Infante, del latín infantis, “El que no habla”

Salvador Ramírez Peña, S.J./ académico del Departamento de Filosofía y Humanidades del ITESO

 

Los relatos de los Evangelios dan testimonio de que Jesús, al ser resucitado, se hace presente, primero, a las mujeres, las cuales habían ido a la tumba para terminar de embalsamar el cuerpo inerte del Maestro. Su sorpresa fue que el cuerpo no estaba inerte sino más inquieto que nunca, ya que el Resucitado, después de consolarlas, las envía a hablar con sus compañeros sobre lo que estaba aconteciendo: que la muerte no tuvo la victoria y que la vida como ámbito de libertad continuaba. Al principio, sus compañeros, que se encontraban tristes y llorando, no les creyeron. Sin embargo, ellas siguieron hablando con toda libertad, venciendo los muchos prejuicios que había en contra de ellas, sobre lo que habían visto y escuchado del Maestro Resucitado: ¡Vayan a Galilea a seguir expresándose con la verdad que las hace libres para que la paz esté con ustedes!

No es mera contingencia que las mujeres fueran las primeras en ser testigos de la Resurrección ni las primeras enviadas a hablar de esta verdad. La libertad de expresión de estas mujeres fue, también, “la buena noticia”, el evangelion que inauguró una nueva manera de comunicación trascendental donde las infantis, infantilizadas, acalladas, silenciadas, manifestaban con voz potente un mensaje que no se había escuchado. La experiencia pascual de resurrectio, de “volver a levantarse”, las preparó para salir de la “infantilización” en la que una cultura ciega y opresora las tenía sujetadas, para volverse agentes de paz y constructoras de una nueva comunidad en la que ya no hay diferencia jerárquica entre judíos o griegos, ni entre esclavos o dominadores, ni entre hombres o mujeres. Esta experiencia pascual es, sobre todo, una experiencia des–infantilizante que nos capacita, entre la sospecha y el desconcierto de muchos, a expresar con libertad elocuente que podemos hacer de este mundo, otro. Expresar con verdad que la paz viene del Resucitado les brindó a las mujeres del Evangelio el criterio de igualación que superó la injusta diferencia que las subordinaba y les impedía vivirse como parte importante de una sola comunidad igualitaria: el shalom, el salam, la ekklesia, la paz como ámbito de encuentro.

La verdad se descubre en el diálogo

Maya Viesca Lobatón / Académica del Centro de Promoción Cultural y coordinadora del Café Scientifique del ITESO

 

En su texto Sobre el diálogo (1997),[1] uno de los físicos más importantes del siglo XX, David Bohm, cuenta la anécdota de cómo otros dos reconocidos físicos, Albert Einstein y Niels Bohr, recién conocerse compartían largas y enriquecedoras charlas, las cuales se mantuvieron hasta el momento en que encontraron absolutamente irreconciliables sus posturas teóricas sobre la física. A partir de entonces no solo dejaron de hablarse sino que rompieron toda camaradería.

Algunas narrativas subrayan el importante papel de la comunicación en la
forma en que funciona la ciencia: se dialoga con el conocimiento existente, se comunica entre pares y se abre al escrutinio, y su publicación permite la posibilidad de nuevos diálogos. Esta disposición a contrastar y validar los descubrimientos la convierten, como dice el coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco, Juan Ignacio Pérez, en una disciplina humilde.[2]

No obstante, como ilustra la anécdota de Einstein y Bohr, la realidad es más compleja y la ciencia, como cualquier empresa cultural, se produce a partir de sujetos, instituciones y contextos atravesados por ejercicios de poder. Poder que en muchas ocasiones resulta antagónico a la misma condición básica del diálogo —la real comunicación—: la verdad es provisional y transitoria, y la posibilidad de alcanzar una verdad mayor implica la disposición a reconocer esto, a aceptar que tenemos límites y que aspirar a una verdad mayor requiere necesariamente al otro.

El filósofo y abogado Javier de la Torre[3] anota además que, para que el diálogo se dé, se requieren unos mínimos lógico–racionales y morales que permitan entenderse. Se requiere un contexto de justicia repartida entre todos.

La comunicación de la ciencia puede significar un acto de equiparación de oportunidades en el ejercicio ciudadano, la posibilidad de compartir significados, no solo necesidades, como dice Bohm (1997), pero esta requiere también de los marcos mínimos de libertad. Necesita un interlocutor dispuesto a dejar de ver en el otro solo a un adversario.

“Pero la libertad no consiste en dejarnos arrastrar por nuestros pensamientos y, en consecuencia, hacer lo que nos gusta rara vez conduce a la libertad, porque nuestros gustos están condicionados por nuestros pensamientos, y éstos, a su vez, se atienen a pautas determinadas. Tenemos, por tanto, la necesidad creativa —tanto a nivel individual como a nivel colectivo— de funcionar grupalmente de un modo nuevo”.[4]

 

[1] Bohm, D. Sobre el diálogo, Kairós, Barcelona, 1997, p.69.

[2] Véase “Ciencia y libertad”: https://culturacientifica.com/2011/06/23/ciencia-y-libertad/ consultado el 23 de abril de 2022.

[3] Torre Díaz, F. J. de la. “¿Qué es diálogo? Veinte tesis para empezar a dialogar”, en Sal terrae: Revista de teología pastoral, Tomo 94, Nº 1097, 2006, pp. 55–68

[4] Bohm, D. Op. cit..

La cura frente a la narración de la crueldad

Florencia González Guerra García / periodista independiente

Las periodistas narramos historias, y las historias están llenas de dolor. Las violencias que atraviesan esas historias también nos atraviesan a las mujeres periodistas. Por ello, entender la violencia de género es tan necesario para nosotras como un doctor sano antes de operar al paciente.

México es el país más violento para ejercer el periodismo. Los periodistas estamos más propensos a ser violentados porque nuestra profesión, generalmente, representa una amenaza para los grupos de poder tanto en las esferas públicas como en las privadas.

Aunque, de los 156 periodistas asesinados de 2000 a la fecha —documentados por Artículo 19—, 12 son mujeres, las periodistas vivimos otro tipo de violencias por ejercer nuestro trabajo: ataques en redes sociales, falta de credibilidad solamente por ser mujeres, agresiones de nuestras fuentes, el tan sonado “mi amor”, “chiquita”, “la niña”, del funcionario que te infantiliza. En las redacciones, la brecha salarial y, en casa, las desigualdades de género.

La Fiscalía Especializada en Atención a Delitos contra la Libertad de Expresión (FEADELE) registró 1,571 víctimas por delitos relacionados con la labor periodística en los últimos 10 años, de ellas 304 son mujeres. Los actos más comunes de violencia por razones de género reportados ante la Federación Internacional de Periodistas (FIP) son maltrato verbal (63%), maltrato psicológico (41%), explotación económica (21%) y violencia física (11%).

Rita Segato, en La guerra contra las mujeres, explica sobre la pedagogía de la crueldad impuesta sobre las mujeres para excluirlas de las nociones de la buena vida y por ende afectar a una red que espera por sus cuidados con un solo objetivo: el despojo.

Las mujeres periodistas narramos el dolor, la ausencia y el desconcierto que dejan los feminicidios, esa pedagogía de la crueldad impresa sobre nuestras amigas, hermanas, conocidas. Narramos las historias de las mujeres que deciden exponer a su violentador, hablamos sobre las injusticias que atraviesan al mundo, pero, entonces ¿quién nos ayuda a contener todo este peso?

La teoría feminista nos puede acompañar en el proceso, pero la práctica es lo importante y los grupos de mujeres periodistas el camino para ello. Acompañarnos en el proceso de reconocer que la violencia que narramos nos atraviesa es liberador, pero también un proceso en el que necesitamos acompañamiento.

A veces pareciera que es más fácil narrar el dolor de los demás que reconocer que también hemos sido víctimas de esa cruel pedagogía. Cuando reconocemos las violencias de género no solo construimos mensajes para sociedades más justas, también nos protegemos y reconocemos la agencia que tenemos sobre nuestra práctica diaria.

Si el periodismo y nuestro trabajo cuestionan esta crueldad y dejan de reproducir violencia de género, sexismo, clasismo o racismo dejamos un sistema de creencias que tiene a las mujeres oprimidas de primera mano, nosotras también seremos más libres. Cuestionar al poder y explicarlo con perspectiva feminista ofrece una vacuna contra lo que todos los días retratamos, narramos y contamos.

Libertad de expresión: ¿tenemos derecho a manifestar todo lo que pensamos?

Ilsse Carolina Torres Ortega / investigadora en filosofía del derecho

 

La reflexión contemporánea sobre la libertad de expresión resulta paradójica. Por una parte, pocos negarían que la posibilidad de manifestar lo que pensamos y de participar en la vida pública es una libertad que debe ser protegida y garantizada. Por otra parte, hay expresiones que, además de resultarnos deplorables, tienen el potencial de dañar y reproducir discursos estigmatizantes que perpetúan desigualdades sociales. ¿La libertad de expresión es un derecho absoluto que no admite restricciones?, ¿debería limitarse, buscando la protección de las voces silenciadas?, ¿es verdad que todos tenemos igual libertad e igual posibilidad de ser escuchados? A continuación, presento algunas ideas básicas a considerar para poder ofrecer respuestas justificadas a estas interrogantes.

 

La libertad de expresión y la comunidad democrática

La libertad de expresión constituye una de las piezas más importantes del ideal democrático y del respeto a la autonomía individual. La democracia, entendida como un proyecto colectivo de autogobierno que da a todos la oportunidad de ser participantes activos e iguales, presupone que cualquiera pueda expresarse y contribuir al debate público.[1] Ser participante, además, posibilita el cuestionamiento al ejercicio arbitrario del poder, así como la reivindicación y movilización de intereses diversos.[2] Así, estamos ante una libertad que salvaguarda la posibilidad de disentir y de cuestionar lo que otros desean imponernos; de ahí que también se vincule con la búsqueda de la verdad como ingrediente de la justicia.

 

La libertad de expresión como derecho relativo

Este derecho establece igual libertad para expresarse; sin embargo, no todas las voces serán escuchadas: algunas son estruendosas y otras apenas susurros en sociedades desiguales. Asimismo, expresarse tiene repercusiones, por lo que ciertos discursos pueden minar el ambiente de respeto de la sociedad,[3] afectando la dignidad y la participación en el debate público de ciertos individuos.[4] El ejercicio de los derechos humanos exige reconocer que algunos poseen una estructura relativa, lo cual implica admitir que pueden entrar en conflicto con otro derecho y, ocasionalmente, ceder;[5] esto permite entender la dimensión relativa de esta libertad. Aun cuando valoremos la libertad de expresión como uno de los cimientos de nuestras comunidades políticas, esta puede restringirse cuando hay otro principio en juego. Los casos en los que se suele admitir su restricción son aquellos en los que colisiona con el derecho al honor o con directrices de seguridad pública (casos en los que se incita a la violencia). Hay otros casos más problemáticos, como el del discurso de odio que fomenta la exclusión o reproducción de estereotipos negativos hacia ciertos colectivos. Otro supuesto discutible es la limitación a la difusión de información falsa. El debate sigue abierto, pues los riesgos de caer en dogmatismos y reprimir la disidencia no son menores.

No todo lo que expresamos es digno de ser protegido. De ahí que debamos seguir reflexionando sobre cómo ejercitar legítimamente esta libertad.

 

[1] Dworkin, R. Virtud soberana. La teoría y la práctica de la igualdad, Paidós, Barcelona, 2003.

[2] Nino, C. La constitución de la democracia deliberativa, Gedisa, Barcelona, 1997.

[3] Waldron, J. The harm in hate speech, Harvard University Press, Cambridge, 2012.

[4] Fiss, O. Liberalism divided. Freedom of speech and the many uses of state power, Westview Press, Oxford, 1996.

[5] Alexy, R. Teoría de los derechos fundamentales, CEPC, Madrid, 2007.

El caso de Jalisco: desunión gremial e incumplimiento de leyes, tras la violencia contra periodistas

Iván González Vega / coordinador de la Licenciatura en Periodismo ITESO

La falta de articulación ha distinguido las iniciativas de periodistas de Jalisco para pronunciarse en contra de la violencia, que, si bien implica menos casos de homicidios en comparación con otros estados, se traduce en malas condiciones laborales o agresiones de parte de funcionarios.

Iván González Vega

 

El incumplimiento de las leyes ya existentes, la división gremial y la falta de vinculación con organismos civiles han obstaculizado una reacción más contundente de parte de las y los periodistas del estado a las agresiones, opinan representantes de este gremio.

Al trabajo de organizaciones como la Asociación Mexicana de Derecho a la Información Capítulo Jalisco (Amedi Jalisco) o la red Periodistas de a Pie con presencia en el estado, ha faltado la coordinación entre profesionales que les permita hacer frente a abusos laborales, agresiones y excesos cometidos por funcionarios públicos, opinan periodistas como Jade Ramírez, fundadora de Perimetral, y Darwin Franco, fundador del medio ZonaDocs.

La mala calidad laboral es uno de los principales componentes de riesgo, de acuerdo con Jade Ramírez, junto con el “clima de golpeteo” que viven quienes ejercen de forma independiente. A ello “se suma que institucionalmente no hay respuestas. La Fiscalía estatal no tiene un área especializada, y la Comisión de Derechos Humanos de Jalisco (CEDHJ) no emite recomendaciones cuando se hacen denuncias, ni tiene un programa como la comisión nacional (CNDH) o la de la Ciudad de México (CDHDF). Esa invisibilidad equivale a un problema político”. Ramírez expone que, aunque hay una ley estatal armonizada a la nacional, “es inoperante en su mecanismo, que solamente ha tenido una convocatoria pública para agrupar a las personas, y que tuvo una baja respuesta”.

La periodista, quien desde Perimetral ha impulsado la Red Macollo que integra a nueve medios independientes de Jalisco, explica que los “aparentes acuerdos” con actores políticos “responden a situaciones muy torpes, como crear una ley sin contar con el aval del gremio”.

Otras iniciativas solo exhiben la falta de conocimiento de actores como los diputados y las diputadas locales. “Siempre nos invitan ‘a platicar’. Pero es que no necesitamos otra ley: necesitamos mecanismos y regulación de los poderes, que se respete lo que ya ha escrito y, por ejemplo, tener una ley de comunicación social que ponga criterios claros”.

 

Publicidad oficial

El uso de recursos públicos en publicidad oficial le parece una de las incongruencias más lesivas en la relación entre periodistas y gobierno: “Que se regulara, por ejemplo, que las oficinas de comunicación social no pueden tener despachos de muchas personas con grandes sueldos. Una iniciativa del Congreso podría ser que, de los 30 millones de pesos por año que se gastan en publicidad oficial, lo que se llevan Indatcom y La Covacha, a 70% se le ponen reglas de operación para todos los medios, y el otro 30% se licita”.

En cuanto a la dignidad laboral de periodistas, Jade Ramírez opina que es “difícil que en Jalisco armemos un colectivo. La vida diaria es tan difícil que no le veo oportunidad. […] Si se lo pusiera como tarea el Observatorio sobre Libertad de. Expresión y Violencia contra Periodistas, creado por la Universidad de Guadalajara, atender estos temas, sería bien interesante”.

Eso la lleva a subrayar que, para las universidades, está pendiente atender el problema desde la formación de nuevos cuadros mejor capacitados, “ya no solo con perspectiva de derechos humanos y de género sino sobre los derechos que existen en la profesión, formación puntual en materia de seguridad y protocolo”.

 

Gremio desunido

Darwin Franco, del medio independiente ZonaDocs, coincide en la impresión de que el gremio ha mostrado iniciativa, pero sobre todo a coyunturas concretas. Además, “no tenemos una representación gremial fuerte; más bien hay diversas, y muchas están ligadas a sectores de poder. Eso no ha permitido que podamos tener una red como la de Ciudad Juárez, Chihuahua, por ejemplo. Tampoco hemos logrado ser lo suficientemente críticos para arropar otros procesos que son violentos, pero no derivan en asesinato”.

Sostiene que con esta reflexión coinciden recientes informes como el del Observatorio sobre Libertad de. Expresión y Violencia contra Periodistas, que acentúa la gravedad de la situación laboral en las empresas de medios de comunicación: despidos masivos, como los denunciados en MVS Jalisco; casos que llegaron a litigios laborales, como los de La Jornada Jalisco, o los casos de recortes salariales durante la pandemia por covid 19.

Un rasgo más es que la noción de gremio existe solo en algunos sectores de periodistas. “Parece que solo los que cubren temas sociales y políticos estamos interesados en eso, cuando el resto de los periodistas también sufre agresiones”. En contraste, Franco observa disposición a la organización entre periodistas jóvenes que apenas comienzan su vida laboral y en quienes trabajan en medios independientes. “Pero en las más recientes manifestaciones también había organizaciones cercanas a otras causas sociales: las colectivas feministas, algunas madres de desaparecidos, porque identifican que los periodistas están con ellas, y eso propicia que no nos sintamos solos. Esa tesitura va a ir cambiando que la agenda periodística voltee cada vez más a lo básico, los problemas de las personas, y menos a lo político, y que la gente nos sienta más cerca”.

 

El ejemplo

Darwin Franco opina que algunas iniciativas de agrupación solidaria han venido de periodistas y medios independientes. Cita a los colectivos organizados en Ciudad Juárez, los de Veracruz (el estado con más asesinatos) y en Morelos, en donde las denuncias contra agresiones abrazaron demandas sobre derechos laborales y quejas sobre violencia de género.

Precisamente sobre las mujeres periodistas organizadas, Franco destaca algunos de los más significativos ejemplos: “Están los casos de Reporteras en Guardia y la Red Nacional de Periodistas, Comunicación e Información de la Mujer (CIMAC), que tratan de generar incidencia para hablar de temas de género”. Menciona también a los periodistas mexicanos sumados a la red Frontline Freelance, y los de organizaciones internacionales como Artículo 19, Fundar y Reporteros Sin Fronteras.

Señala como un caso “extraordinario” el de periodistas de Michoacán que lograron aprovechar la figura jurídica de “persona interesada”, que los faculta para reclamar información y dar seguimiento a la investigación sobre colegas agredidos.

En Jalisco, las organizaciones que registran homicidios contra periodistas reconocen entre dos y tres casos, “que siguen impunes”; “quizá no hemos tenido la misma urgencia que en otras entidades, y ojalá nunca la tengamos. Lo que nos enseñan esos otros colectivos es que no tendríamos que esperar hasta que pase para organizarnos”.

Razones para la esperanza

Fernanda Lattuada / estudiante de la Licenciatura en Periodismo y Comunicación Pública del ITESO

“Estamos viviendo la peor época para la prensa en México; son tiempos oscuros.” Esas son las palabras que durante los últimos meses he escuchado a diferentes periodistas enunciar como una verdad lacerante. Cómo no hablarles con la verdad a un grupo de jóvenes que se preparan para ser periodistas en un país donde cada 14 horas se registra una agresión contra la prensa, de acuerdo con Artículo 19.

Durante los primeros tres años del gobierno federal de Andrés Manuel López Obrador el número de agresiones contra periodistas creció 85% (1,085 contra 1,945), en comparación con el mismo periodo del anterior, y el número de asesinatos se duplicó, de 15 a 30, de acuerdo con el informe más reciente de Artículo 19. Estamos viviendo el periodo más violento contra la prensa del que se tenga registro. Analizo estos datos a unos meses de egresar y oficialmente nombrarme mujer periodista; es inevitable decir que existe miedo e incertidumbre.

Alguna vez leí a la periodista Daniela Rea, decía que entre tanta violencia aún habrá quienes busquen entretejer aquello que está roto, y doy como evidencia el hecho de que existan estudiantes periodistas, porque hay algo que nos une a todes: una insaciable pasión por conocer, entender y explicar el mundo a través del periodismo; escuchar historias, compartir, informar o, incluso, una corazonada; pero por alguna u otra razón estamos embarcados en un mismo gremio luchando contra los mismos miedos. Así me lo dijeron estudiantes a los que consulté sobre sus preocupaciones en un sondeo para escribir este texto:

“El asunto de los sueldos. Ser periodista es casi tan caro como emprender”.
“En México sabemos que ser periodista es sinónimo de malos tratos, falacias hacia nosotres. Es casi normalizado el tener que morir y es un miedo constante”.
“No poder vivir de mi profesión”.
“Tener un trabajo que sobreexige y que pierda mi estabilidad emocional”.
“Que me maten ejerciendo”.
“No disfrutar lo que hago”.

Sin embargo, también estos estudiantes tienen ideas de cómo hacerle frente al panorama: entretejer y fortalecer la comunidad a través de redes de apoyo para seguir exigiendo mejores condiciones para el desempeño; seguir impulsando y exigiendo leyes que velen por nuestra seguridad e integridad; “desenfundar la tinta de la pluma y fomentar que la sociedad no sea intimidada”.

Porque las esperanzas de las nuevas generaciones de especialistas en la información radican en que la violencia cese y podamos ejercer la profesión con libertad y sin miedos. Que sea respetada y dignificada tanto por el mismo gremio como por nuestras autoridades y la sociedad. Que los medios digitales alcancen la sostenibilidad y que las lectoras y los lectores se sientan conectados.

Porque el periodismo es un servicio social para y con la comunidad. La principal esperanza está en estas palabras porque, mientras existan jóvenes que sigan la corazonada de su pasión, nuestra profesión seguirá teniendo vida. Mientras haya mentes conscientes y críticas, no dispuestas a aceptar y normalizar la violencia, la libertad será una realidad.

Estamos viviendo la peor época para la prensa en México. Pero quienes estudiamos periodismo estamos haciendo nuestra parte para acabar con estos tiempos oscuros. Y confiamos en que no van a dejarnos solos.

El Mecanismo de Protección como gran desafío

Alejandra Nuño /especialista en derechos humanos

México es un país letal para el ejercicio del periodismo y un lugar riesgoso para personas defensoras de derechos humanos.

Las cifras

Los relatores de libertad de expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) han dicho que “[no] existe un único sistema que recopile datos sobre agresiones contra periodistas. Los criterios y la metodología para obtener tales datos difieren entre las autoridades federales y entre éstas y las estatales”.[1]

La sociedad civil es la que registra los ataques a periodistas. Aun con imprecisiones, el escenario es desolador: de 1992 a 2022 el Comité de Protección de Periodistas ha cuantificado 15 periodistas desaparecidos y 62 asesinados. De 2003 a mayo de 2022 Artículo 19 ha acreditado la desaparición de 29 periodistas y 156 asesinados; la Unesco registra 138 asesinatos en el mismo periodo. La Red de Periodistas de a Pie cuenta a 25 periodistas desaparecidos entre 2003 y octubre de 2020.[2] En 2022 ya ha habido 11 asesinatos.

A ello se suman otros ataques como amenazas, allanamientos, golpes, destrucción o decomiso de herramientas de trabajo, censuras, descalificaciones (incluyendo las de altos funcionarios federales y estatales), ataques en redes sociales y campañas de desprestigio (especialmente a mujeres periodistas), entre otros. En 2021 se registraron 644 agresiones a la prensa[3] y, salvo excepciones, la impunidad es la regla.

La ley

En 2012 se aprobó la Ley para la Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, cuya instrumentación presenta desafíos para que periodistas y defensores realicen su labor en condiciones de seguridad y libertad. El principal es el funcionamiento adecuado del Mecanismo de Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, ampliamente observado y del cual en 2019 la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, hizo un diagnóstico con recomendaciones de mejora.

Este año la Secretaría de Gobernación inició diálogos regionales para reformar la Ley, que han sido criticados por la sociedad civil esencialmente porque no les precede un diagnóstico, carecen de metodología y debido a la ausencia de autoridades locales.

La ley incluye mecanismos de alerta temprana. Hasta ahora los intentos han sido en Veracruz y Chihuahua. Considero que en eso debería centrarse la discusión porque el costo de informar y contribuir a la rendición de cuentas no puede ser tan alto.

 

[1] Organización de las Naciones Unidas. Informe del Relator Especial sobre la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y de expresión acerca de su misión a México, ONU. Ginebra, 2018, Doc. ONU A/HRC/38/35/Add.2, párr. 20.

[2] La información se encuentra en los sitios web de las organizaciones citadas.

[3] Artículo 19. Negación: informe anual 2021 sobre libertad de expresión e información en México, 2022. Disponible en: https://articulo19.org/negacion/

¿Por qué es importante hablar de la seguridad de periodistas en México?

Juan Larrosa Fuentes / académico del Departamento de Estudios Socioculturales del ITESO

El inicio de 2022 ha sido terrible para el periodismo, pues 11 periodistas han sido asesinados. A esta cifra se suman otros 145 homicidios desde el año 2000. La situación es alarmante. El periodismo es una profesión riesgosa, pues además de los asesinatos, los reporteros han visto la reducción de la planta laboral en las redacciones y han experimentado una pauperización de sus condiciones laborales.

A pesar de esta terrible situación hay una reacción pública desconcertante. En primer lugar, observamos una clase política deplorable. Muchos titulares de poderes ejecutivos, especialmente el presidente de la república, han adoptado un discurso violento contra medios y sus trabajadores. Por su parte, las fiscalías han sido incapaces de perseguir a quienes matan y violentan a periodistas. Además, el legislativo, tanto en los planos federal como estatal, han fallado en ofrecer soluciones.

Los medios tampoco han entrado al quite. La cobertura de los asesinatos ha adoptado un marco estadístico para reportar la muerte “de otro periodista más”. Son pocas las piezas de investigación sobre este fenómeno. Si la cobertura es cuestionable, la actitud de los dueños de los medios es peor. No hemos visto a empresarios levantar la voz, cabildear con autoridades ni, sobre todo, ofrecer mejores condiciones de trabajo a los periodistas.

Finalmente, también es sorprendente que este tema no esté en el centro de las discusiones sociales. Por supuesto, compite con la inseguridad general, con una pandemia que aún no termina y con una fuerte crisis económica. Sin embargo, es un asunto que debería importarnos.

Desde un punto de vista de la comunicación política, cualquier comunidad necesita de una infraestructura que soporte sistemas de comunicación que permitan producir y poner a circular información sobre temas de interés público. Tradicionalmente pensamos esta infraestructura como un conjunto de cables, antenas y satélites que permiten este tipo de comunicación. No obstante, esta infraestructura, sin los cuerpos de los periodistas, no puede operar.

Así, cada vez que matan a un periodista desmantelan la infraestructura comunicativa que permite que produzcamos conocimiento sobre cuáles son nuestros problemas comunes, así como aquellas medidas para solucionar esos problemas. Sin información periodística estamos condenados a vivir en la penumbra, claudicamos a entendernos como comunidad y nos alejamos de un diálogo que nos lleve a prosperar como cuerpo político.

Editorial

No se mata la verdad matando periodistas

La libertad de expresión en México enfrenta desafíos estructurales y complejos. Es como si estuviéramos en una sala que hace eco y en donde sonidos y ruidos distintos se juntan, ensordecen y no permiten percibir con claridad lo que sucede. La crisis de seguridad y de violación de los derechos humanos de periodistas ha posicionado a esta profesión como una de las más peligrosas en el país, y esta situación pone en riesgo no solo a quienes ejercen como periodistas, sino a toda la ciudadanía.

El contexto del periodismo en nuestro país se ha visto agravado por el aumento de la inseguridad y el control que ejercen los grupos del crimen organizado en distintos espacios de la vida pública; la desacreditación y el hostigamiento constante por parte de los distintos niveles de gobierno; por una industria de la comunicación que informa desde una lógica de mercado, como si la nota roja que revictimiza fuera materia prima para ganar audiencias, y por la ola de la desinformación en la era de la posverdad.

Para el número 24 de Clavigero colaboradores de distintas instancias del ITESO, periodistas y estudiantes, reflexionan acerca de los retos para el ejercicio del derecho a la libre expresión en nuestro país. Las reflexiones integran discusiones sobre la crisis de seguridad para periodistas en México; las experiencias y expectativas de estudiantes de periodismo; el debate jurídico alrededor de la libertad de expresión; alternativas frente a narraciones de la crueldad; la representación de los retos para el ejercicio de la libre expresión desde el cine; los retos que plantea la posverdad, la desinformación por redes sociales y algunas alternativas para el ejercicio de la libre expresión en Jalisco.

Cristina Ulloa Espinosa
e Iván González Vega

Académicos del ITESO