Una condición humana hacia la sociedad del cuidado
Martha Leticia Carretero Jiménez, Ana Araceli Navarro Becerra, Laura Elena García García /académicas de la Maestría en Desarrollo Humano del ITESO
La manera de relacionarnos y de habitar el mundo se ha convertido en un riesgo que atenta contra la vida humana, no humana y de la casa común. La globalización, la sociedad en red, multicultural, plural e individualizada, entre otros aspectos, han contribuido a fracturar el tejido ecosocial con signos de descuido personal y social. La crisis sanitaria por covid–19 evidenció el desequilibrio en la organización social, particularmente en los ámbitos asociados con el acceso al bienestar: las familias, el estado, el mercado y la comunidad.
Nuestras decisiones nos han llevado a un proceso de deshumanización en el que resaltan las subjetividades fracturadas. Es decir, con frecuencia no nos reconocemos suficientes frente a los demás, ni nos sentimos pertenecidos, acompañados o comprendidos. No suele haber un arraigo a lugares y a personas que nos permitan sentirnos seguros.
Una alternativa ante esta dinámica es reconocer la importancia del cuidado y lo colectivo como una condición de los seres humanos, pues el desarrollo personal está íntimamente ligado a la vinculación con los otros y con el mundo. Asimismo, el cuidado desempeña un papel decisivo en la sobrevivencia y el desarrollo pleno.
La palabra “cuidado” viene del latín “cura”, que implica la preocupación por la persona amada; de “cogitare”, compuesto por “co”, que se refiere al conjunto global, y “agitare”, que significa poner en movimiento. Esto sugiere que una característica esencial del cuidado es su cualidad relacional, ya que representa una acción conjunta. Es un modo de estar en el mundo y de relacionarse con los demás; un modo solícito y atento que da valor a las relaciones y constituye una labor que nos implica a todos.
La persona es especialmente vulnerable en su primera infancia debido a que necesita crear lazos afectivos fuertes que lo protejan y lo ayuden a crecer. Nace con una necesidad de vincularse y, a través de la relación con otros, logra su desarrollo y plenitud. El crecimiento personal implica reconocerse como actor responsable de su vida, emanciparse y ser la persona que está llamada a ser.
Un desarrollo saludable supone que cada uno sienta respeto por sí mismo, lo cual se construye en la interacción con otros al experimentar que se es importante para alguien, que su existencia tiene un valor para otros y que tiene algo valioso para ofrecer a los demás. Su proyecto de vida, su búsqueda personal, aporta y ofrece al mundo algo único para el desarrollo de todos.
Cuando alguien no logra satisfacer su necesidad de trascendencia mediante una vida productiva para sí mismo y para el mundo recurre a cubrirla a través de la destrucción de la vida. En medio de estos procesos de destructividad está presente la urgencia de volver a lo humano y a su realización, sabiendo que el éxito personal está íntimamente ligado con el desarrollo de otros.
El cuidado colectivo requiere un análisis reflexivo para atender las necesidades de todos. Esto incluye garantizar la supervivencia, la seguridad, el reconocimiento, el respeto y el valor hacia cada persona, así como poner en juego los propios recursos para el desarrollo de aquellos con quienes convivimos.
El cuidado colectivo conlleva establecer vínculos de confianza y esperanza donde las personas sean corresponsables y solidarias. Se trata de consolidar redes de apoyo que atiendan problemáticas específicas en las que todos reciban un respaldo, un acompañamiento y se sientan sostenidos. Es indispensable construir referentes de sentido que orienten un modo de vida personal y la pertenencia a un colectivo, expresados en prácticas culturales. Se requiere participar en las decisiones que afectan la vida personal y social a través de un proceso de conversación en el que se definan problemas e intereses comunes y se encuentren soluciones y medidas concretas. También es muy importante asumir el conflicto como una interacción necesaria entre personas con intereses antagónicos, que estén al mismo tiempo en oposición y cooperación, y deriven en procesos de cambio que disminuyan la violencia y aumenten la justicia.
El cuidado colectivo conlleva establecer vínculos de confianza y esperanza donde las personas sean corresponsables y solidarias.
En un escenario donde la vida parece entrelazada con una realidad que ofrece pocas esperanzas de futuro es fundamental reconocer formas de organización, vínculos y convivencia, así como maneras de habitar el territorio que apuestan por el cuidado colectivo como un derecho universal para los seres humanos y no humanos.
Aunque la tarea es compleja, existen colectivos y avances académicos, de investigación y de políticas públicas que apuntan a esta transformación. Es urgente colocar el cuidado en el centro de la organización social, impulsando a personas, instituciones, organizaciones y estados a alejarse de posturas individualistas, competitivas y mercantilistas. El objetivo es transitar hacia una ética del cuidado que camine hacia la interdependencia, la reciprocidad y la complementariedad.
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