Imaginar una bioética global desde las aulas

Jesús Octavio Corona Ochoa / profesor de bioética y ética de la investigación 

La enseñanza de la bioética en la universidad parece una necesidad irrefutable. En teoría, existe un consenso social sobre ciertos problemas de orden moral que son importantes para todos, pero ni en la bibliografía académica ni en los programas educativos se refleja ese supuesto consenso. ¿Cuál es el objetivo de un curso de bioética? ¿Cuáles son sus contenidos indispensables? ¿Qué enseñamos hoy los profesores de bioética y cómo elegimos? Además, ¿cuál es la bioética que nos hace falta hoy?

Mary C. Rawlinson percibe dos corrientes en la historia de esta disciplina: una bioética global y una bioética instrumentalista. La primera sería la herencia de Fritz Jahr y Van Rensselaer Potter, preocupados por la interdependencia entre todas las formas de vida y por las condiciones ecológicas que las sostienen. La segunda, más reciente, aparece como una ética tecnocientífica futurista, centrada en resolver los nuevos problemas biotecnológicos como si los viejos problemas ya estuvieran resueltos. Jahr y Potter crearon la noción “bioética” para nombrar la necesidad de incluir consideraciones éticas en la producción de conocimiento y en la aplicación de la tecnología, a fin de garantizar la salud humana global y la subsistencia planetaria. La otra bioética es la herencia de la razón instrumental, que reproduce los valores dominantes del proyecto moderno del progreso tecnocientífico, y que, por lo tanto, es incapaz de considerar sus posibles consecuencias negativas.[1]

Una bioética instrumentalista se materializaría en los programas de estudio con el objetivo de retener los cuatro principios del informe Belmont (ética principialista), en aprender una lista paradigmática de tecnologías y de dilemas asociados a la biomedicina —derechos de propiedad, manipulación genética, responsabilidad civil, clonación— con la finalidad de justificar la producción de más biotecnología. Desde esta perspectiva, un bioeticista es el profesional que asiste a los investigadores para realizar protocolos aceptables, y a los médicos para tomar decisiones basadas en principios generales, pero que es incapaz de cuestionar las actuales condiciones sociales, económicas o ambientales implicadas en “el desarrollo”.

La bioética global se plasmaría en los programas de estudio con el objetivo de transmitir la capacidad de identificar las causas sociohistóricas estructurales de cada problema, para no contentarse con el statu quo y así poder reinventar otras posibilidades de futuro. Por ejemplo, en clase, cuando hablamos de los casos emblemáticos, como la experimentación forzada con personas en los campos de concentración nazis o como el caso de Tuskegee, se buscaría superar la tendencia de tomarlos como ya resueltos, como simple información, como un dato histórico, objetivo y unívoco del que sabemos todo. En cambio, lo consideramos un suceso sociohistórico abierto a múltiples interpretaciones, un acontecimiento que conserva lingüística, política y económicamente el modo de ser de una época y nos confronta con nuestro modo de ser actual.

Quizá podamos actualizar el proyecto de la bioética global para que no se reduzca al estudio de los casos modelo en los manuales ni a entrenarse en identificar las consecuencias negativas del proyecto civilizatorio del progreso. La bioética global podría, además, implicar una cierta apertura a proyectos alternativos por medio de programas de estudio que incluyeran entre su bibliografía más autoras, con la finalidad de balancear el género en la enseñanza, o a más autores latinoamericanos y del sur global para que nos hablen de decolonialidad, de éticas del cuidado y del Antropoceno. Una ética global, así, consideraría la apertura a otras voces, valores morales y futuros, como un compromiso ético–político.

 

[1] Solinis, E. (Ed.). (2015). Global Bioethics: What for? Twentieth anniversary of UNESCO’S Bioethics Programme. París: 34. http://unesdoc.unesco.org/images/0023/002311/231159e.pdf