Olivia Guadalupe Penilla Núñez / docente e investigadora del Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO
Los seres humanos hemos aprendido a cuidar de nuestros semejantes, es el principio de la civilización. Sin embargo, con la división social del trabajo en nuestras grandes ciudades y la industrialización del campo parece que vamos olvidando la importancia de cuidar de nuestro entorno.
Hemos concebido el medio ambiente y la naturaleza como un recurso para el servicio, no de los humanos, sino del capital. Vemos cómo se destruyen nuestros cerros en favor de la minería o del desarrollo inmobiliario, cómo se contaminan nuestros ríos para verter en ellos desechos industriales y cómo se incendian nuestros bosques para construir casas que muy pocos podrán pagar.
Parece que los grandes dueños del capital han olvidado que lo que están destruyendo es la vida misma de muchas especies, incluida la nuestra. Este comportamiento irracional y suicida solo puede comprenderse como soberbia; imaginan que podrán habitar el planeta aun sin esos otros que matan, pero el hábitat humano existe necesariamente con el prójimo.
Estamos tan acostumbrados a mirar estas devastaciones por donde sea, que se han vuelto parte de nuestro paisaje cotidiano. Replicamos esta manera de conducirnos en muchas escalas porque quienes no somos parte del gran capital también hemos olvidado la importancia que tiene el otro, lo humano y no humano, para nuestra supervivencia e incluso nuestra felicidad.
Tener presente esta cualidad humana puede ayudarnos a mirar la vida ya no como recurso del cual servirnos, sino como potencia para el bienestar y el bien convivir.
Un filósofo japonés de nombre Watsuji Têtsuro inventó una palabra para recordarnos una cualidad que nos conecta entre seres humanos y con los lugares que habitamos —incluidos otros seres vivos—. A esta palabra, compuesta por dos ideogramas (kanjis), tierra y aire (fûdo), agregó el sufijo sei, que indica una cualidad. El fûdosei se ha traducido al español como “medianza”, porque señala algo que está, al mismo tiempo, fuera y dentro de nosotros. Aunque es un concepto complejo, me parece que es un fenómeno que conocemos muy bien.
Hay lugares en donde nos sentimos muy cómodos, que transmiten una sensación de placer, esto tiene que ver con las cosas que hay en ese lugar, pero también con las personas que están ahí. Por ejemplo, cuando en psicología hablamos de promover “un clima de confianza y seguridad” o de procurar un “ambiente tranquilo”, nos referimos al fûdosei. Es algo que no está fuera ni dentro de nosotros, sino que lo configuramos entre nosotros, humanos y no humanos, vivos o no, interconectados.
Si recordamos esta cualidad también nos daremos cuenta de que hay lugares que nos hacen sentir “asfixiados”, tristes e inseguros. Casi siempre son lugares cerrados, sin áreas verdes, sin vitalidad. Tener presente esta cualidad humana puede ayudarnos a mirar la vida ya no como recurso del cual servirnos, sino como potencia para el bienestar y el bien convivir. Puedo ser parte de la devastación, de configurar espacios de destrucción y descuido, o bien, puedo ser parte de “ambientes de vida, paz y seguridad”. Se trata de decisiones pequeñas y cotidianas, pero que pueden tener consecuencias en el ámbito planetario. Podemos procurar ser parte de un clima de respeto y cuidado en un salón de clases, en una reunión de trabajo, en una escuela, en una ciudad, en el hogar…
Recordar el fûdosei es una invitación a cuidar de la casa común, que también es el prójimo y nosotros mismos.