus orígenes y reproducción. Ultima década, 20(36), 99-125. https://dx.doi.org/10.4067/S0718-22362012000100005

[2]Johnson, D.; Johnson, R., & Holubec, E. (2006). El aprendizaje cooperativo en el aula. Paidós

[3] Unicef. (s.f.). Cartel: Versión resumida de la Convención sobre los Derechos del Niño  https://www.unicef.es/sites/unicef.es/files/educa/unicef-educa-cartel-iconos-convencion-derechos-nino.pdf

 

El cuidado, sostenimiento de la vida

Vanessa Medrano González / docente investigadora del Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO

María, madre de dos hijas de cuatro y seis años, está casada con Juan. Ella trabaja medio tiempo mientras sus hijas están en la escuela. Su esposo tiene un trabajo remunerado de tiempo completo, sale de casa a las ocho de la mañana y regresa a las siete de la tarde.

María se levanta a las cinco y media de la mañana para bañarse, arreglarse y preparar el desayuno. Despierta a sus hijas, las viste, las peina, les da de desayunar y las lleva a la escuela. Se va a su trabajo remunerado, el cual es de tiempo parcial e informal, sin prestaciones de ley. Por la tarde recoge a sus hijas, hace una parada en el mercado para comprar alimentos y cocinar la comida del día. Después dedica tiempo para ayudar a su hija mayor a hacer la tarea. Luego les da tiempo libre para que jueguen. María aprovecha para lavar los trastes, poner la ropa en la lavadora, planchar las prendas del día siguiente y preparar la cena. Juan llega a casa y juega con sus hijas. Ya anocheció, las niñas están durmiendo. María se prepara un té y se dispone un tiempo para platicar con su esposo. Ésta rendida, él también, se duermen profundamente. Al día siguiente se repite la misma rutina. María solo descansa los sábados por la tarde, pues en la mañana realiza la limpieza de la casa. Los domingos es día de ir a visitar a los abuelos que, si bien puede ser un espacio de recreación, implica estar al cuidado de la salud de sus padres y suegros, quienes son adultos mayores.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe indica en su repositorio de información sobre el uso de tiempo[1] la brecha entre hombres y mujeres con respecto a la distribución del trabajo no remunerado (TNR), es decir, al trabajo doméstico y de cuidados. En México las mujeres dedican el tiple del tiempo al TNR en comparación con los hombres. El porcentaje es de 24.2 para las mujeres y 8.8 para los hombres.

La vida cotidiana de María es la historia de muchas mujeres que se hacen cargo de los cuidados de las personas que están a su alrededor. Con respecto a Juan, él desea realizar más actividades de TNR, pero las estructuras no permiten que haya una redistribución equitativa. Se sigue reproduciendo la heredada división sexual del trabajo que asume a la mujer como cuidadora y al hombre como proveedor económico.

Es inminente una reorganización del trabajo de cuidados, una que no solo recaiga en las mujeres, en las familias, sino que esté sostenida por el estado, el mercado/empresa y la comunidad.

Jalisco es el estado pionero en promulgar su Ley Estatal del Sistema Integral de Cuidados,[2] que tiene como objetivo principal la construcción de una sociedad de cuidado. La ley se aprobó en 2024 y ahora corresponde la participación de todas las personas, desde los diferentes sectores, para cristalizar las acciones y fomentar las condiciones de igualdad, corresponsabilidad y autocuidado.

 

[1] ONU/CEPAL. Autonomía económica (2024). Observatorio de igualdad de género de América Latina y el Caribe. https://oig.cepal.org/es/indicadores/proporcion-tiempo-dedicado-al-trabajo-domestico-cuidado-no-remunerado-desglosado-sexo

[2] Congreso del Estado de Jalisco (2024). Ley del Sistema Integral de Cuidados para el Estado de Jalisco. https://congresoweb.congresojal.gob.mx/bibliotecavirtual/legislacion/Leyes/Documentos_PDF-Leyes/Ley%20del%20Sistema%20Integral%20de%20Cuidados%20para%20el%20Estado%20de%20Jalisco-190424.pdf

Tres nudos en la política pública del cuidado

Construir una política pública sobre el cuidado no es una tarea sencilla. Tan solo en México existen instrumentos legislativos como la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, la reforma constitucional que reconoce los derechos de las personas adultas mayores y recientemente la publicación de la Ley del Sistema Integral de Cuidados para el Estado de Jalisco.

La cuestión sería preguntarse cuáles han sido las razones de postergar en la discusión pública el cuidado de quienes nos cuidan. Para responder esto me gustaría colocar tres condiciones que podrían dar una clave del porqué de la invisibilización del cuidado dentro de la esfera pública.

Primera, la discusión sobre una política pública de cuidados esta mediada por los “nudos estructurales de la desigualdad de género”, como señala la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (2020).[1] Este argumento es respaldado con los datos de Latinoamérica de la Encuesta de Uso del Tiempo, que Karina Batthyány (2015) resume como sigue: “Los hombres tienen una menor participación e invierten menos tiempo en las actividades domésticas y de cuidado […]”.[2] Así, esta razón lleva al cuestionamiento de las prácticas culturales de una sociedad: ¿qué papel desempeñamos como sujetos dentro de la anudación de la desigualdad de género?

Segunda, el cuidado como un derecho universal que se podría entender como “un derecho asumido por la comunidad y prestado mediante servicios que maximicen la autonomía y el bienestar de las familias y los individuos, con directa competencia del estado” (Batthyány, 2015).[3] Es decir, establecer el cuidado como un derecho universal coloca una carga sustancial en la gestión de los recursos del estado. Según Mondragón y Villa, durante 2021 este invirtió en programas de cuidado 24 mil 39 millones 800 mil pesos, lo que equivaldría al 0.4% del Presupuesto de Egresos de la Federación y tan solo el 0.1% del Producto Interno Bruto (pib).[4]

Por su parte, el Instituto Nacional de las Mujeres estimó en 2018 que era necesaria una inversión del 1.16% del pib durante un periodo de cinco años para desarrollar un sistema para niñas, niños y adolescentes.[5] Si se considera a las otras poblaciones, esta cifra necesariamente deberá aumentar.

Por último, para crear una propuesta de política pública es necesario generar datos que dibujen el contexto de la problemática en el territorio, ya que sin información no puede plantearse un proyecto que responda a las necesidades de la población.

En México, desde 2009, se recuperan datos sobre la participación en los cuidados, pero apenas en 2022 se transforma en la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados con la intención de producir información sobre la demanda de cuidados en los hogares y de las personas que los ofrecen.[6]

Así, tenemos un componente cultural que puede impedir la discusión del cuidado, una cuestión presupuestal que limita el actuar político y un asunto de deficiencia de datos que acorta la comprensión contextual del problema y su urgencia. Estas tres condiciones pueden ser una guía para pensar en los espacios para contribuir en la construcción de un sistema de cuidados desde el ámbito público. ¿Es esto imposible? No, pero se necesita voluntad política y acción social para romper los nudos de la desigualdad.

 

[1] Comisión Económica para América Latina y el Caribe. (2020). Cuidados y mujeres en tiempos de covid–19. La experiencia en la Argentina. https://bit.ly/4gprsT3

[2] Batthyány, K. (2015). Las políticas y el cuidado en América Latina. Una mirada a las experiencias regionales. Comisión Económica para América Latina y el Caribe. https://bit.ly/4iuLf4O

[3] Ibidem, p.12.

[4] Mondragón, L., & Villa, S. (2021). Gasto público para un Sistema Nacional de Cuidados. Centro de Investigación Económica y Presupuestaria. https://bit.ly/3OP7BAa

[5] Instituto Nacional de las Mujeres. (2018). Costos, retornos y efectos de un Sistema de cuidado infantil universal, gratuito y de calidad en México. Gobierno de México.

[6] INEGI. (2022). Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC) 2022. Principales resultados. https://bit.ly/3ZvxfPu

Cuidado al cuidador: cuidarnos es cuidar mejor

Bernardo Celso García Romero / docente investigador del Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO

A quien ejerce en su mayoría y directamente el cuidado de las personas enfermas o con necesidades especiales solemos llamarlo o darle el papel de cuidador primario. Esta persona es esencial para mantener la prevalencia y la calidad de vida de quienes cuidan.

Este papel conlleva una carga física y mental significativa, y que muchas veces pasa inadvertida por los que le rodean. El filósofo y poeta Albert Schweitzer señala que “el propósito de la vida humana es servir, mostrar compasión y voluntad de ayudar a los demás”, sin embargo, para poder servir a otros también es vital preservar nuestro propio bienestar.

El cuidado de las personas, de los otros a quienes queremos, además de acciones físicas para el apoyo y su acompañamiento, genera un desgaste emocional como estrés, ansiedad y frustración derivada de la atención constante que se debe proporcionar y el poco equilibrio o balance con otras actividades de autocuidado. En palabras de la activista y escritora Audre Lorde, “cuidar de sí mismos no es un acto de indulgencia, sino un acto de supervivencia”. Esta reflexión subraya la importancia de atender nuestras necesidades físicas, emocionales y sociales mientras cuidamos de los demás.

Muchas personas asumen este papel y labor no solamente por necesidad, sino también por un genuino deseo de ayudar y marcar una diferencia en la vida de los otros, normalmente cuidando a familiares o amigos. Por esto, es importante recordar que, a pesar de los desafíos, ser cuidador es un acto de amor y de gran dedicación. El psicólogo Henri Nouwen nos plantea que los cuidadores a menudo son personas que, aunque estén heridas, tienen la capacidad de sanar a los otros. No obstante, también subraya que el cuidador necesita estar consciente de sus propias heridas y necesidades para no agotarse en el proceso de cuidar a los demás.

Si te identificas con este papel es probable que sientas gran satisfacción en el cuidado de los otros, pero también es normal sentirte abrumado, cansado y exhausto. Sentir esto puede generar culpa e irritación, por lo que es importante buscar apoyo y poner en marcha acciones de autocuidado. Darnos la oportunidad de recargar energía y crear un espacio donde el cuidado propio sea igualmente valorado y propicie una mejor percepción de nuestro bienestar emocional.

Promover estrategias de autocuidado debe ser prioritario en la formación de nuestra sociedad para prevenir situaciones de riesgo en nuestra salud mental y fomentar conductas más saludables. Algunas acciones que pueden marcar la diferencia en el cuidado incluyen aprender a delegar, a establecer límites claros sin culpa y a darnos permiso para tener tiempo y espacio personal. Algo tan sencillo como una caminata, una meditación breve o escuchar tu música favorita ayudará a generar estados de mayor relajación y recuperación; a estos momentos normalmente los llamamos “respiros”. Además, rodearse de una red de apoyo segura y hablar con otros cuidadores o profesionales de la salud con experiencia puede aliviar la carga emocional. Al final, cuidar al cuidador es fundamental para que este pueda seguir desempeñando su papel con energía, salud y satisfacción.

Recordemos que solo cuando el cuidador se permite recibir el cuidado que brinda puede verdaderamente transformar el acto de cuidar en una fuente de bienestar, tanto para sí mismo como para los demás.

Autocuidado con perspectiva espiritual

Pedro Antonio Reyes Linares, S.J. / Profesor del Departamento de Filosofía y Humanidades del ITESO

Autocuidado con perspectiva espiritual

La palabra espíritu implica una conexión dinámica entre diferentes seres —algunos libres— y, por tanto, una constante interacción y conversación entre uno y otro. En este sentido, “autos” no refiere a un sujeto aislado sumado a otros, sino a alguien que nace y crece en vínculo y, eventualmente, en conversación con los diferentes seres y fuerzas de su ambiente. En esa conversación se va haciendo sujeto responsable de sí y del vínculo.

El autocuidado, así, implicaría la promoción consciente del equilibrio entre estas diferentes fuerzas, permitiendo una estabilidad dinámica del sistema, que da señales al propio sujeto respecto de su bienestar y del bienestar de todo el sistema en vinculación.

El autocuidado, así, implicaría la promoción consciente del equilibrio entre estas diferentes fuerzas, permitiendo una estabilidad dinámica del sistema.

En la espiritualidad ignaciana estas señales se denominan mociones e implican un movimiento interior que permite conocer el estado propio en el sistema e invita a actuar en consecuencia. Para identificar esas mociones se ha de procurar un ambiente de libertad ante lo que urge inmediatamente como apetecible o necesario, para tomar un punto de vista más sistémico y armónico del conjunto de los vínculos.

Acostumbrarse a la reverencia de los vínculos, al silencio contemplativo y al examen de esos movimientos interiores para elegir los que más aportan a la creación de vínculos fructíferos, son ejercicios que conforman el núcleo del autocuidado en sentido espiritual. Al practicarlos nos descubrimos acogidos gratuitamente por otras personas y seres en sus vínculos, y también responsables de ofrecer nuestra propia persona para acoger gratuitamente a otras personas y seres.

¿Quién organiza la piñata?

Maya Viesca Lobatón / académica del Centro de Promoción Cultural y coordinadora del Café Scientifique del ITESO

¿Quién organiza la fiesta de cumpleaños, la cena de navidad, el pastel para la maestra o el desayuno entre las vecinas? ¿Quién se encarga de ese tejido fino entre las personas y los grupos que se logra a base de hacer comidas, conseguir regalos y organizar y celebrar tradiciones? Las respuestas a estas preguntas nos dirigen a los mundos invisibles y efímeros que subyacen a la construcción de los afectos y, con ello, de las comunidades.

Cuando hablamos de cuidados, asunto que poco a poco va ganando espacio en la agenda académica y pública, solemos pensar en la procuración de atenciones para enfermos, personas mayores o infancias, incluso en el autocuidado y el cuidado del entorno. Pensamos en acciones como la alimentación, la atención médica o la seguridad, pero tal vez no hayamos incluido entre ellos a la fiesta.

Desde el punto de vista antropológico la fiesta es un fenómeno cultural que desde tiempos ancestrales cumple con una gran cantidad de funciones sociales. Celebra lo extraordinario, expresa valores y pautas de conducta, genera estados de ánimo, implica la participación, reproduce y reestructura el orden social, genera cohesión y sentido de pertenencia, elementos indispensables en la salud emocional.

Las fiestas siempre son para y con otros e implican al menos tres etapas: la preparación, la vivencia y el recuerdo. Comprar y preparar los alimentos, invitar asistentes, disponer el espacio. Hacer que transcurran los diferentes momentos de la celebración y buscar que pervivan en las emociones de los participantes implica esfuerzo y trabajo, requiere de un gran cuidado.

En la actualidad la fiesta, como muchas otras expresiones de ocio, ha sido alcanzada por el consumismo y la necesidad de convertirlo todo en un gran espectáculo, intercambiando las experiencias por objetos y la participación por el ser espectador. No obstante, sigue habiendo manifestaciones en las que lo que continúa al centro es la celebración y construcción de la vida, del otro y del nosotros, y detrás de esto personas concretas que cargan o se encargan de que sucedan.

Los cuidadores, que en su mayoría son cuidadoras, no solo proveen nutrición y salud, también se encargan de organizar la fiesta del salón, hacer el pavo en navidad, llamar en los cumpleaños, organizar la despedida de soltera y el babyshower. Las cuidadoras suman a las tareas ordinarias las extraordinarias, muchas veces en condiciones de saturación y sobregasto de recursos. Tal vez, si los cuidados emocionales que proveen las fiestas estuvieran más repartidos y dejaran de estar orientados hacia el consumo, recobrarían un sentido mucho más saludable y sostenible en nuestra sociedad.

Si quieres conocer algunas reflexiones sobre la importancia de colectivizar los cuidados escucha la charla del Café Scientifique con Rocío Enríquez:
https://bit.ly/49wGRya

El trabajo y la salud mental

Antonio Sánchez Antillón / docente investigador del Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO

El refrán popular “el trabajo dignifica” contrasta con la etimología tripaliāre, que significa “torturar”. Esta aporía de la palabra “trabajo” se plantea desde la salud mental alrededor de las siguientes preguntas: ¿el trabajo, además de ser útil, es precursor de una vida sana? ¿En qué momento este deja de dignificar a la persona y es precursor de enfermedad? El objetivo de este texto es discurrir alrededor de esas dos preguntas.

Con el propósito de clarificar el sentido de las palabras, se entiende “trabajo” como todo esfuerzo y ejercicio mental o físico que se realiza en búsqueda de alguna meta. Por su parte, se comprende “salud mental”, más allá de una perspectiva médica y en sintonía con la ética, como la búsqueda del buen vivir.

La salud mental, concebida como la higiene de la psique, implica la corporeidad, como ya refiere el lema antiguo “mente sana en cuerpo sano”. Esta idea es abordada por Platón en el diálogo del Cármides y sugiere que la verdadera sabiduría y la salud mental requieren un equilibrio integral que involucra tanto el bienestar físico como el intelectual. Esta perspectiva se relaciona con el concepto de holon, en el que cada parte —cuerpo y mente— es vista como un todo interdependiente. Bajo esta misma perspectiva, en El porvenir de una ilusión Sigmund Freud (1927–1991) afirma que la salud mental se basa en la capacidad de amar y trabajar adecuadamente, y advierte la sintomatología en el nacimiento de la sociedad moderna, a saber, la compulsión al trabajo.[1] Lo que Freud considera adecuado resuena con el criterio que Aristóteles advierte sobre el uso de los bienes y los placeres: el justo medio. Según este principio, la carencia de esfuerzo gestaría indolentes, exceso y vicio. La enfermedad, entendida como padecimiento moral o psíquico, implica una posición ética: el hombre justo se ajusta, el hombre injusto vive desajustado.

La Organización Mundial de la Salud define la salud mental como “un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, aprender y trabajar adecuadamente e integrarse en su entorno”.[2] Esta forma positiva de formular el concepto de salud es diametralmente opuesta al ideal de trabajo del discurso capitalista, en el que la temporalidad existencial se reduce al intercambio monetario (“el tiempo es dinero”) y el imperativo de producción y consumo es el exceso, sin importar que se extinga el bien. Byung–Chul Han (2017) propone que en la actualidad ya no requerimos una sociedad disciplinaria, ya que ejercemos “libremente” el poder de autoexplotarnos.[3] El ideal de consumo y enriquecimiento insensato a costa de todo, incluyendo nuestro bienestar, se ha convertido en un imperativo inconsciente e inercial de goce.

Desde la pandemia se ha evidenciado la importancia del trabajo no solamente para generar ingresos para sobrevivir, sino también por su efecto terapéutico. El trabajo aporta a la vida familiar espacios de oxigenación relacional; necesitamos diversos ámbitos de socialización para gestionar los estados emocionales y las obsesiones. Aunque la salud mental requiere una atención interdisciplinar, la prevención debe asumirse como una actitud de vida frente al trabajo. Implica contraponer a la moral del consumo y del yo absoluto una ética del compartir y del disfrute, en la que se priorice lo verdaderamente beneficioso sobre los imperativos categóricos de goce que minimizan la significación personal de la vida. Se trata de promover procesos de subjetivación y gestión colectiva del esfuerzo y el disfrute de los bienes, aceptar el valor de la negatividad de lo real, del límite y del “no todo” y “no siempre”.

Satisfechas las necesidades inmediatas de subsistencia gracias al trabajo, se presenta una disyuntiva: la acumulación irracional o el quehacer contemplativo en la autopoiesis. Esto supone aprender a perder el tiempo en el goce sublimatorio, reconocer a los demás como semejantes y no como objetos útiles o competidores de los bienes, y fomentar la filia y la sororidad propia de una colectividad humana.

 

[1] Freud, S. (1991). Sigmund Freud. Obras completas. Amorrortu Editores. (Obra original publicada en 1927).

[2] Organización Mundial de la Salud. (s.f.). Salud mental. https://bit.ly/3ZA8VMm

[3] Han, B.–C. (2017). La sociedad del cansancio. Herder.